viernes, julio 25, 2008
Blog suspendido hasta el jueves, que comienza la semana aniversaria
¿Somos una nación o un campamento petrolero? (III) La idea de "campamento" en Cabrujas
Francis Bacon decía que no hay peor cosa que considerar sabios a los pícaros. Latinoámerica, Venezuela, el Caribe, han tenido siempre la necesidad de mirarse a así mismos, de expresarse en un ícono. Los pueblos tienen una noción de sí mismos y gustan mucho de concretar esa noción, esa apariencia que los pueblos arrastran a lo largo de siglos, de sí mismos, concretarlo en maneras, en personajes, en actitudes, en leyendas, en mitos.
Los venezolanos no somos una excepción al respecto. Quien tipifica, quien estereotipiza a un hombre mexicano, inmediatamente cae en la fatalidad de atribuirle los conceptos que pertenecen, de una manera específica, al ser de los mexicanos; la machura, el patriotismo excesivo, el nacionalismo delirante, pero cuando a México lo ven otros pueblos del mundo, lo ven como el ratoncillo de la Warner Bros, ágiles, astutos, pícaros, siesta, haraganería, flojera. Una imagen viene de un lado y otra imagen la genera un pueblo de sí mismo.
Los venezolanos hemos generado muchos mitos en relación a nosotros mismos, porque los venezolanos somos admiradores de los mitos, porque no entendemos nuestra historia. Como ni siquiera la conocemos, nos hemos visto obligados a sustituir la historia por la mitología, que fue los mismo que le pasó a los griegos, que tampoco conocían su historia, aunque por razones muy distintas. Los venezolanos tenemos mitos, en los cuales creemos tanto que los convertimos en actos de fe. Creemos, por ejemplo, que las caraotas tienen hierro; las caraotas no sólo no tienen hierro, sino que poseen una cubierta que tiene la particularidad de aislar el poquito hierro que podamos ingerir y que además lo elimina, pero no hay manera de convencer al venezolano que las caraotas no tienen hierro.
Así como creemos en el hierro de las caraotas, creemos que somos un pueblo vivo en el sentido de astutos, de pícaros, de una gran destreza y de una gran habilidad. Hemos asociado la palabra vida, palabra hermosa, y la llegamos a confundir con viveza, pensamos que estar vivos es hacer una picardía, decir que una persona es viva o está viva es porque está en algo, está haciendo algo. Nuestra historia niega eso, ¿cuándo fuimos vivos?, ¿qué hicimos para merecer ese calificativo? Basta ver el país, ¿dónde está la vivezas de un país que despilfarró 250 mil millones de dólares en veintitantos años?, ¿cuál es la viveza de un país que se encuentra en este atolladero gigantesco, después de despilfarrar una de las más colosales fortunas que se pueda alguien imaginar?, ¿cómo entender que el Presidente nos diga a cada rato que esta es la peor crisis financiera que pueblo alguno haya vivido desde que en Génova, en 1604, se inventaron los bancos? Nunca, hasta el día de hoy, un pueblo de la Tierra ha vivido una crisis financiera como esta, peor que el crack del 29, peor que el crack alemán. La peor crisis financiera en relación al dinero y población y, sin embargo, tenemos que vivirla. Un país que no ha logrado resolver un enigma, un país que le entran 15 mil millones de dólares y tiene 20 millones de habitantes, ¿por qué este país tiene la crisis que tiene?, no le cabe en la cabeza a nadie, ¿cómo pueden considerarse vivos, astutos, hábiles a los ciudadanos que viven en este país?
Toda América Latina podrá contar su historia de muchas maneras, heroica, abnegada, hermosa, pero astuta nunca. La América Latina no es astuta, bastará leer el panfleto escrito por el uruguayo Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina, donde se narra el aterrador despojo que este continente vivió desde la época de la conquista, es un despojo indignante, pero es el despojo de los tontos, quien así se comportó, quien admitió que el Potosí, que era un cerro de oro, fuese trasladado en bloques de oro a Sevilla, no es un pueblo astuto.
Venezuela, en ese sentido, es un pueblo especial dentro de nuestro continente, es un país que no ha tenido la conciencia de su propia historia, es un país en gestación. Venezuela es un país no posesionado, nadie en el mundo sabe qué quiere Venezuela, qué proyectos, qué ambiciones, qué deseamos. Una vez un diplomático mexicano dijo que entenderse con Venezuela era lo más difícil del mundo, porque uno se entiende con un alemán, porque sabe lo que quiere, lo que busca, en qué anda; Venezuela ni quiere, ni busca, ni anda. Su conducta en los organismos internacionales es incoherente; no refleja un plan nacional, un desarrollo. Venezuela no se ha inaugurado; su capital, Caracas, tampoco. Es una ciudad sin visión, sin recuerdos, ni nada que la caracterice, es un campamento. Venezuela toda es un campamento y además tiene una cultura de campamento. Aquí hemos afrontado siempre el dilema de que lo que somos, lo que nos ocurre, nuestro comportamiento, nuestro ser histórico no se corresponde con nuestros libros, con nuestro verbo, con nuestra palabra, con nuestras instituciones, con nuestras leyes y códigos. Hay una enorme diferencia entre la realidad y la fijación de un marco cultural en el país. Las leyes que tenemos no son nuestras; es mentira que el Derecho Penal castigue la criminalidad, el comercio en Venezuela no tiene nada que ver con el Código de Comercio, es mentira, sobre todo que la Constitución exprese el proyecto de una nación, sus deseos más profundos.
Venezuela no es un país que haya creado sus leyes, quizás porque las leyes que debería crear, deberían ser reglamentos, más que leyes, como los que existen en los cuartos de hotel.
El 27 de febrero Venezuela vivió un colapso ético, que dejó estupefactas a muchas personas, fue una explosión sobre la cual no se ha escrito hondo, amerita un análisis, es una explosión que se traduce en un saqueo, pero no es un saqueo revolucionario, no hay una consigna, es un saqueo dramático, las personas asaltaron locales en medio de una delirante alegría, no hay tragedia, al iniciarse el proceso. A mí me quedó la imagen de un caraqueño alegre cargando media res en su hombro, pero no era un tipo famélico buscando el pan, era un "jodedor" venezolano, aquella cara sonriente llevando media res se corresponde con una ética muy particular; si el Presidente es un ladrón, yo también; si el Estado miente, yo también; si el poder en Venezuela es una cúpula de pendencieros, ¿qué ley me impide que yo entre en la carnicería y me lleve media res? ¿Es viveza? No, es drama, es un gran conflicto humano, es una gran ceremonia. Ese día de juego que termina en un desenlace monstruoso, cruel, la carcajada termina en sangre, es el día más venezolano que he vivido, nunca había sido tan interpretado por nuestra historia, por lo que nos está ocurriendo, es el día que fuimos sublimes y perversos como lo fuimos en buena parte de nuestra historia. Nuestros íconos históricos nos anuncian siempre ese dilema.
