Friday, April 10, 2015

Breve entrevista a una novel historiadora venezolana (4): Milagros González (primera parte)

Milagros González en el lente del gran fotografo Luis Brito (1. enviar foto). Doy gracias a la
profesora María Magdalena Ziegler por haberme presentado a esta colega suya del mundo del arte y los museos, un área de la historia tan fascinante pero tan descuidada por mi - ¡ah el problema de la especialización! -. Gracias por la amistad y el tiempo. 

Profeballa



2.       Resumen de su vida como historiadora: (ciudad de nacimiento,
año), ciudad donde vive actualmente, pregrado, postgrado, docencia,
investigación, publicaciones.

Nací en Caracas, en 1970. Actualmente vivo en Miami, USA. Estudié Museología e Historia del Arte en la Universidad José María Vargas, y cursé la Maestría en Historia de las Américas de la UCAB. Actualmente en tesis del Doctorado en Historia de la misma Universidad. Trabajé 10 años en el Museo de Bellas Artes de Caracas (MBA), en el período en que realicé los estudios de postgrado, por lo que mis estudios los viví a través de las necesidades de esa institución. El MBA fuela gran fuente primaria, para muchas de mis investigaciones. Mi tesis de maestría fue una respuesta a la memoria del Museo, pues estudié los inicios de los museos en Caracas (y, por lo tanto, los inicios del MBA), y el rol que en ello jugaron los intelectuales de la época. Tuve la suerte de tener como tutor al Profesor Elías Pino Iturrieta, todo un lujo he de decir, y de  haber formado parte de una cohorte de los talleres de Milagros Socorro en la Fundación Polar, lo que fue también excelente.


Pues bien, esta investigación sobre los museos fue tan generosa que devino en la tesis (por supuesto), en una exposición en el MBA en diciembre de 2004 (titulada Coleccionismo I, documentos y relatos. Inicios del Museo de Bellas Artes de Caracas. 1917-1938), la publicación del catálogo de la referida exposición (Museo de Bellas Artes, Caracas, 2005), un artículo: “Una vitrina para la nación. La Exposición Nacional de Venezuela en 1883”, El Desafío de la Historia, Año I, Nº 3, Caracas, y finalmente, la publicación de la tesis, De la colección a la Nación. Aventuras de los intelectuales en los museos de Caracas (1874-1940),  Colección Periodismo y Memoria, Fundación Polar, Caracas, 2007. Fue un proceso que empezó en 2002, cuando estaba embarazada de mi primer hijo. Empecé a escribirla tesis durante el post parto, entre las sesiones de lactancia. Cuando defendí la tesis (finales de 2005) me acababa de enterar de mi segundo embarazo, estaba entre la náusea del primer mes, la felicidad por el bebé y el susto de la defensa. Y cuando publiqué el libro, mi segundo bebé ya era una realidad en mis brazos. Siempre relaciono esta investigación que me llevó cinco años, con mi maternidad. En lugar de sentir que el hecho de ser mamá me coartaba, me nutrió, me dio fuerzas. Todo, la persecución de archivos, recopilación de datos, análisis de los mismos, búsqueda de datos faltantes, construcción de hipótesis, conseguir una voz propia para el discurso, y finalmente, escribir, lo hice al compás que me indicaba la maternidad. 


Desde el pregrado me he interesado por el coleccionismo como fenómeno, a lo largo del tiempo. Estudiar cómo un conjunto de objetos (en una colección de un museo, una colección personal, una biblioteca, o incluso, un testamento) permite entender y visualizar un aspecto dela sociedad, su momento, el imaginario de sus integrantes, un atisbo al universo en que vivieron nuestros antepasados. Su cotidianidad, estatus social, sus anhelos, sus sueños y pesadillas, y su más concreta realidad. Ello me llevó a estudiar los bienes muebles de las testamentarías de tres presbíteros del siglo XVIII que se encuentran en el Archivo Arquidiocesano de Caracas: “Dignidad y Estatus más allá de la muerte. Estudio de los bienes muebles en las testamentarías de los Presbíteros Don Juan Félix Jeres de Aristigueta (1784), Don Pedro Manuel Noriega (1782) y Don Josef Bernardo Álvarez Daboy (1782)”, publicado en Cuadernos Unimetanos, Año V, Nº 24, julio de 2010, Universidad Metropolitana, Caracas.

