Para mi siempre será, junto a Manuel Caballero y tantos otros, defensor de: la historiografía profesional nunca la propaganda que hacen muchos hoy en día, y de los principios republicanos y democráticos en estos tiempos oscuros que vivimos.
Profeballa
Les dejo el correo que nos mandó el colega e historia Tomás Straka
En recuerdo al luchador, al editor, al periodista, al
ensayista, al diplomático, al historiador que se nos fue esta tarde, una nota
que publicqué sobre él hace un tiempo en El Nacional. Paz a su restos.
El republicanismo constante de Simón Alberto Consalvi
Un protagonista a la sordina Aquella noche todos los
venezolanos estuvimos frente al televisor. Un hecho insólito para las últimas
generaciones estaba por ocurrir: un presidente no terminaría su periodo
constitucional. Con el eco de los cohetes en el fondo –porque su defenestración
fue muy celebrada– Carlos Andrés Pérez anunciaba su renuncia al país. Quien
había llegado dos veces a Miraflores surfeando una gran ola de votos, quien fue
considerado uno de los “duros” del gobierno de Rómulo Betancourt, quien llegó a
considerarse uno de los líderes del Tercer Mundo y quien logró unos niveles de
popularidad pocas veces vistos (antes y después) en nuestra historia, al final
ya no pudo más. Se le quebró la voz. “Hubiera preferido otra muerte”. Sobre su
vida política cayó el telón.
Hoy repasamos sus palabras y nos parecen premonitorias de
todo lo que ha venido después. Pero entonces (20 de mayo de 1993) la mayor
parte estaba en el paroxismo del desencanto. Hay que haber vivido aquellos días
para comprender el clima de rabia que se respiraba en el país. Rabia contra él
–tan amado hasta la víspera– y contra un régimen que ya acumulaba, la verdad,
demasiadas fallas. Por eso no sólo salió buena parte de los venezolanos a
celebrar, sino que pronto se encargaría de elegir a los “náufragos políticos de
las últimas cinco décadas” –así los definió– que en gran medida lo acababan de
tumbar. Para Simón Alberto Consalvi aquello es un recuerdo doloroso. No sólo
por su amistad con el hoy reivindicado –al menos para muchos– presidente Pérez,
sino porque a su talento se debió el discurso. Fue él quien creó las figuras
estremecedoras (incluso para los que más odiaban a Pérez) y contundentes, que
ya tienen su lugar en la historia, en especial estas del naufragio y de la
muerte.
Es este tipo de protagonismo a la sordina el que ha
caracterizado la larga vida política de Consalvi (Santa Cruz de Mora, 1927).
Cuando se haga una historia de aquellos hombres y mujeres que edificaron la
república liberal y democrática que fuimos entre 1958 y 1998, con todos sus
defectos pero también con sus grandes virtudes, tal vez Consalvi encabece la
lista de políticos, funcionarios y tecnócratas a cuyo trabajo paciente,
normalmente callado, generalmente honesto (¡en un país con tanta corrupción!),
se debe mucho de lo mejor que somos. Consalvi se encuentra entre ellos. Y no es
que pretendamos una realidad idílica que no fue, o que negamos todas las fallas
que se agudizaron hacia la década de 1980, los casos de corrupción e impunidad
que generaron justa indignación, el frenazo en la movilidad social, las
debilidades estructurales del modelo rentista, el colapso final. Es que esos
aspectos no opacan (más bien al contrario) la labor de aquellos venezolanos más
bien anónimos que aguardan por su lugar en los libros de historia nacional.
El de Ramón Hernández que se reseña en estas líneas (Contra
el olvido. Conversaciones con Simón Alberto Consalvi) es una contribución a
ello. Su éxito entrevistando a Germán Carrera Damas (El asedio inútil.
Conversación con Germán Carrera Damas, Caracas, Libros Marcados, 2009), junto
con el deseo cada vez más amplio de la sociedad por comprenderse en el tiempo,
auguraban otros proyectos similares. Enhorabuena este lo vino continuar.
