Wednesday, September 03, 2014

Hace 75 años el polaco-venezolano Richard Gluski vivió el comienzo de la Segunda Guerra Mundial (II)



Mientras tanto los alemanes avanzaron por Bélgica e invadieron Francia destruyendo la fortificada Línea Maginot, lo que obligó a las tropas aliadas a huir masivamente hacia la Gran Bretaña embarcando las tropas por el puerto de Dunkerque. La huida fue bien ejecutada, a pesar de la inmensa presión que ejerció el ejército invasor. Los aliados lograron salvar la vida de más de doscientos mil hombres, que más tarde lucharon en la Batalla de Inglaterra, en la cual se inició el proceso de recuperación de la libertad. We shall never surrender fue el grito de guerra de Churchill y va  a ser también el  principio básico en el que se fundamentaron los soldados polacos para enfrentarse sin reservas contra los nazis en defensa de la soberanía de su pueblo. Al principio de la Guerra lucharon a caballo, lanza en ristre y con la ametralladora al hombro, pero en Inglaterra los entrenaron para luchar con armas modernas y los incorporaron a la división acorazada.



Gluski se alistó en el Escuadrón 305 como piloto de la Fuerza Aérea Polaca en el exilio, adscrito a la Royal Air Force. Durante su permanencia en Inglaterra sirvió con extraordinario valor, bajo el mando del general Hugh Dowding, con quien tuvo la satisfacción de participar en la ocupación de Alemania donde sintió la profunda alegría de saborear el triunfo de la libertad y de la justicia, así como del fin de la más terrible tiranía que haya sufrido la humanidad, pero muy pronto se enteró de los Acuerdos de Yalta, lo que colocó a su país natal bajo el mando de las huestes de Stalin.



Las múltiples acciones militares en las que participó sobre los cielos de Polonia, Francia, Italia, Inglaterra y Alemania le valieron el ascenso al rango de Capitán de Bombarderos de la Royal Air Force y la obtención de la presea Virtuti Militari por sus destacados servicios, pero a pesar del esfuerzo por acortar el tiempo de la guerra, el holocausto causó la muerte de cinco millones de polacos, incluyendo al padre y a uno de los hermanos de Gluski. Un ejemplo de lo acontecido puede ser apreciado en la estadística de la población judío-polaca que, para el inicio de la confrontación alcanzaba la cantidad de 3.500.000 personas, la cual se redujo a 350 mil luego de la hecatombe. No fue la única pesadilla del pueblo polaco: Treblinka, la esclavitud, el empobrecimiento, la pérdida de sus bienes, las masacres de Katin y de Varsovia, constituyeron horas de dolor y extrema penuria para la población. Sin embargo, Polonia tendría aún que esperar casi medio siglo para ver el nacimiento del grupo Solidaridad que, liderado por Lech Walesa, conduciría al pueblo polaco hacia la democracia y la libertad, lo que no fue posible recuperar en 1945. 


 FUENTE:

Gluski, Richard (1948). MEMORIAS. Caracas: Documento publicado en la obra EL ÚLTIMO LANCERO, original de Carlos Alarico Gómez (2002). Edic. La Galaxia.
  
(Concluye mañana).

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