El Doctorado, del cual me falta la tesis, me dejó dos grandes temas en el tintero (uno en proyecto y el otro a medio escribir), los cuales he tenido que dejar en un compás de espera, mientras transcurre esta nueva etapa de adaptarme a un nuevo país, para vivir la aventura del inmigrante y lograr echar raíces para el futuro de mis hijos. Estos temas son por un lado el rol de José Gómez Sicreen la difusión internacional del arte venezolano a partir de 1948 y hasta alrededor de 1970 (aún no logro delimitar a gusto el marco temporal, es algo en proceso), y por el otro los eventos en torno a las estatuas ecuestres de Simón Bolívar y Antonio Guzmán Blanco (1872-1889). El interés por estos temas surgió de dos seminarios distintos, por ello la disparidad en las fechas y los temas. Pero ambos tienen que ver con obras de arte, su adquisición y proyección como reflejo del país, de lo que la sociedad venezolanaproyectaba en ellas. Ambos llevan entre las líneas sobre los grandes hombres, historias de pequeños hombres llevando a cabo grandes empresas. El tema de las estatuas ecuestres fue llevado al II Congreso Internacional sobre Escultura Virreinal (Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM) en Puebla, México, en octubre de 2010, y se sintetizó en un artículo “Héroes a caballo, mortales por tierra. Las estatuas ecuestres de Simón Bolívar y Antonio Guzmán Blanco”, en El Desafío de la Historia (Año 5, Revista 38). El estudio de José Gómez Sicre está aún en espera de su momento.


3.       ¿Cuándo y cómo nació su vocación como historiadora?

Desde niña me interesé por los procesos de largo aliento: empecé por la geología (amaba leer sobre volcanes, edades geológicas, y coleccionaba fósiles), luego los dinosaurios, las pirámides. Soñé con ser egiptóloga, luego arqueóloga. Nunca pensé en ser historiadora, para entonces, pensaba que la historia nutría todo aquello que me interesaba, y que partía siempre de los objetos, del patrimonio cultural. En segundo año de bachillerato tuve un buen profesor de Historia Universal (era bueno, aunque creo que sólo tres alumnos le hacíamos caso). Creo que entonces consideré la historia como una posibilidad. También me gustaba la biología. Por lo que con tumbos y desaciertos terminé en la Facultad de Medicina de la UCV, donde una de mis materias preferidas (una isla en medio de la ansiedad que me causaba esa carrera), fue casualmente Historia de la Medicina (una materia que mis compañeros médicos de vocación, veían con fastidio). Abandoné esta carrera a tiempo, y afortunadamente llegué a la Escuela de Museología, donde pude reencontrarme con los objetos que atesoran la memoria. Y entonces descubrí que todo objeto museológico tiene tras de sí innumerables documentos. Que las colecciones museológicas necesitan de la metodología del historiador. Pensé hacer un postgrado en historia, pero me preocupaba mi pésima memoria y una tendencia que tengo a invertir el orden de los números (por ejemplo, cambiar las fechas mientras hablo, lo cual es sencillamente, grave para un historiador). Entonces mi profesor de historia en pregrado, William Parra me dijo: “los documentos son los que te garantizan la precisión en tu trabajo, no necesariamente tu memoria. Lo que hace poderosa una investigación es el manejo creativo que tengas de tus fuentes. Te aferras a los documentos, confirmas antes de escribir o exponer la información. La haces tuya y la interpretas. Hacer memoria no necesariamente significa tener una gran memoria”. Esa reflexión me liberó y salí corriendo a inscribirme en el postgrado de Historia de las Américas de la UCAB.

4.       ¿Qué lectura, película-serie, o persona fortaleció dicha
vocación? ¿Cuál es su historiador preferido y por qué? ¿Qué libro de
Historia recomienda y por qué?

Mi formación como historiadora fue bastante accidentada y poco convencional. Por mis manos pasaron libros que nunca utilicé (no hablemos de textos como la Anatomía de Rouviere o la Fisiología de Guyton), libros de museología  pura,  autores de historia del arte como E.H. Gombrich o Erwin Panofsky. Hay muchos libros que me faltan por leer, y tal vez no me alcance la vida para ello. 


