Autor: Carlos Balladares Castillo
Publicado en El Nacional y Noticiero Digital
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Las propuesta oligárquicas de Fermín Toro
Los historiadores y
críticos de nuestra literatura afirman que la primera novela venezolana es “Losmártires” (1842) de Fermín Toro (1809-1961). Autor que no necesita presentación
en el ámbito nacional, por ser uno de los próceres civiles que edificaron la
república después de la separación de la Gran Colombia. Él es un personaje
fascinante por ser un autodidacta que brilla en medio de militares y caudillos.
En su novela hay una clara advertencia a Iberoamérica ante la Revolución
Industrial, pero al mismo tiempo creemos ver una propuesta política alternativa
a los cambios que se avecinaban.
“Los mártires” es una
noveleta (60 páginas) la cual corresponde a la tradición de los “folletines”
que se publicaban por entregas en los periódicos. Según afirma Virgilio Tosta su
primera aparición fue en la revista “El Liceo Venezolano” en sus números 2 al 7,
correspondientes a los meses de febrero a julio de 1842. Nosotros la hemos
leído en su edición de la Dirección de Cultura de la Universidad Central de
Venezuela del año 1957 y compilada por Virgilio Tosta y que lleva por título: “Tres
Relatos y Una Novela”.
El drama se
desarrolla en el Londres industrial de 1839 y no en la Venezuela de esa misma
época, algo que lamentamos por ser la primera novela venezolana. Pero considero
fue su forma de decirnos que estábamos bien con nuestra realidad agrícola, a
diferencia del horror industrial que había olvidado la caridad cristiana. En un
inicio contrasta la vanidad de la riqueza y el lujo con el sufrimiento de los
pobres (mártires del industrialismo). Toro describe cómo la miseria lo destruye
todo, hasta las almas más puras; pero – creo observar en su relato esta idea -
la caridad de algunos hombres ricos pueden salvar a “los mártires” de su
terrible destino.
La noveleta narra la
decadencia de los Richardson: “Una familia amable y virtuosa, a quien una serie
de calamidades había hecho ir descendiendo de grado en grado hasta sumirla en
la más espantosa miseria” (p. 141). Pero también se resalta el amor entre Emma
Richardson y Eduardo, dos jóvenes que vivirán un imposible que terminará en inevitable
tragedia. En un momento pareciera que un joven rico (Héctor Mac-Donald) salvará
a la familia de su miseria pero resulta finalmente ser un pícaro que quería
aprovecharse de la inocente Emma.
El autor dedica
algunas páginas a contar la historia de los ancestros de Héctor Mac-Donald,
como queriendo resaltar la “edad dorada” de un pasado no tan lejano cuando los
pobres eran protegidos por los aristócratas. “Si los nobles, ricos y bien
educados no fueran generosos, yo no sé quien entonces tendría obligación de
serlo” (p. 151). La cristiandad y la nobleza conservaron una armonía social que
el inmoral y materialista siglo XIX ha destruido para siempre. Es por ello que
este joven rico usa su abolengo como un disfraz de perversos intereses. El
industrialismo no es la felicidad de la sociedad parece repetirnos su autor,
porque:
“Nada eleva tanto el
alma del hombre como el amor y la religión; uno y otro sentimiento ennoblecen
el corazón, le hacen tierno y generoso, y como que le rescatan de sus
ordinarias flaquezas. Ante su Dios y su amada, el hombre es un noble ser: su
homenaje es puro, su promesa firme, heroicos sus esfuerzos, sublime su
constancia. Si espera, es con la fe del ángel, si teme, con la humildad del
mortal” (p. 157).
¿Por qué se perdió la
nobleza del joven Mac-Donald? Porque Europa le dio la espalda a su tradición
cristiana y se rindió a la seducción de los lujos y el egoísmo del capitalismo
industrial. Toro podría agregar una advertencia a los hispanoamericanos: ahora
que damos los primeros pasos de nuestras naciones no debemos engañarnos con el
supuesto brillo del viejo continente, donde el pueblo “se va hundiendo en la
miseria a media que se dice que la nación va haciéndose más rica” (p. 167). Al
contrario, debemos resaltar las tradiciones católicas de nuestra historia.
Tradiciones que protegen al pobre y que alejan los pecados de la opulencia. Sin
duda para este prócer civil no éramos europeos ni debíamos serlo.
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