Saturday, April 08, 2006

Hace 7 años nos dejó Luis Castro Leiva (1943-1999) (I)

A modo de homenaje transcribiré 3 artículos (en los días siguientes) publicados a pocos días de su fallecimiento por personas que lo conocieron y que siempre lo admirarán al igual que yo. Me disculpan el hecho que no recuerdo donde fueron publicados.

Lo conocí personalmente en 1997 cuando era asistente del director de investigaciones del IFEDEC: el doctor Jesús Marrero Carpio. Sabía del maestro por uno de sus discípulos: el profesor Oscar Vallés (amigo y guía intelectual en la Escuela de Estudios Políticos durante mis estudios de pregrado en la UCV). Me costó mucho leerlo y más aun comprenderlo, todavía no sé si lo he entendido bien. Tuve que hablar varias veces con él por varias ponencias que presentó en el IFEDEC y siempre fue una persona amable y humilde, algo extraño en una persona que había logrado elevarse tan alto en lo intelectual. Eso es algo que nunca olvidaré.  

Profeballa

  A Luis Castro, amigo e interlocutor



  Graciela Soriano de García-Pelayo 

15-IV-1999.



  Ha muerto un scholar . No sé si esta palabra dirá mucho en nuestro medio,

  donde pensar no es propiamente profesión. Pero el pensar reserva para quien lo

  profesa lucros inmateriales y estimables, que sólo se alcanzan cuando se vive la

  academia con rigor y excelencia y se agitan y configuran conciencias para hacer

  país. Y esto es lo que ha hecho Luis Castro a lo largo de su vida universitaria,

  donde he tenido la suerte de compartir con él alumnos y preocupaciones. No

  me conformo con su partida, y mi inconformidad me lleva a preguntarme a grito

  herido dónde se esconde esa energía que se ocupó en pensar, entender,

  enseñar. La energía queda con fuerza más o menos trascendente sobre el

  tiempo reflexiono en los escritos del pensador. ¿Quién negará la fuerza

  tremebunda y sostenida del pensamiento en tantos siglos de la historia humana?

  En el recuerdo de los vivos mientras vivan perdurará el recuerdo de Luis

  Castro. Cuando no estemos, en sus escritos. Pero el problema está en que

  cuando se piensa en él, no basta la escritura. Falta lo que podía transmitir su

  presencia, su voz, su gesto, su ironía, su humor, en fin, todo su ser. Eso se fue

  con él, y quienes poseemos su recuerdo lo guardaremos bien para contarlo o

  quienes no tuvieron la suerte de entenderlo, para aclarar que la elocuencia de su

  gesto no constituía una simple vocación de actor. Hace unos años, con ocasión

  de la muerte de Manuel García-Pelayo, Luis redactó un largo escrito en su

  memoria, del que extraigo palabras que hoy me ayudan a entenderlo mejor:



  'Hacer historia de las ideas, volverlas lo que son: voces, hechos y desechos de

  lo que hacen los seres que son humanos e inhumanos, esa es la tarea o el oficio

  de la equidad...' ...'Sin equidad no hay historia'... ...'la equidad, desprovista de

  ese gusto protestante por la conciencia... es lo más cercano a cómo ocurren las

  cosas. Justicia de las cosas vividas tal y como, en su totalidad no fueron

  conocidas y que, hasta donde lo fueron, sólo lo fueron a medias. Me interrogo

  ¿qué queda de los relatos que uno narra, que están bajo, sobre, más allá o más

  acá de la escritura? Las rendijas de los signos, de las letras, de los sintagmas, de

  todo lo que sirve para engrillar de intersticios el acto total del habla, privándole

  de la riqueza de su realización, eso es lo que escamotea la escritura. Lo hace,

  además, en nombre de una falsa eternidad que desoye bien el historiador de la

  palabra, de los símbolos, de las ideas'.



  Así elaboró entonces su respuesta a mi pregunta, expresando que la

  consustancialidad de su fuerza comunicativa con el discurso era su forma plena

  de vivir y pensar; de entender y profesar una seria labor intelectual. Por eso

  rescato el párrafo, para expresar lo que Manuel Caballero llamaba ayer

  'equilibrio armonioso entre corazón y cerebro'. Porque Luis rebasaba sus

  escritos: ponía todo su ser al servicio de lo que quería expresar y, cuando hacía

  historia de las ideas, se sumergía de lleno en el contexto, en la mentalidad del

  otro tiempo, y lo sentía, tan o más profundamente como el testimonio

  provocador de su reflexión. ¿Habría tenido tiempo de pensar en la manera de

  comunicar éste, su método, para hacerlo perdurable y capaz de abrir áreas

  inefables a la investigación en este campo virgen de nuestra historia intelectual?

  ¿Se fue demasiado pronto? Sólo sus discípulos poseen la respuesta.



  He perdido un amigo e inefable colega pero, sobre todo, un interlocutor. En

  nuestro mundo de 'investigadores-docentes' todo interlocutor es (o debería ser)

  insustituible. Pero en la Venezuela 'fin de siglo' perder un interlocutor como él,

  es perder una parte de uno mismo. Me dejo llevar por el recuerdo. A principios

  de los setenta empezó nuestra relación cómplice de interlocutores con

  preocupación común, aunque de origen diferente, con buen rigor y humor en

  tantos ratos pasados en las tertulias de aquel reducto intelectual del antiguo

  Instituto de Estudios Políticos. ¡Cuántos irrepetibles ratos compartidos entonces

  bajo el alero de aquel refugio en el que la auctoritas de su director preservaba la

  racionalidad académica de las contingencias políticas!



  Los primeros ochenta, coincidíamos sin haberlo acordado en la historia de

  Venezuela y (en mi caso) de América. Y volvimos a ser interlocutores. Ya no

  de la Edad Media lejana, sino de tiempos más cercanos y más propios, a cuyos

  secretos queríamos acceder con el mismo afán desde distintas perspectivas.

  Siempre defendería el tratamiento dado por el maestro a temas trabajados por

  él antes que la historiografía francesa se hubiera percatado bien de que existían.

  La vehemencia enfática con la que Castro lo expresaba, me devuelve ahora por

  segundos una débil sonrisa. Desde fines de los ochenta fuimos docentes de los

  mismos alumnos del Doctorado de Ciencias Políticas compartiendo problemas

  y perspectivas que quedan en suspenso. ¿Y pienso ahora, querido Luis, qué

  quedará de lo que hacemos, de lo que pensamos: del esfuerzo que nos costó

  pensar y que pudiera oírsenos en el terreno patrio que más de una vez hemos

  sentido como erial? Tu hacer, que era pura alma, no volverá, pero lo llevaremos

  quienes entendimos y supimos lo profundo que te afectaba, precisamente por

  haber entendido y tratado de conjurar por el conocimiento, la recurrente

  tragedia.

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