Además, Venezuela está dejando de ser un país en el que “no
se escriben memorias”. Por eso resulta tan significativo que las memorias de
Enrique Tejera París hayan alcanzado el éxito editorial que tienen, o que en
poco tiempo hayan aparecido las de Ramón Escovar Salom y Miguel Ángel Burelli
Rivas. O la densa entrevista que Agustín Blanco Muñoz le hizo a Carlos Andrés
Pérez. Tal vez ellas nos demuestren que alcanzamos otra tesitura política en la
que los políticos son también hombres letrados; el ejercicio del poder se
siente confrontado por sus ciudadanos (y por la historia), y esos ciudadanos
tienen el cacumen y el interés pedir sus cuentas. Si no todos, por lo menos
bastantes para comprar varias tiradas de estos libros. Siempre lamentaremos que
Rómulo Betancourt falleciera antes de culminar sus memorias, así como la
aparente desaparición de las notas en las que ya tenía, hasta donde se sabe,
algunos capítulos muy avanzados.
La larga entrevista que Hernández le hace a Consalvi
no tiene una vocación biográfi ca. Pero sin duda será una fuente para quien
intente hacer una.
Es, sobre todo, una conversación sobre la actualidad.
En esto, como en tantas cosas, Betancourt fue un adelantado
de nuestra modernidad.
La verdad es que larga entrevista que Ramón Hernández le
hace a Consalvi no tiene una vocación biográfica.
Pero sin duda será una fuente para quien intente hacer una.
Es, sobre todo, una conversación sobre la actualidad. Pero
al menos quien escribe echó de menos una indagación más honda en el alma y en
el pasado del entrevistado, por mucho de que nos dé valiosas pistas al
respecto. Sabemos que eso no se debe a poquedad de Hernández, cuya veteranía
está más allá de toda duda. Es que Consalvi también conoce los trucos del
oficio y tiene con qué eludir aquello que, por una razón u otra, prefiere no
comentar. Hernández lo advierte en varias partes: “Consalvi no es dado a
compartir cuitas personales” (p. 133); “reservado, no va contando sus cuitas al
primer transeúnte que se tropieza” (p. 185). Es evidente que no lo quiere, pero
con lo que dice ya se revela como un estupendo personaje para biografiar.
Esquema para una biografía. Simón Alberto
Consalvi es un andino que mira y oye con atención, pero que pesa muy bien el
valor de lo que dice. O, para no caer en estereotipos, es un periodista que
precisamente porque conoce el poder de la palabra, entiende cuándo emplearla y
cuándo dejarla en paz. Tiene también la discreción del militante de Acción
Democrática, que conspiró contra la dictadura militar y pagó su atrevimiento
con tres años en la cárcel de Ciudad Bolívar; del exiliado en Cuba, donde se
relacionó estrechamente con el elenco de la Revolución; del diplomático que en
el Belgrado de los años sesenta supo a qué sabía el socialismo real,
indistintamente que fuera en su versión ligth de Tito. A lo mejor fue esta dura
pedagogía la que lo enseñó a callar. Cuando se acercó a los 40 años terminó de
convertirse en el personaje que es. Inició su labor como gerente cultural
heredando a Mariano PicónSalas (que muere en la víspera de su apertura) en el
Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba), y fundando la revista
Imagen, todo un hito en la cultura venezolana. Es en su gestión cuando comienza
a otorgarse el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Finalmente
remata con la fundación Monte Ávila Editores, una referencia editorial en el
continente.
Entre la cultura y la diplomacia seguirá su carrera.
Ministro de Relaciones Exteriores en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez
(aquí desliza una de las pocas confesiones del libro: considera aquél su mejor
momento en la vida), tendrá un papel fundamental en la rea lpolitik del
gobierno que se abre hacia el campo socialista, en especial Cuba. No se trataba
de cualquier cosa cuando gobernaba el gran vencedor de la guerrilla en los
sesenta.
Es la época de la Gran Venezuela que aspiraba a ser líder en
el Tercer Mundo, que participaba en procesos tan neurálgicos como el de la
Revolución Sandinista o en la entrega del Canal al gobierno de Panamá; y que
hablaba de antiimperialismo y no alineación.