Hablábamos antes de las instituciones, leyes y códigos que no nos expresan, pero examinemos qué hemos hecho con nuestros recuerdos históricos. La palabra historia da terror aplicada al país, porque eso exige un reto, exige unos historiadores y no termina de aparecer esa palabra.
Es cierto que existen hombres que se han dedicado a coleccionar nuestra memoria, pero dentro de esos íconos tenemos las dos caras, una que el país exceptúa de sí mismo: Bolívar.
Bolívar es venezolano sólo en el sentido paradójico que pudiese tener la palabra, nuestra paradoja; es venezolano en la medida que no es venezolano, en la medida en que no se comporta, en que no se predica en torno a Bolívar las características que nos hemos atribuido a nosotros mismos como pueblo, ciertas o falsas.
El Libertador es sublime, nadie lo describe como astuto, como pícaro, se pondera su inteligencia, su talento, su genio, es un ícono moral, es un hombre sublime, enfrenta la vida y los venezolanos amamos contar esa historia, enfrenta su vida con pasión, con sentimiento, con fuerza, es una persona de la cual esperamos siempre que la historia nos confirme gestos de un inmenso poder moral, por eso lo hemos exceptuado, hemos llegado a ese convenio, nadie sabe cómo fue Bolívar, pero hemos llegado al convenio social de colocarlo como un paradigma, es nuestra única atadura con lo sublime y lo elevado.
Frente a él, la otra figura: Páez. Este sí, el pícaro, el astuto, el mediocre, el incapaz de ponderar un sueño; nuestra historia encierra una tragedia o nos gusta contarla de una manera trágica. Era la historia que soñaba con un ideal: la Gran Colombia, un ideal inobjetable, un delirio, cinco grandes países unidos, un sueño de grandeza. ¿Lo destruyó quién? Un venezolano integral: Páez. El que somos, el que dijo que no, no, porque no sirve, no, porque no se adecúa; no, porque no es real.
La carta que unos comerciantes de Naguanagua le dirigieron al general Páez y que éste exhibió como documento, es una carta venezolana, completa. Decía algo así: "Estimado general Páez, nos parece que el proyecto del General Bolívar es un disparate, hemos luchado abnegadamente por superar la colonia española, el poder español, nos hemos matado en los campos de batalla, por no pagar impuestos a los españoles, y qué, ¿vamos a pagar impuestos a los colombianos?, no". Esta es la razón por la cual se desmoronó un sueño sublime, porque los comerciantes de Venezuela entera, decidieron que pagarle impuestos al gobierno de Santa Fe de Bogotá era un crimen y algo antivenezolano.
Esto es el punto en que lo sublime queda y la picardía empieza, la astucia, frente al pasado Bolívar, al del sueño complejo, alambicado, difícil, de enorme empresa de envergadura, surge la trampa, el costado, la manera, el meandro, la forma de llegar, de no perder... Esto es gran parte de nuestra historia.
Nicanor Bolet Peraza, escritor costumbrista, escribió un relato olvidado, dedicado a un teatro que funcionó en la Caracas de 1800, llamado el Teatro de Madereros. Cuenta que en ese teatro se escenificaba todas las Semanas Santa, la Pasión de Cristo y estaba hecha por actores venezolanos y era un espectáculo cómico. A ningún pueblo se le ha ocurrido contar la pasión de Cristo de una forma cómica, ya que la Pasión de Cristo no debería hacer reír a nadie, pero a los caraqueños les causaba risa. Bolet Peraza analizaba esto y se preguntaba si no sería que los caraqueños eran unos blasfemos, unos irreligiosos, pero no era eso, no era que la gente se reía en sí de Cristo, ni de la Virgen, la gente caraqueña se reía de que un actor venezolano hiciera el papel de Cristo, es decir, les producía risa que un local, un coterráneo, interpretara tan sublime papel. Quizás si lo hubiese interpretado un actor español, o un sueco, no hubiese causado tanta gracia.
Bolet Peraza nos alertaba que a lo largo de nuestra historia, nos ha sido vedado lo sublime, el sentimiento trágico. El venezolano no asume la tragedia, porque la tragedia expresa una fe del hombre en sí mismo. Quien escribe Antígona, quien escribe Edipo Rey, vale decir el gran poeta Sófocles, Eurípides, Esquilo, que se asume a sí mismo como trágico, está enamorado, está orgulloso de la cultura griega. Esa pasión tenía un motivo; años atrás los griegos habían derrotado a los persas en Salamina; la sociedad griega fue sacudida por una emocionalidad histórica, así la historia de Edipo Rey puede ser contada por un pueblo que cree en sí, que se asume. Así, el país que habitamos, su naturaleza escénica, sus imágenes, lo que ha creado como imagen es una picardía, un acto de sátira de sí mismo, así nos llamamos un país de humor, a veces de buen humor y otras de mal humor.
Hay otro elemento que viene a expresar este vacío de nosotros mismos como cultura: el sentimiento criollo es la cultura española. La cultura española tiene una manera de conducirse muy particular, es una cultura que sólo concibe al hombre que triunfa, y aquí nos aproximamos al trabajo. Lo concibe como un genio y no como un hombre de segunda, como solía decir Benito Pérez Galdós, no cree en el ciudadano común, no hay manera que un hombre español se exprese en su visión de sí mismo como el hombre común; utiliza lo folclórico, lo costumbrista, pero a la hora de entrar a describirse como una nación, elige siempre su cúspide. La pintura española es la mejor del mundo, después de Velázquez, Goya, Picasso, no hay nadie más. No hay segundos pintores en España.
William Somerset Maugham, el gran novelista inglés, decía: yo soy el escritor secundario más importante del mundo. No suena latino, no suena español.
¿Somos vivos entonces cuando afrontamos nuestra relación con la sociedad? No, no lo demuestra nuestra historia. Somos hábiles, somos diestros, irreverentes en alguna parte, en muchas somos borregos, pero tenemos una manera que lo hace irreconocible, una manera de relacionarnos con el objeto, de sacarle provecho al objeto, sin entender el objeto.
Nuestro gran dilema histórico y existencial es que lo que constituye nuestra vida no tiene relación con nuestra cultura, nadie sabe cómo funciona un televisor, pero nos mostramos displicentes frente a un aparato. Somos hábiles a la hora de asumir la funcionalidad, en donde encontramos un grave problema y un gran obstáculo es a la hora de explicar la función.
Lo que suele llamarse el barroco latinoamericano, nada más mentiroso, ni más falso que esta expresión; no hay barroco. Hay una manera de entender el mundo por capas, de asociar inmediatamente a nuestras vidas todo lo que proviene de otras culturas, de allí la pérdida de tiempo que tienen algunas personas al decir que Venezuela debe encontrar su identidad cultural, ¿cuál identidad?, ¿dónde está?, ¿cómo puede encontrar identidad cultural un país que a lo largo de su historia no la ha tenido? El Siglo de Oro español formó buena parte de nuestra manera de entendernos culturalmente, es una herencia que mamamos, tal como mamamos la industria petrolera, tal como mamamos los acontecimientos tecnológicos, humanísticos y los asimilamos, los reconvertimos y nos asociamos a ellos aunque no los descifremos.
