A modo de homenaje transcribiré 3 artículos (en los días siguientes) publicados a pocos días de su fallecimiento por personas que lo conocieron y que siempre lo admirarán al igual que yo. Me disculpan el hecho que no recuerdo donde fueron publicados.
Lo conocí personalmente en 1997 cuando era asistente del director de investigaciones del IFEDEC: el doctor Jesús Marrero Carpio. Sabía del maestro por uno de sus discípulos: el profesor Oscar Vallés (amigo y guía intelectual en la Escuela de Estudios Políticos durante mis estudios de pregrado en la UCV). Me costó mucho leerlo y más aun comprenderlo, todavía no sé si lo he entendido bien. Tuve que hablar varias veces con él por varias ponencias que presentó en el IFEDEC y siempre fue una persona amable y humilde, algo extraño en una persona que había logrado elevarse tan alto en lo intelectual. Eso es algo que nunca olvidaré.
Lo conocí personalmente en 1997 cuando era asistente del director de investigaciones del IFEDEC: el doctor Jesús Marrero Carpio. Sabía del maestro por uno de sus discípulos: el profesor Oscar Vallés (amigo y guía intelectual en la Escuela de Estudios Políticos durante mis estudios de pregrado en la UCV). Me costó mucho leerlo y más aun comprenderlo, todavía no sé si lo he entendido bien. Tuve que hablar varias veces con él por varias ponencias que presentó en el IFEDEC y siempre fue una persona amable y humilde, algo extraño en una persona que había logrado elevarse tan alto en lo intelectual. Eso es algo que nunca olvidaré.
Profeballa
A Luis Castro, amigo e interlocutor
Graciela Soriano de García-Pelayo
15-IV-1999.
Ha muerto un scholar . No sé si esta palabra
dirá mucho en nuestro medio,
donde pensar no es propiamente profesión.
Pero el pensar reserva para quien lo
profesa lucros inmateriales y estimables, que
sólo se alcanzan cuando se vive la
academia con rigor y excelencia y se agitan y
configuran conciencias para hacer
país. Y esto es lo que ha hecho Luis Castro a
lo largo de su vida universitaria,
donde he tenido la suerte de compartir con él
alumnos y preocupaciones. No
me conformo con su partida, y mi
inconformidad me lleva a preguntarme a grito
herido dónde se esconde esa energía que se
ocupó en pensar, entender,
enseñar. La energía queda con fuerza más o
menos trascendente sobre el
tiempo reflexiono en los escritos del
pensador. ¿Quién negará la fuerza
tremebunda y sostenida del pensamiento en
tantos siglos de la historia humana?
En el recuerdo de los vivos mientras vivan perdurará
el recuerdo de Luis
Castro. Cuando no estemos, en sus escritos.
Pero el problema está en que
cuando se piensa en él, no basta la
escritura. Falta lo que podía transmitir su
presencia, su voz, su gesto, su ironía, su
humor, en fin, todo su ser. Eso se fue
con él, y quienes poseemos su recuerdo lo
guardaremos bien para contarlo o
quienes no tuvieron la suerte de entenderlo,
para aclarar que la elocuencia de su
gesto no constituía una simple vocación de
actor. Hace unos años, con ocasión
de la muerte de Manuel García-Pelayo, Luis
redactó un largo escrito en su
memoria, del que extraigo palabras que hoy me
ayudan a entenderlo mejor:
'Hacer historia de las ideas, volverlas lo
que son: voces, hechos y desechos de
lo que hacen los seres que son humanos e
inhumanos, esa es la tarea o el oficio
de la equidad...' ...'Sin equidad no hay
historia'... ...'la equidad, desprovista de
ese gusto protestante por la conciencia... es
lo más cercano a cómo ocurren las
cosas. Justicia de las cosas vividas tal y
como, en su totalidad no fueron
conocidas y que, hasta donde lo fueron, sólo
lo fueron a medias. Me interrogo
¿qué queda de los relatos que uno narra, que
están bajo, sobre, más allá o más
acá de la escritura? Las rendijas de los signos,
de las letras, de los sintagmas, de
todo lo que sirve para engrillar de
intersticios el acto total del habla, privándole
de la riqueza de su realización, eso es lo
que escamotea la escritura. Lo hace,
además, en nombre de una falsa eternidad que
desoye bien el historiador de la
palabra, de los símbolos, de las ideas'.
Así elaboró entonces su respuesta a mi
pregunta, expresando que la
consustancialidad de su fuerza comunicativa
con el discurso era su forma plena
de vivir y pensar; de entender y profesar una
seria labor intelectual. Por eso
rescato el párrafo, para expresar lo que
Manuel Caballero llamaba ayer
'equilibrio armonioso entre corazón y
cerebro'. Porque Luis rebasaba sus
escritos: ponía todo su ser al servicio de lo
que quería expresar y, cuando hacía
historia de las ideas, se sumergía de lleno
en el contexto, en la mentalidad del
otro tiempo, y lo sentía, tan o más
profundamente como el testimonio
provocador de su reflexión. ¿Habría tenido
tiempo de pensar en la manera de
comunicar éste, su método, para hacerlo
perdurable y capaz de abrir áreas
inefables a la investigación en este campo
virgen de nuestra historia intelectual?
¿Se fue demasiado pronto? Sólo sus discípulos
poseen la respuesta.
He perdido un amigo e inefable colega pero,
sobre todo, un interlocutor. En
nuestro mundo de 'investigadores-docentes'
todo interlocutor es (o debería ser)
insustituible. Pero en la Venezuela 'fin de
siglo' perder un interlocutor como él,
es perder una parte de uno mismo. Me dejo
llevar por el recuerdo. A principios
de los setenta empezó nuestra relación
cómplice de interlocutores con
preocupación común, aunque de origen
diferente, con buen rigor y humor en
tantos ratos pasados en las tertulias de
aquel reducto intelectual del antiguo
Instituto de Estudios Políticos. ¡Cuántos
irrepetibles ratos compartidos entonces
bajo el alero de aquel refugio en el que la
auctoritas de su director preservaba la
racionalidad académica de las contingencias
políticas!
Los primeros ochenta, coincidíamos sin
haberlo acordado en la historia de
Venezuela y (en mi caso) de América. Y
volvimos a ser interlocutores. Ya no
de la Edad Media lejana, sino de tiempos más
cercanos y más propios, a cuyos
secretos queríamos acceder con el mismo afán
desde distintas perspectivas.
Siempre defendería el tratamiento dado por el
maestro a temas trabajados por
él antes que la historiografía francesa se
hubiera percatado bien de que existían.
La vehemencia enfática con la que Castro lo
expresaba, me devuelve ahora por
segundos una débil sonrisa. Desde fines de
los ochenta fuimos docentes de los
mismos alumnos del Doctorado de Ciencias
Políticas compartiendo problemas
y perspectivas que quedan en suspenso. ¿Y
pienso ahora, querido Luis, qué
quedará de lo que hacemos, de lo que
pensamos: del esfuerzo que nos costó
pensar y que pudiera oírsenos en el terreno
patrio que más de una vez hemos
sentido como erial? Tu hacer, que era pura
alma, no volverá, pero lo llevaremos
quienes entendimos y supimos lo profundo que
te afectaba, precisamente por
haber entendido y tratado de conjurar por el
conocimiento, la recurrente
tragedia.
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