Durante los años ochenta –ya más grises en Venezuela, pero
especialmente dorados en su diplomacia– Consalvi vuelve a la cancillería, ahora
bajo el muy controvertido gobierno de Jaime Lusinchi (del que sale con el
prestigio indemne). Pudiera pensarse que para entonces lo más interesante de su
vida quedó atrás, pero son los años de Contadora y la pacificación de
Centroamérica; de la democratización de Sudamérica; de los grandes avances en
la integración; de la crisis de la deuda. También de la crisis del “Caldas”,
que casi nos lleva a una guerra con Colombia y que la diplomacia que entonces
dirigía supo enfrentar y resolver. Escala en el firmamento político y Lusinchi
lo nombra Ministro de Relaciones Interiores, que entonces equivalía a tener las
responsabilidades de un vicepresidente, y Secretario de la Presidencia de la
República. En 1988, como presidente encargado durante un viaje del primer
magistrado al exterior, le toca sortear “la Noche de los Tanques”, la primera
intentona que anunciaba el retorno del golpismo a la vida venezolana. Intentona
que debela sin disparar un tiro y, hasta donde sabemos, sin otro concurso que
el de la autoridad de su investidura constitucional (y de su coraje físico),
pero de la que no termina a atreverse a hablar en el libro.
Por lo menos no como tantos quisiéramos que hiciera.
Las pasiones del repúblico La suya es una pasión constante
por hacer república.
Pasión que lo lleva ya en la década del noventa a la
historia. Siempre la había sondeado (como lector tanto como protagonista), y
nunca dejó de escribir como periodista, ensayista y hasta como narrador. Pero
quien esquiva a sus propios biógrafos se estrena con una biografía de George
Washington en el año 2000, para no parar hasta hoy: ya es Individuo de Número
de la Academia Nacional de la Historia. El retorno definitivo al periodismo
viene con el nuevo siglo. Editor adjunto de El Nacional emprende, entre otras,
la formidable empresa de publicar una biografía cada quince días.
Al principio se piensa sólo en cien. Pensar en cien
venezolanos biografiables y en cien autores capaces de escribirlos, podía
parecer una temeridad. Sin embargo, hoy ya se extendió la Biblioteca Biográfica
Venezolana a ciento cincuenta volúmenes, y es un rotundo éxito editorial cuya
trascendencia para la cultura nacional ya se vislumbra.
Pero Consalvi es sólo callado con su vida y su obra. Cuando
se le pregunta sobre Chávez (porque los más de ochenta años no obstan para que
desistiera de la lucha política) o cuando se le tocan determinados aspectos que
lo sensibilizan, se explaya, incluso se vuelve intenso. Sus ideas sobre la
evolución de AD; los sacerdotes, al menos los de su Mérida de los años
cuarenta, cada vez que llegan a su recuerdo lo vuelven un severo anticlerical;
el triunfo de Rafael Caldera todavía no le cuadra (y acá hace acusaciones
sensacionales: por ejemplo que se trató de un fraude tramado y perpetrado,
entre otros, ¡por Guillermo Morón!); pero por sobre todo se destacan sus
diferencias con Arturo Uslar Pietri. Es el gran villano de su discurso, a su
juicio el súmmum de los náufragos rebelados contra el presidente Pérez. Para
quienes nos criamos viendo en Uslar un héroe y sinceramente admiramos su obra,
resulta toda una sorpresa la andanada de acusaciones que le hace. Lo ve como el
principal enemigo y el conspirador mayor contra la democracia. Ninguno tuvo más
saña y doblez. Sus ideas y ambiciones se quedaron intactas el 17 de octubre de
1945. Jamás comprendió la revolución que estalló un día después. Siempre
desconfió del pueblo, despreció el voto universal y apostó a un gobierno
oligárquico. Con sus Notables fue uno de los que allanó el camino para que Hugo
Chávez llegara al poder. Hasta donde sepamos, nadie había escrito (hablado sí,
pero siempre a la chita) algo así de Uslar Pietri.
Como vemos, la pasión republicana de Consalvi sabe de
estremecimientos. Ante quienes considera adversarios de la república y la
libertad, no pide ni ofrece cuartel. Tiene, naturalmente, otras pasiones. La
escritura, los viajes, los libros y, como abruptamente revela en cierta
anécdota de su exilio en La Habana que Hernández le logra arrancar, tambiénen
esas cualidades que siempre, según se dice, lo hicieron muy popular entre las
damas… pero, para la historia, lo que definitivamente sobresale es su constante
republicanismo. Su constante lucha por la libertad. Es lo que en claro deja el
libro de Hernández sobre él. Y es lo que sin duda habrá de ser motivo para
varios libros más. Simón Alberto Consalvi, gran repúblico venezolano del siglo
XX, es todo un personaje en búsqueda de un autor.
1 comment:
Totalmente de acuerdo con lo que dice de Uslar Pietri y de Caldera.
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