El teatro del Siglo de Oro español está apoyado en tres personajes y toda obra escrita en España en esa época, llámese Lope, Calderón, Tirso, responde a esos tres personajes que son, la dama, el caballero y el gracioso. Toda obra española consta de una historia de amor en la cual la dama y el caballero, de alcurnia generalmente, representan lo sublime y parodiando a éstos, está el gracioso, casi siempre el criado, el del pueblo. Así, si el caballero recita una bella declaración de amor a su dama, inmediatamente aparece la escena del gracioso que intenta hacer lo mismo con la cocinera y fracasa, porque balbucea, porque no dice las palabras adecuadas, porque el lenguaje del caballero no se corresponde con su lenguaje.
Históricamente, y es perfectamente demostrable que cuando Latinoamérica, desde la Argentina hasta México, quiso verse a sí misma en esas categorías, generó un primitivo teatro que se puede obsevar en la colonia, aburrido, patético, malo, pero real, porque el único venezolano que entró fue el gracioso. A nadie se le ocurrió que el papel del caballero o de la dama fuera de Venezuela, de Perú, o de México. Nuestra manera de identificarnos, de presentarnos frente al mundo y ante nosotros mismos fue siempre esa, y somos los astutos, los graciosos, los que no pudiendo acceder a lo sublime, nos vimos en la necesidad de asumirnos como parodia de lo sublime.
De allí que yo pienso que el trabajo en Venezuela más que apoyarse como presunto defecto, es una función de viveza o de habilidad, se apoya básicamente en una parodia del trabajo. Cuando se trabaja, parodian el trabajo, porque nuestra cultura no tiene expresión del trabajo, ni ha logrado representar el trabajo como parte indispensable de sí misma.
¿Por qué? ¿Qué es este bochornoso, caótico, incoherente pero amado país? Es la consecuencia de tres exilios, de tres personajes provisionales, el habitante autóctono, el indígena, que fue expulsado de su territorio, de sus creencias, de su vida, para quien la noción de trabajo no existía. ¿Para qué?, si la tierra da y yo lo tomo. ¿Por qué sembrar?, ¿ por qué hacer un huerto? Si toda esta tierra era un huerto.
Otro personaje es el negro, arrancado de las Costas de Marfil, de su tierra, de su amor de todo lo que pudiera generarle un sentimiento. Lo metieron en un barco y lo trajeron a esta tierra y le dijeron: trabaja, ¿para qué?, ¿por qué?
El español llegó a un exilio, llegar a América significaba un castigo, una desgracia, un fatalidad, era vivir en un país de segundones. Aquí no se vino el primogénito, se vino el segundón, el que no servía, el aventurero. ¿Venía a trabajar?, no, ¿para qué? Venía a hacerse rico, la vida verdadera estaba en España, este era un país de paso.
¿Qué cultura de trabajo se puede esperar de tres orígenes donde el trabajo no tiene pasión, ni tiene por qué tenerla? Lentamente esta sociedad, al criollizarse, fue haciéndose al trabajo.
Pero esta es nuestra cultura del trabajo, allí subyace, porque al fin de cuentas se trabaja para una recompensa y decir otra cosa es una hipocresía. Indiscutiblemente existe el trabajo espiritual, el del científico, el del poeta, el del escritor donde el trabajo es un placer. Pero para el hombre que martilla todo un día, no existe placer. No puede haber placer por martillar. Constituye una manera de vivir, se expresa en términos de salario, requiere de un pago correspondiente para asumir esa tarea.
En Venezuela, además, se paga mal, la relación entre salario y trabajo es caótica, es artificial, donde las profesiones no se rigen por el grado de esfuerzo que el hombre puede colocar a la hora de prepararse para ellas. Así pues, no hay una imagen del logro del trabajo, porque en Venezuela no hay imagen de riqueza, porque en los ricos, que podrían ser un paradigma de la imagen del trabajo como lo fue Ford para los americanos, no existe. El venezolano no tiene imagen del bienestar.
Hemos creado una imagen donde el rico tiene imagen de pícaro, Miguel Otero Silva decía que el único rico honrado que él conocía era Antonio Armas, porque la historia de su fortuna se veía por televisión. Bateaba y le pagaban por eso. De resto la riqueza no es honrada y el disfrute de ella misma tampoco es honrado.
Deberíamos desterrar de nosotros mismos la idea de que la viveza nos ha acompañado como acto cercano al trabajo. Es falso, no hay viveza criolla, hay viveza alemana, hay viveza japonesa. Aquí lo que hay es un lento, dramático y desesperado esfuerzo de una sociedad por asumirse a sí misma, en un territorio y dentro de unas costumbres y unos códigos que ni le corresponden, ni la expresan y, en ocasiones, ni siquiera la sueñan.
jueves, julio 24, 2008
¿Somos una nación o un campamento petrolero? (II) La respuesta del liberal venezolano
La siguiente es una respuesta a Vicente Amengual, de Narraciones Breves quien se pregunta si Venezuela es un país o un campamento y para adelantar la discusión sobre el tema que el Profeballa está proponiendo desde Venezuela y su Historia.
Siempre que hablemos de la "venezolanidad" de los venezolanos, recordemos las sabias palabras de Samuel Johnson: El patriotismo es el último refugio de los canallas y luego pensemos de nuevo la queja que nos aprestábamos a proferir.
En mi libreta de ideas peligrosas, el patriotismo y el nacionalismo figuran entre las más prominentes entradas. El problema es que ambos conceptos se refieren a cosas altamente abstractas, que fácilmente pueden y frecuentemente han sido manipuladas para manufacturar sumisión al poder del estado.
¿Qué es el patriotismo? Amor por la patria. ¿Y qué es la patria? ¿El pedazo de tierra donde nací? ¿El conjunto de gente que me rodea y que vive en las inmediaciones de dicho pedazo de tierra? Ya que los estados son monopolios territoriales de la violencia y la ley es extremadamente pasar de amor por la patria a amor por el estado que gobierna la patria. Y una vez que ese paso es dado efectivamente, todas las puertas se abren a la arbitrariedad y la tiranía.
No creo estar exagerando si digo que en el altar del extremismo religioso, el socialismo, y el nacionalismo han sido sacrificadas más almas que en el de cualquier plaga o desastre natural que haya azotado a la humanidad. ¿Qué tienen en común estas tres ideologías? Que las tres son formas particulares de colectivismo (a diferencia del liberalismo que es eminentemente individualista), la peculiar idea que los fines del individuo son inferiores y deben ser sacrificados en pos de los fines de una entidad colectiva superior (Dios, la sociedad y la nación, respectivamente) que tiene vida propia. Una idea que, obviamente, es absurda y que, en consecuencia, es extremadamente popular hoy en día.
