El primer tomo está dividido en dos grandes partes: la primera se refiere al contexto histórico-político y la segunda al papel del curandero tachirense Telmo Romero en el primer gobierno de Crespo. La realidad venezolana de la segunda mitad del siglo XIX está marcada por el caudillismo como forma de hacer política; donde el poder dependía de un pacto entre guerreros regionales, y el ejercicio del gobierno que no conocía de limitaciones constitucionales. La guerra, como dirá su madre cuando es reclutado a los 17 años, “al fin y al cabo, es el destino de toda Venezuela”. Y fue en ella donde ascendió y llegó a ser parte de los generales de la Federación, logrando su “feudo” en torno a los llanos centrales. Cuando Guzmán Blanco llega al poder en 1870, Crespo es uno de sus apoyos, y poco a poco, por medio de la lealtad, será uno de los sucesores a la Presidencia del Ilustre Americano en 1884.
El caso del curandero Telmo Romero es un buen ejemplo del personalismo político en acción; pero también de la otra Venezuela: la que era realmente liberal, democrática e incluso científica. El padre de Crespo fue brujo, por tanto era natural que creyera en una persona que llevaba el mote de “Guarapito” por los menjurjes sanadores que hacía en su Táchira natal. Además, Romero había logrado un éxito editorial con su libro El Bien General (suerte de recetario) que fue publicada por la Imprenta Nacional en Caracas. Es de esa forma cuando el Presidente lo conoce, que el curandero logrará convencerlo para obtener el cargo de director del Hospital de leprosos de Caracas y el de Enajenados de Los Teques; además de embolsillarse grandes cantidades de dinero. De esta manera, con el apoyo de Crespo, irá ascendiendo por medio de varias “curas milagrosas”, hasta casi lograr el rectorado de la Universidad Central, si no fuera por la oposición decidida de los estudiantes de medicina y el rector Anibal Dominici. ¿Cómo fue posible semejante escándalo, que un curandero llegara a tan altos cargos y se considerara sanador de locos y leprosos? La debilidad de las instituciones y la voluntad caprichosa y casi omnipotente de un caudillo lo hizo posible.El segundo tomo se refiere a la ruptura con Guzmán Blanco, y el retorno a la máxima Magistratura, después de una violenta guerra que dividió al gran partido Liberal Amarillo y a la nación, y que fue conocida como Revolución Legalista. Crespo buscaba alternarse en el poder, o que lo dejara como su sucesor; pero el gran caudillo no lo aceptó. Fue así como al dejar Venezuela definitivamente, que todos los odios de los líderes y caciques amarillos explotaron, y los más prestigiosos anhelaban ser ellos los que mantuvieran el guzmancismo sin Guzmán. En toda esta lucha, el Taita seguía los consejos y la ayuda de una gran negociadora: su esposa Misia Jacinta Parejo de Crespo. El autor señala que a lo largo de toda nuestra historia republicana no hay Primera Dama que haya tenido tanta influencia política. Y es que sin duda esto hace además de Crespo un caudillo especialísimo, al no poseer la característica del ser machista, y practicar una “monogamia irrenunciable”.
La vida del Taita finaliza por un disparo, cuando se encontraba en campaña militar para defender a su sucesor al cual había impuesto por medio de un fraude electoral en 1898. Termina Ramón J. Velásquez señalando que al morir Crespo desaparecía el último gran Taita, palabra que significaba “padre” en lenguaje campesino, y que por tanto transmitía un vínculo de por vida entre líder y seguidores.
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