Carlos Balladares Castillo
Publicado en El Nacional
El
domingo pasado (19 de mayo) finalizó en la cadena HBO la serie Game of Thrones (GOT) de David
Benioff y D. B. Weiss, inspirada en la serie de novelas: Canción de hielo y fuego (iniciadas en
1996) y escritas por el estadounidense George R. R. Martin (1948). Decir
esto seguramente sea redundante debido a su gran impacto en la cultura popular,
por lo que incluso nadie ha podido salvarse de sus spoilers (este escrito no
será una excepción) en las últimas semanas. Llegué tarde a la pasión por la
misma (cuarta temporada) gracias a la recomendación de una alumna, la cual me
dijo que seguramente me gustaría por ser estudioso de la historia, la política
y un cinéfilo empedernido. Al principio no me atrapó pero cuando Tyrion
Lannister (Peter Dinklage) le dice a Jon Snow (Kit Harington): “La mente
necesita libros como la espada necesita una piedra de afilar si quiere mantener
su agudeza. Por eso leo tanto”, me hice fiel seguidor. No solo estaba llena de
diálogos y eventos relativos a la lucha por el poder, sino que todo ello se
desarrollaba en un contexto de ficción medieval, desarrollando siempre giros
narrativos impredecibles. La octava y última temporada había comenzado algo
floja pero logró un buen cierre, como si la Edad Media llegara a su fin de
algún modo.
Al
principio me dio la impresión que el final se desviaba de la tendencia de la
serie a mostrarnos la arraigada maldad que poseemos, y especialmente en la
lucha por el poder y la construcción del orden. Me pareció que había sucumbido
al tradicional: ganaron los buenos. Algo de eso hay, porque a todos nos gusta y
no perdemos la esperanza y la fe en que el Bien siempre termina venciendo. Pero
hay que comprender, además, que Occidente hoy se sigue enfrentando a la amenaza
totalitaria y atómica; y la personalidad populista de Daenerys Targaryen
(Emilia Clarke) combinada con dragones fue una excelente metáfora de la misma (escena
del discurso frente al ejército es clara alusión al Triunfo de la voluntad (1934) de Leni Riefenstahl (1902-2003)). Es
por ello que fue inevitable mostrar esta realidad y la necesidad de luchar contra ella. Y entre
tanta ambición de poder siempre sobresale alguna buena persona en política. Una
vez, al ver en la serie los buenos se corrompían pregunté si había alguien
diferente y la respuesta fue clara: Jon Snow y Samwell Tarly (John Bradley-West). Snow termina reviviendo y
es el que termina haciendo la diferencia con su inmensa generosidad y
sacrificio (“el deber por encima del amor” conyugal), por lo cual es una
especie de Jesucristo pero en la lógica de la trama de GOT.
Otro
aspecto claramente occidental que termina mostrando la conclusión, es el
triunfo de la racionalidad. Hecho que explicó muy bien el amigo y profesor
Ángel Álvarez al decir: “Ante el equilibrio de poder entre fuerzas igualmente capaces
de asesinarse mutuamente, se genera incertidumbre sobre el resultado de la
confrontación violenta, de lo cual solamente sale pactando la democracia (escogencia
del líder por voto en lugar de linaje).” Se pasó de la monarquía hereditaria a
la electiva. A una especie de aristocracia donde la sensatez prevaleció. Las
imágenes finales, ofreciendo los nuevos retos (liderazgos) de los hermanos del
linaje Stark que sobrevivieron a la degollina, me ha dejado satisfecho. En
especial Arya (Maisie Williams) con su viaje hacia el Poniente desconocido, tal
como hizo Cristóbal Colón (1451-1506) y con el cual en la historia de la
humanidad “finalizó” la Edad Media. Es expresión de nuestro anhelo de viajar,
de ir más allá de lo conocido.
La
serie merece muchos comentarios, críticas y reflexiones. No solo de su última
temporada sino de cada una de ellas. No las hicimos antes pero no pasa nada,
porque al elevarse a la categoría de clásico recibirá nuevas lecturas que
merecerán escritos como este. Quedamos en deuda. Finalizamos con una última
idea ofrecida por el gran Tyrion al afirmar que el poder no reside ni en el
dinero, ni en la violencia, ni los linajes sino en las historias. Logrando de
esa forma “mirar” de manera trascendente la serie y juzgarla, señalando que las
ficciones y las ideas representan la esencia de nuestra humanidad. Por ello no
podemos dejar de contarlas en libros (tal como se muestran en esas últimas imágenes)
como en imágenes en movimiento tal como nos ofrece el cine.
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