De manera que cuando una persona es acusada de falta de venezolanidad o de carecer de un sentimiento sólido de nacionalidad, yo veo a una persona que se ama a sí misma lo suficiente como para no estar dispuesta a convertirse en un animal de sacrificio, en detrimento de sus fines propios y en beneficio de algún canalla, que por cualquier circunstancia esté a cargo de definir lo que son los intereses de "Venezuela". Bien por esa persona.
Yo no sé si en realidad la mayoría o una gran parte de los venezolanos son individualistas a este nivel. Si lo fueran Hugo Chávez no estaría en el poder, ni los socialdemócratas adecos y copeyanos hubiesen gobernado durante los 40 años anteriores. Lo que sí sé es que nos hacen falta muchas más personas dispuestas a vivir para ellas mismas y no para el país, la sociedad o los pobres. Y si realmente existen pero están calladas en las penumbras de la opinión pública, hace falta entonces que se manifiesten fuerte y claramente. Que aprovechen ahora que pueden, en cinco años probablemente será muy tarde.
Efeméride: 225 años del nacimiento de Simón Bolívar (el trigo y la cizaña de nuestro momento fundacional)
miércoles, julio 23, 2008
¿Somos una nación o un campamento petrolero?
Por supuesto, no soy un profesional del conocimiento que concierne a la vinculación del hombre con su territorio, ni soy el más aventajado en la vocación observacionista, ni he manejado los más elementales instrumentos del conocimiento en relación con el tema.
Soy, a secas, un voluntario intrigado en determinar porqué carecemos de un sentimiento sólido de nacionalidad, algo que antes llamaban la "identidad nacional".
Me intriga saber porqué muy pocas personas se interesan por esto y quizás la respuesta esté, precisamente, en las mismas conclusiones. Valga, entonces, esta aparente perogrullada.
No hay día de mi vida en el que no tenga al menos una evidencia de nuestra arraigada carencia de nacionalidad. Es perceptible hasta en mínimos detalles, que no podrían ser expuestos en un espacio reducido como este.
Tengo como una especie de archivo para exponerlo en cualquier discusión, aunque no hay foro ni conferencia ni jornada que se dedique a este tema.
Dos cosas muy puntuales me han sucedido en los últimos años como para servir de sustento a estas líneas que expondré hoy y en una pocas entregas más, pensando que aunque sea dos o tres venezolanos las leerán y al menos uno me contestará cualquier cosa.
La primera de ellas se produjo en los días inmediatos siguientes a los sucesos del 11 de abril del año 2002. Entre tantas cosas que se dijeron y se siguen diciendo, grabé en forma indeleble una de ellas. Una ciudadana venezolana, quien siempre dio muestras inequívocas de su ideología y combatió duramente por ella, radical, vehemente, se encontró en esos días que los estaban desalojando del poder. Famosa ya por su insaciable rapiña de los dineros públicos,
Ahora, en días recientes, me entero que hubo otra persona a quien interesó el tema de nuestra carencia de nacionalidad o, mejor dicho, de sentimientos genuinamente nacionalistas. Cabrujas habló de un país campamento. No adelanto ahora nada de lo que creo que quiso decir con esto. Lo exploraremos.
Me apropio del concepto de "país campamento" tan sóloporque será difícil conseguir uno mejor. Pero lo rellenaré con mis propias observaciones y convicciones. Tal vez pueda aportar algo. Seguiremos en otra entrega.
De "Paseo Colón" a "Paseo de la resistencia indígena" porque me da la gana!!
Personal del MBA se enteró de la reubicación por los medios
MIRELIS MORALES TOVAREL UNIVERSAL
Haber bautizado la obra de Rafael de la Cova con el nombre de Colón en el Golfo Triste pareciese haber sido premonitorio. Y es que dicha escultura no sólo ha sufrido tristemente las consecuencias del vandalismo, sino que ahora también será removida de su sitio original, dejándola por fuera de la renovación de Plaza Venezuela.
"Formalmente no se ha hecho la solicitud", afirmó Mercedes Otero, presidenta de Fundapatrimonio. "Y tampoco hemos previsto una segunda opción, en el caso de que el museo no la puedo recibir. Lo único que está claro es que al Paseo Colón no va a volver", acotó
En todo caso, la desdicha de Colón no parece terminar allí. Según Otero, la escultura de bronce no ha podido ser restaurada, porque Fundapatrimonio no cuenta con los recursos para reparar los rayones que le produjo el arrastre por el asfalto, así como los daños que tiene en la parte de atrás de la cabeza y la avería que sufrió el barco que llevaba a los pies.
Aparte, Colón será despojado de su base original, que compartía junto con la alegoría de Venezuela y dos piezas que evocaban a los reinos de España e Italia. Así lo dio a conocer el alcalde Bernal, quien aseguró que esta pieza se mantendrá en Plaza Venezuela para ser reutilizada en lo que será el Paseo de la Resistencia Indígena.
En opinión del historiador Roldam Esteva, el traslado de la obra de Rafael de la Cova al Museo de Bellas Artes constituye una negación de la historia universal, pues con ello se pretende menospreciar la hazaña del almirante genovés.
"En el siglo XIX, todos los países firmaron un acuerdo con España para reconocer los méritos de Colón. En tal sentido, esa escultura responde a una mentalidad del siglo XIX que debe respetarse, porque forma parte de la historia de este país. Esa obra de Rafael de la Cova fue la primera manifestación del gobierno venezolano, en manos de Cipriano Castro, para contribuir a la memoria de esa figura, que cambió la historia".
A su juicio, el cambio de ubicación sólo puede interpretarse como una incapacidad del Gobierno de controlar a los grupos radicales, puesto que, según afirmó, la Alcaldía de Libertador no optó por colocar la pieza en su lugar original, pues los dirigentes de Pachamana amenazaron con derribarla de nuevo.
"Al no colocarla en Plaza Venezuela le están concediendo la razón a ese grupo radical, que debería estar sujeto a la ley. Esto es un signo de derrota. Una demostración de miedo. Aparte no tiene ningún sentido que la escultura de Colón pase al museo, porque ella fue concebida para estar en un lugar público. Ella podría fácilmente estar en Plaza Venezuela, resguardada, como están ahora las obras de Alejandro Otero y Cruz-Diez".
mmorales@eluniversal.com
lunes, julio 21, 2008
Felicitaciones a nuestros hermanos colombianos por tan hermosa celebración de Independencia!
domingo, julio 20, 2008
Historiador venezolano (Manuel Caballero) opina sobre la descentralizaciòn
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Manuel Caballero que publica todos los domingos en El Universal.
Descentralizar es la consigna
La lucha presente es y seguirá siendo ante todo por la descentralización
El derrumbe de los partidos políticos que arrastró consigo el de la república civil fundada en 1958 se debió sobre todo a la ignorancia de la propia historia. Cuando decimos ignorancia no nos referimos a su desconocimiento (aunque también) sino sobre todo al abandono de la crítica y de la reflexión por la rutina. Nos referimos al hecho de haber desencadenado un proceso para oponerse luego a su culminación, asustados del cuero después de haber matado al tigre, creando así un cuello de botella que al final terminó por estrangularlos (no en vano los franceses llaman a eso goulot d'étranglement o sea gollete de estrangulamiento).