Panofsky y su análisis iconográfico e iconológico siempre me fascinó. Tal vez porque es una manera muy concreta y estructurada de aproximarse a los objetos museológicos. Es, en cierto modo, una manera de diseccionar el objeto y sus documentos. ¿Tal vez esta afinidad un legado de mi paso por el Instituto Anatómico de la UCV? Quién sabe.


“El Museo Desaparecido”, de Héctor Feliciano, al igual que “Monuments Men” de Robert E. Edsel. Son dos libros que he leído con emoción. La Historia de la Fealdad, de Umberto Eco, una manera de acercarse a la historia del arte desde el ángulo más interesante, a mi manera de ver. Me encantó la serie de History Channel “Los hombres que construyeron América”. 


5.       ¿Cómo fue su experiencia en el pre y/o postgrado de historia?

El pregrado en la Escuela de Museología e Historia del Arte, fue un período para reencontrarme, luego de mi etapa de extravío en la Escuela de Medicina. Para armar un rompecabezas y entender hacia dónde iba. Pude haber optado por las áreas más técnicas de la museología y en ese caso alejarme de la historia, pero no fue así. Afortunadamente desde un principio entendí que el área de investigación era lo que me llamaba, y traté de tomar la mayor cantidad de pasantías en departamentos de investigación de museos. La profesora Lola Lli Albert me ayudó a entender que si desarrollaba una metodología clara de investigación, el resto era solo corazón y esfuerzo. El profesor Armando Gagliardi me ayudó a entender el museo como fuente primaria, y me dio una materia que fue seminal: Historia del Coleccionismo. Hice tres semestres de pasantías trabajando para el Diccionario Biográfico de la Galería de Arte Nacional, bajo la tutela de Alejandro Salas y Esmeralda Niño. Considero que esa fue una de mis principales experiencias formativas en el pregrado para llegar a ser la investigadora que soy actualmente: aprendí a hacer con emoción lo que muchos investigadores de los museos evaden: biografías y cronologías. Encontré el gusto en enterrarme en carpetas de prensa, en archivos administrativos, en buscar (¡y encontrar!) fechas de nacimiento que algunos artistas vivos no me quisieron revelar, por coquetería. Cuanto lamento haber difundido sus secretos. Descubrí la emoción que brinda encontrar un dato, una fecha, un nombre. No me imaginaba que una pieza de información podía hacerme la vida más feliz durante, al menos, una semana. 


En el postgrado tuve la ocasión de recibir clase con excelentes historiadores. Es realmente una fortuna asistir a una clase de Elias Pino Iturrieta, Manuel Donis,  Lucía Raynero, José Ángel Rodríguez, Rafael Strauss, Oscar Abdala o Demetrio Boersner. Cada uno me brindó algo de su visión de la historia, de su manera de aproximarse a ella. De su pasión por generar preguntas nuevas ante cada hallazgo. Con ellos entendí que la historia es un hilo que vamos siguiendo, al tiempo que tejemos un discurso. Al profesor Pino Iturrieta mi eterno agradecimiento por haber sido un tutor que me planteó nuevos retos en cada reunión. Cuando empecé a trabajar la tesis con él, tenía muchas inseguridades: fundamentalmente, yo sentía que mi formación tenía “fallas de origen” (no era historiadora de la UCV, era un bicho raro, una “museóloga”). El profesor Pino Iturrieta me ayudó a sacar lo mejor de mí y, gracias a que me trató con un respeto infinito, aprendí a valorar mi formación como museóloga. A lo largo de mi tesis entendí que la museóloga que había en mí, con una metodología de investigación (adquirida en pregrado gracias a Lola Lli Albert) tenía mucho que ofrecerle a la investigación histórica.

6.       ¿Cuál fue su primer escrito como historiadora o cuál fue el
que más le gustó? ¿A quién se lo dedicó?

Mi único libro, hasta ahora. De la Colección a la Nación. Aventuras de los Intelectuales en los Museos de Caracas (1874-1940). Colección Periodismo y Memoria. Fundación Polar, Caracas, 2007. 

Se lo dediqué, por supuesto, a mi esposo y mis dos hijos: “A Fernando, por su apoyo y el amor compartido; a Enrique Arturo por su estímulo (diverso y ruidoso) y a David por su dulzura y placidez. Ellos me acompañaron durante esta investigación”. 

(Concluye mañana)

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