Si en adelante usamos como ejemplo a Acción Democrática es por haber sido ese, históricamente (no queremos decir cronológicamente) el primer partido moderno en Venezuela.
El agente, el emblema, el motor
Esa "ignorancia" de que se hablaba más arriba es por haber desdeñado o incomprendido el significado mayor, el más profundo, del nacimiento del partido: haber sido el agente, el emblema, el motor de la descentralización.
Al decir "descentralización" no nos referimos a lo administrativo (que es una parte de aquella), sino a lo político. El Estado venezolano, creación del gomecismo, nació como todos los Estados con una vocación centralizadora, unificadora, unanimista, autoritaria. Si hemos enhebrado todos esos adjetivos es para señalar que no sólo los diferentes matices de una misma realidad, sino para constatar un hecho antes de valorarlo. A partir de su existencia, hay un combate permanente de la sociedad por arrancarle espacios a ese Estado que la domina.
Y el primer agente de esa descentralización, de esa lucha de la Sociedad por arrancar espacios de autoridad al Estado, ha sido el partido político. Por razones históricas, Acción Democrática (y a su vera, quien más quien menos de los otros partidos) nació como un partido de corte leninista.
Un caso único
Para ser más precisos, como un caso único en el mundo: un partido leninista no marxista. Pero el partido leninista siempre lleva en su seno el germen de su propia destrucción, porque se basa en lo que podría considerarse un oxímoron político: el "centralismo democrático" que es como decir aceite vinagrero. O sea que es un organismo que combate contra la centralización autoritaria cuando su propia mitad es autoritaria, centralista.
Todo esto lo hemos desarrollado en varios de nuestros trabajos históricos. Aquí sólo queremos señalar un hecho, para entroncar con lo más arriba dicho: al final, en una sociedad y un partido transformados gracias a sus obras, AD reaccionó como un ente centralizador. Recordemos así las expulsiones "por computadora" de Alfaro Ucero, recordemos el "cogollismo" y todo eso.
Pero no pretendemos con estas notas a un simple ejercicio historiográfico. ¿Hay una posible lección para el momento actual? Hay por lo menos una, la misma cuyo reconocimiento llevó al triunfo al partido político y cuyo desconocimiento lo llevó a su estruendosa derrota presente.
Arrancar pedazos de autoridad
A saber que la lucha sigue siendo, y tal vez nunca deje de serlo, por arrancar pedazos de autoridad al Estado para entregarlos a la Sociedad. Dicho de otra manera, que el combate primero es y debe ser por la descentralización que es la democracia, contra la centralización que es el despotismo.
Por fortuna, tal y como las cosas se presentan en el momento actual, se hace más fácil hacerle comprender a los electores el significado de ese combate: cuando se estaba peleando la Presidencia, ellos podían confundirse pensando o sintiendo que se oponían dos opciones centralizadoras, dos matices de un autoritarismo lejano: mandar desde Caracas.
Unas elecciones regionales facilitan plantear a los electores una opción sencilla, comprensible, casi referendaria: ¿quieren Uds, que los manden desde Caracas, o quieren gobernarse a sí mismos? Y cuando decimos "mandar desde Caracas" no pretendemos que esta ciudad sea ahora privilegiada, bendita entre todas las ciudades.
El último lugar posible
Aunque en ella tengan su asiento unas autoridades nacionales por lo demás centralizadoras hasta el extremo límite, todos sus habitantes pueden constatar a diario como, en manos de los actuales gobernantes, ella ha descendido al último lugar posible en cuanto a calidad y nivel de vida, en cuanto a poder decisorio sobre su propio destino. Con un gobierno que de tal maneras le ha dado la espalda, Caracas debe y puede ser el adalid de esa descentralización de que estamos hablando.
Con su habitual torpeza de elefante en cristalería, y su no menos acostumbrada mescolanza de paranoia y fanfarronería, Chávez ha dejado al descubierto su juego con lo de "¡Vienen por mí!". Dicho de otra manera, muestra la actitud de todos los gobernantes autoritarios cuya mayor preocupación es que sus gobernantes vayan "a él", o sea, que de verdad y no sólo como una consigna demagógica y electorera, tomen en serio lo de su participación y su protagonismo, no los de un mandón que pretenda vitalicia esa condición.
Combatir la inseguridad, la corrupción, el nepotismo, el odio sectario: con todo eso hay un buen paquete de consignas para elaborar el mejor programa para los diversos candidatos de la oposición.
Pero por encima de ellas debe estar la de mayor alcance y significación históricos: la defensa de la descentralización. Administrativa, pero sobre todo política.
Historiador venezolano (Simón Alberto Consalvi) opina sobre el ensayo "Historia de un encargo: "La catira" de Camilo José Cela" de Gustavo Guerrero
Artículos de opinión de los historiadores venezolanos
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Simón Alberto Consalvi que publica todos los domingos en El Nacional.
sábado, julio 19, 2008
Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre el chavismo y las FARC
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.
Istúriz prefiere maquillar la historia con brocha gorda y Chávez ofrece un puente de plata
El chavismo se ha comportado de una manera curiosa en sus recientes relaciones con las FARC, hasta el extremo de dar pasos sin abandonar un solo punto de cuya querencia no se quiere alejar pese a que pretende sugerir sensaciones de distanciamiento. Es como el anuncio de un divorcio que el marido se niega a ventilar en los juzgados mientras les hace creer a los amigos que ya no quiere nada con la mala mujer que fue su compañera, o como el pregón de un viaje sin viajeros que jamás estuvo planeado, pero de cuyo itinerario se alardea ante los vecinos. Atrapado en una contradicción de discursos y conductas, el régimen no ha hecho en este caso otra cosa que manejarse según la dirección de los vientos que soplan contrariando su voluntad más acendrada, en espera de que amainen para que la navegación de su crucero de amor con la narcoguerrilla retorne sin incomodidad a la ruta original.
La primera evidencia de este periplo sin pasos efectivos se advierte en la conducta del teniente coronel, quien ha saltado del más rendido afecto a unas declaraciones que sólo en la superficie se parecen a una ruptura. La maroma que ha podido significar la suerte de duelo oficial que protagonizó ante la muerte de Raúl Reyes y las reservas manifestadas hace poco frente a los facinerosos, no es sino un salto ornamental para entretenimiento del público. ¿Acaso ha encerrado una condena como la que debe suceder cuando se intenta de veras una corrección? El hombre que ofrece el homenaje del respetuoso silencio ante la noticia del bandolero muerto no puede conformarse con una declaración de anacronismo para dar por concluido el trámite de un vínculo cargado de intimidad y movido por intereses comunes. Después de depositar lejanas pero sentidas ofrendas ante el cadáver de un desalmado, saca ahora unas cuentas debido a las cuales llega a la sospechosa conclusión de que sus huestes carecen de actualidad, de que trillan un sendero superado por la política latinoamericana. Conociéndolos de cerca, como los conoce, ahora no echa a los narcoguerrilleros al pajón porque forman parte de un designio de crimen y delito, de abyección y holocausto. Apenas se aparta de ellos porque tienen arrugas en la piel, porque le parecen achacosos manejando fusiles en la selva cuando impera el tiempo de las luchas cívicas y de los debates de ideas por la calle del medio. Ni una sola censura digna de atención en su proclama de separación, ni una sola crítica en torno a una de las conductas más deleznables de la historia contemporánea. Solamente hasta esa sinuosa postura lo ha movido el éxito de la Operación Jaque llevada a cabo por el gobierno de Colombia, es decir, hasta una distancia prudente que nada abona en relación con una metamorfosis de trascendencia frente a quienes ha apoyado sin cortapisas.
La impostura se hace más evidente cuando se relaciona con las interpretaciones que sus acólitos han manifestado sobre la Operación Jaque. No la han presentado como un movimiento impecablemente certero sino como una puesta en escena. Más todavía, se han negado a juzgarlo como una acción de rescate para insistir sin rubor ante los usuarios de VTV, o frente a los lectores de la prensa oficialista, sobre la realización de un nuevo acto de magnanimidad por parte de las generosas y patrióticas FARC, cuyo comando un buen día dispuso la libertad de un grupo de cautivos. En el campeonato de la manipulación y la tergiversación ha sobresalido Aristóbulo Istúriz, candidato a la Alcaldía de Caracas, quien no sólo machacó la insólita idea de un éxito de inteligencia militar transfigurado en acto de liberación propio de bienaventurados. También llegó al extremo de asegurar cómo los narcoguerrilleros habían tratado con esmero y aun con amabilidad a sus "prisioneros de guerra", para que les pagáramos tan mal quienes aplaudimos a las tropas triunfantes sobre la barbarie.
Dado que reconocer el éxito militar conduciría a confesar el descalabro de unos entrañables compañeros de viaje, de unos malhechores considerados como paladines de la justicia, Istúriz y otros "analistas" de su especie han preferido maquillar la historia con brocha gorda mientras el teniente coronel les ofrece un puente de plata para que se alejen un poco y para vuelvan a su regazo cuando sea oportuno, cuando algún milagro de San Tiro Fijo cambie la cara de las cosas, cuando la espada que camina por América Latina lleve de nuevo las aguas a deseable cauce. Pero existe un serio problema con este fementido desafecto: tiene que ver con la necesidad de que no descubran ahora a la narcoguerrilleros en el cortejo del jefe, pero les permite ocultarse a sus anchas entre nosotros mientras los golpea una tempestad que no parece tener fin. Menuda mudanza de matones sucedería en definitiva para nuestro mal.
martes, julio 15, 2008
Bicentenario de la Independencia: hace 200 años "Napoleón" llega a la Guaira
Saludos totalitarios y no es "Patria, socialismo o muerte; venceremos" pero está cerca
I. Richard Eder analiza el volumen para boston.com, mientras en el neoyorquino The Sun quien se ocupa del volumen es Richard J, Evans, profesor de historia en Cambridge y autor de un volumen de próxima aparición sobre el asunto: The Third Reich in Power (Penguin Press). Veamos qué nos dicen:
¿Pero qué significaba exactamente? La palabra “¡Heil!” tenía diversas connotaciones, que aludían a la salud, lo curativo, los buenos deseos. Por tanto, “¡Heil Hitler!” sopunía implícitamente desearle al líder nazi buena salud, así como invocar a Hitler como una suerte de ser supremo que podría concederla a quien recibía el saludo. En ambos casos, se presentaba a Hitler como una tercera persona, siempre omnipresente al encontrarse dos alemanes. La gente era consciente de estos significados, y algunas veces incluso se rieron de ello. Por otra parte, es curioso señalar cómo el saludo con el brazo en alto supuso mantener cierta distancia con el interlocutor para evitar cualquier accidente (hay varias anécdotas al respecto). En todo caso, esa distancia sustituyó la intimidad del apretón de manos, distanciando a las personas, que quedaban unidas exclusivamente por su lealtad a Hitler.
Este saludo también fue descrito de forma habitual como el “saludo alemán”, como un signo de la identidad nacional. De hecho, a partir de 1937 se prohibió que lo usaran los judíos, con lo que se convirtió en un emblema de la superioridad y la unidad raciales. En la Alemania meridional católica, en donde la gente se decía “hola” convencionalmente con las palabras “¡Gott de Gruss!” (algo así como “con Dios” o “ve con Dios”), se sustituyó el término “Dios” por la palabra “Hitler”, otorgándole un estatuto divino. Por tanto, se convirtió en un gesto nacional, afirmando la identidad colectiva, la de una sola raza al servicio de una única causa.
El régimen hizo que el saludo estuviera presente en cada momento de la vida cotidiana y, puesto que todos lo usaban, los que quizá fueron inicialmente renuentes se vieron sobrepasados. Además, no había otra alternativa y las implicaciones eran de gran alcance. Cuando se utilizaba en público, el “saludo” alemán militarizaba a las personas, marcándolas como miembros de una sociedad movilizaaa por la dirección nazi para la guerra. Así, reducía de hecho el sentido de su propia individualidad, minando su capacidad de aceptar la responsabilidad moral de sus acciones, la cual quedaba en manos de Hitler.
Allert señala estos múltiples significados del saludo de Hitler de forma persuasiva. Sin embargo, en el libro, hay una tensión evidente entre la pasión generalizadora propia del sociólogo y el respecto del historiador por los hechos particulares, a menudo obstinadamente recalcitrantes. Como sociólogo, quisiera que creyéramos que el saludo de Hitler se convirtió en un significante universal del abandono por parte de los alemanes de las comunidades e instituciones establecidas, tales como la iglesia, el ejército y la familia. En ese sentido, la Alemania nazi se habría conviertido en una nación de conformistas, que abandonaron sus lealtades sociales primarias en favor de otra más simple y singular, a Hitler. Como historiador, sabe que de hecho todo era mucho más complicado.
De entrada, hay que señalar que la gente utilizaba a menudo el gesto por coación. Así ocurrió sobre todo en los primeros meses del poder nazi, cuando los disidentes y los opositores al régimen temían ser detenidos o llevados a un campo de concentración. Las calles de Alemania estaban llenas de carteles en los que se advertía que “¡Los alemanes utilizan el saludo alemán!”, lo cual implicaba que quien no lo usara no podría ser tenido como parte de la “comunidad” nacional de los alemanes, siendo un extranjero, un paria, incluso un enemigo. Un viejo y conocido socialista le relató al periodista Charlotte Beradt que había soñado que el ministro nazi de propaganda, Goebbels, lo había visitado en su lugar de trabajo, pero que le había resultado extremadamente difícil levantar su brazo derecho para hacerle el saludo nazi al ministro; la cosa se solucionó al cabo de media hora, cuando Goebbels le habría dicho fríamente: “No quiero que me salude”. Esta única anécdota muestra todo el miedo, la ansiedad y la duda que caracterizaron las actitudes de muchos alemanes no-nazis hacia el saludo a principios del Tercer Reich.
Sin embargo, incluso entonces, y cada vez más con el tiempo, la gente adoptó frecuentemente un saludo convencional como los de antes, acompañando el saludo hitleriano con un “Buenos días” y un apretón de manos. Allert menciona esta práctica, pero no la analiza detalladamente. Quizá porque ello socava su argumento, pues implicaría aceptar que la gente se tomaba el “¡Heil Hitler!” como una formalidad más o menos irritante, que se anteponía por obligación al saludo real, el que permitía conectar con el amigo, el pariente, el colega o el conocido, restaurando los vínculos acostumbrados de la sociabilidad que habían sido momentáneamente violados por el gesto formal del saludo nazi. En todo caso, la gente dejó de usar muy pronto el saludo hitleriano, una vez pasó el período inicial de violencia e intimidación. Los visitantes de Berlín observaban ya a mediados de los años treinta que el saludo era menos habitual que antes. Hay una estrecha calle en Munich que todavía se conoce como “Callejón de los vagos”, porque la gente la utilizaba para esquivar el saludo que debía rendir a un cercano monumento nazi.
En octubre de 1940, cuando estaba claro que Alemania no iba a bombardear a los Británicos hasta la rendición, el corresponsal de la CBS William L. Shirer observó que la gente de Munich “había dejado por completo de decir el Heil Hitler!”. Tras la derrota alemana en la batalla de Stalingrado, el servicio de seguridad de las SS difundió la orden de que la gente no utilizara el “saludo alemán”, y de hecho había desaparecido virtualmente hacia el final de la guerra, excepto entre los fanáticos del partido nazi. Incluso cuando tuvieron que utilizarlo, los alemanes lo convertían a veces en un gesto de desafío contra el régimen. En 1934, los integrantes de un circo fueron sometidos a vigilancia policial tras haber sabido que habían estado entrenando a sus monos para hacer el saludo. Y hay una fotografía de unos mineros de la ciudad bávara de Penzberg, reunidos con ocasión de un desfile, que agitan sus brazos de todas las maneras posibles, ignorando al grupo de las juventudes hitlerianas que les siguen, mostrándoles cómo debía hacerse realmente.
A la postre, el historiador Allert sabe bastante bien, y así lo reconoce hacia el final de este fascinante volumen, que “sería demasiado simple leer el gesto como una muestra de apoyo” inequívoco. El hecho de que “la gente lo usara de forma oportunista, a la defensiva o incluso para expresar resistencia, aunque fuera velada y modesta”, combinado con el hecho de que los alemanes cada vez más a menudo lo rechazaran o lo descuidaran, o anularan su efecto acompañándolo de un saludo convencional, niega su argumento de que el saludo supuso por si mismo una “ruptura del sentido que la gente tenía de si misma”, “evadiéndoles de la responsabilidad de una comunicación social normal, rechazando el regalo del contacto con otros, permitiendo costumbres sociales decadentes y rechazando reconocer la franqueza y la ambivalencia inherentes a las relaciones humanas y al intercambio social”. La vida no es tan simple, ni siquiera aunque así lo piensen en ocasiones los sociólogos.
II. Dejemos ya al comentarista, a Richard J. Evans, y demos un paso más. John Heartfield (nacido Helmut Herzfeld, 1891-1968) fue un pionero del moderno fotomontaje. En el período de entreguerras, a caballo entre Alemania y Checoeslovaquia hasta su definitivo traslado a Inglaterra, desarrolló una de las miradas más originales y críticas con el poder político. Pues bien, una de sus obras lleva por título “Der Sinn des Hitlergrusses”, es decir, “El significado del saludo hitleriano”. La hizo en 1932 para una publicación del Partido Comunista, la Arbeiter-Illustrierte-Zeitung, mostrando a Hitler como una simple marioneta de los grandes potentados capitalistas.
lunes, julio 14, 2008
Efemérides: "Viva la France!"
Esto también es historia de Venezuela: 5ª corona de Miss Universo
domingo, julio 13, 2008
Historiador venezolano (Manuel Caballero) opina sobre la ideologìa chavista según Alí Rodríguez Araque
Artículos de opinión de los historiadores venezolanos
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Manuel Caballero que publica todos los domingos en El Universal.
A su regreso a Venezuela luego de sus vacaciones cubanas (¡qué envidia, haber podido bañarse en el mar de la felicidad!) Alí Rodríguez Araque fue recibido por sus adversarios con una inusitada cordialidad. Se le consideró la más brillante estrella en el firmamento chavista. Lo cual, debe decirse también, no le significó un esfuerzo como para estrangularle una hernia a nadie en el país de los ciegos...
De todas formas, apenas llegado, Alí habló claro y acaso también "raspao" (ya que es posible que esa declaración le guste más al hombre del túnel del San Carlos que al Héroe del Museo Militar; porque, envuelto en un pretendido elogio, el comandante Fausto dejó en pelotas al "proceso"). Casi al bajarse del avión de Cubana de Aviación, Alí dijo algo que no puede tomarse como un simple comentario volandero de viajero fatigado, sino propiamente como una declaración de principios.
No recordamos si empleó el gastadísimo ripio clásico del Ave Fénix, pero en todo caso le hubiese quedado como anillo al dedo. El antiguo comandante en jefe de Pdvsa le dio categoría universal al "proceso" diciendo que cuando todo el mundo lo creía cadáver (se supone que con la muerte de la URSS y el viraje chino hacia el capitalismo salvaje), el socialismo había resucitado con la revolución chavista.
Metámosle la lupa a esta declaración. La palabra socialismo sirve de marchamo a diversos productos políticos, desde el Jemer Rojo de Pol Pot en el Extremo Oriente hasta el socialismo portugués de Mario Soares en el Extremo Occidente. Sin embargo, nadie pretende que la socialdemocracia haya sido enterrada porque esté "por ahora" fuera del poder en Alemania y en Francia. Decir lo cual ubica el socialismo de Alí Rodríguez Araque en un lugar muy preciso: se estaba refiriendo al socialismo estaliniano por quien doblan las campanas a partir del 9 de noviembre de 1989, fecha exacta de la caída del Muro de Berlín. La Santísima Trinidad
Más aún: como según sus exégetas la "Revolución Bolivariana" nació con el golpe del cuatro de febrero, esto es, unos tres años después de aquella muerte, esta resurrección se produjo bajo el signo del número tres, como el tercer día de la resurrección de Jesús, y la trinidad de la nueva religión: Bolívar, Zamora y Simón Rodríguez.
Vamos ahora a la segunda parte.
Como sea, es ese el modelo de socialismo que reconoce como tal el antiguo "comandante Fausto": el mismo que pese a haber advertido que era apto "para un solo país" intentó universalizar el camarada Stalin una vez que pudo poner la Tercera Internacional (el Comintern) a su servicio personal e intransferible.
Ya sabemos, pues: lo que puede esperarnos si por acción (como el 2 de diciembre del 2007) o por omisión (la morosidad en presentar candidaturas unitarias), dejamos que se continúe tratando de imponer lo que ya nuestro pueblo ha rechazado con los pies (manifestando) y con las manos (votando).
Al decir "puede esperarnos" estamos, cierto, hablando de algo que se nos viene encima. Pero no somos ni pretendemos ser arúspices, esos adivinos que veían el futuro en las entrañas de un animal eventrado. Es cierto que todavía no tenemos nuestro paredón (abolido en 1864) ni una Siberia que acaso no tengamos nunca (al menos con toda esa nieve) ni tampoco las hambrunas y el genocidio; pero no es menos cierto que, como dice el perogrullesco dicho, "el que va a salir se asoma".
Y hay dos características (acaso las más salientes de ese socialismo del siglo veinte que Alí Rodríguez Araque ve resucitar en el veintiuno al conjuro de Chávez) que ya tenemos plenamente instaladas en este país que Colón, sin saber qué venía, llamó "tierra de gracia".
Ellas son el personalismo y el militarismo. La revolución rusa idolatró en vida al camarada Stalin, la china al presidente Mao, la cubana al comandante Fidel. Los cuales pretendieron que sus respectivos países se transformaran tomando como modelo el cuartel, emulsionando el Partido militarizado y el Ejército partidizado para hacerlos una y misma cosa.
De modo que aquí nadie trata de imponer ningún socialismo "del siglo XXI", porque, lo acaba de decir el hijo dilecto del compañero Fidel, de lo que deberíamos sentirnos orgullosos los venezolanos es de que el camarada Stalin, muerto, cremado y enterrado en el siglo pasado, haya renacido de sus cenizas en Venezuela al alba del nuevo milenio.
Historiador venezolano (Simón Alberto Consalvi) opina sobre la ideologìa chavista
Artículos de opinión de los historiadores venezolanos
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Simón Alberto Consalvi que publica todos los domingos en El Nacional.
Los muertos que vos matáis...
Cuando el Presidente de la República se dirige a los militares en sus heroicas arengas (armonizadas con el fondo musical de los bombarderos Shukoi), no tiene otro mensaje que lo seduzca más como participarles a sus generales "el fin del capitalismo", lo cual, según el visionario jefe del Estado, traería una era de felicidad a la humanidad con la implantación del "socialismo del siglo XXI", o sea, la resurrección feliz de aquel régimen que comenzó a derrumbarse con la caída del Muro de Berlín en 1989. Imagino que, por la calidez y entusiasmo de los aplausos, los generales comparten la teoría presidencial y todos a una celebran y brindan por los nuevos tiempos y por la era de abundancias que traerá consigo el sistema prometido.
No obstante las prédicas y las promesas del Presidente de Venezuela de que el capitalismo está haciendo aguas en el mundo, las cosas al parecer no andan por ahí, y más si uno observa a otros presidentes de países más influyentes que Venezuela, (un rato largo), como Brasil, México, la India, Suráfrica y China, (nada más ni nada menos que China), que esta semana viajaron a Japón para participar como invitados en la cumbre del G-8, donde junto a las potencias económicas occidentales se sienta el Presidente de la Gran Rusia, no de la URSS, (cuestión que no ha sido reconocida por el gobierno revolucionario de Venezuela).
Brasil, la India, México, Suráfrica y China forman parte del Grupo de los 5. Todos concurrieron a Japón como invitados del G-8. Sin los primeros, las potencias que tradicionalmente han dictado el catecismo económico, ya no están en condiciones de actuar solos. De ahí la presencia de los 5 en la Isla de Sapporo.
Representan las economías emergentes que comparecen en la escena mundial con fuerza tal que su reconocimiento es inevitable. De modo que ya comienza a vislumbrarse el Grupo de los 13, con lo cual podría hablarse de una verdadera representación global. Esta es una de las conclusiones de los observadores de esta cumbre, más allá de sus acuerdos o desacuerdos sobre el cambio climático, los precios del petróleo y la escasez de alimentos.
¿Qué andan buscando los 8 y los 5, o que buscarán cuando se sumen y sean los 13? Obviamente, no será la resurrección del comunismo ni su versión folklórica del "socialismo del siglo XXI", sino condiciones de avance social, de progreso material y de libertad sin restricciones, lo cual puede definir el siglo XXI y diferenciarlo del siglo de las guerras mundiales, de los holocaustos y de los dictadores despóticos. Nadie (con buen juicio) aboga en Europa por la vuelta de Hitler o de Mussolini. Nadie (con buen juicio) aboga en Rusia por la vuelta de Stalin y nadie (con buen juicio) aboga en la gran República de China por la resurrección de Mao.
Ahora se lee que el siglo XXI será el "siglo amarillo". Que el "siglo americano" está entrando en el ocaso. Eso dicen quienes escriben, como Fared Zakaria, sobre el mundo postamericano, The post American World. En todo caso, fatíguese usted los ojos y dele vueltas al mundo y trate de ver en qué otro país distinto de Venezuela se pretende establecer el comunismo o la metáfora que quiera usarse, y verá que el país de Bolívar es "único" y que el discurso del Presidente de la República a los militares no tiene par en el mundo.
Los militares, evidentemente, celebran con emoción ser protagonistas de tales cambios históricos aunque no los comprendan.
Se trata de un discurso verdaderamente original en esta época. No original en sí mismo, (porque es muy viejo) pero sí en la forma como se promete, a sabiendas de que no irá a ninguna parte, y que nos puede dejar en la ruina. Ni siquiera a esa "tierra prometida" que es Mercosur, un tratado de libre comercio fundamentalmente capitalista, donde Brasil tiene la última palabra. Por la inmensa admiración que Lula da Silva proclama por el Presidente de Venezuela, como por el protectorado intelectual que ejerce, uno podría suponer que el Presidente de Brasil viajó a la isla japonesa que alojó a los grandes del mundo para trasmitirles el mensaje de su amigo el Presidente Chávez Frías de que el capitalismo se estaba muriendo, sin que ellos se dieran cuenta.
Pero, no. Lula prefirió no alarmar a sus pares y buscar cómo conquista para el gigante suramericano las mejores condiciones del mercado mundial, antes de que "el capitalismo se acabe". Quizás para que su otro amigo, George W. Bush, no se vaya tan triste, Lula prefirió guardar el secreto. ¡Qué amigo tan solidario es Lula! Vea usted cómo va a Washington y cómo lo alojan en la residencia veraniega de los Bush. Tal como viene a Venezuela y pasea por el Orinoco y calcula cuántos puentes más se pueden construir sobre el río.
Mientras tanto, porque no hay quien le ponga el cascabel al gato, oiremos la jaculatoria de que el capitalismo ha muerto. Como decía Zorrilla: "Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud".
sábado, julio 12, 2008
Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre las ideas "prehistóricas" que dominan nuestra política
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.