LA TRISTEZA DEL AGUILA
Aún en el país no se ha reconocido con suficiente justicia el tremendo esfuerzo renovador que ha suscitado, en el terreno de la historiografía, la colección Biblioteca Biográfica Venezolana bajo los auspicios de instituciones señeras como El Nacional y la Fundación Bancaribe. A través de la biografía de los grandes hombres que nuestro pasado ha producido se han revisado las distintas épocas y sus más destacados hechos con la novedad de no dejar por fuera a casi nadie. A su vez, y ésta es su principal baza, los autores escogidos son en su mayoría profesionales de la historia con una solvencia indiscutible.
Todo lo anterior nos sirve para referirnos al volumen 142 dedicado a uno de los intelectuales más sobresalientes y polémicos que el país jamás haya producido y cuya extensa obra es desconocida para la gran mayoría de los venezolanos de las generaciones presentes. Se trata nada más y nada menos que de Rufino Blanco-Fombona (1874-1944).
El estudio que Elsa Cardozo hizo de Blanco-Fombona es rico en matices y profundidad psicológica, además, tiene la rara virtud de acompañar la travesía vital del biografiado estableciendo un paralelismo entre sus acciones y lo esencial de la producción intelectual de éste. Y esto es clave, ya que Blanco Fombona fue un intelectual dedicado a la acción, cuya carrera política le fue truncada por la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935). En sus Diarios, se nos presenta como fervoroso duelista y amante, jugador impenitente y juerguista contumaz; viajero incansable poseído por una curiosidad intelectual sin límites lo cual le llevará a explorar prácticamente todos los géneros desde la poesía hasta el libelo político.
Si hay algo que llama la atención, de éste venezolano extrañado de su propia patria a lo largo de veinticinco años, es su tremendo amor por un país que sabe prisionero de la rapacidad y la ignorancia de los caudillos montoneros. Blanco-Fombona es heredero de las clases mantuanas defenestradas a raíz del traumático paso de Colonia a Republica. Es uno de los tantos intelectuales, que luego de palpar la experiencia de otras naciones con un mayor desarrollo histórico/social, percibe trágicamente, que pudiendo contribuir a la modernización de Venezuela, otros con menos clarividencia, aunque sí con mucho mas poder, les cierran el camino.
Blanco-Fombona vivió el drama de saberse predestinado para grandes empresas de figuración política en su propio país, y a la larga el ostracismo le condenó al trabajo intelectual bajo la condescendencia de países extraños al suyo, especialmente, en España. Y aún así obtuvo importantes reconocimientos que sospechamos que nunca lograron colmarlo del todo. El resentimiento acumulado le llegó a decir en una especie de epitafio: “Despreció a los timoratos, a los presuntuosos y a los mediocres. Odió a los pérfidos, a los hipócritas, a los calumniadores, a los venales, a los eunucos y a los serviles”.
Y si bien su obra escrita es prolífica y considerada por la crítica como ejemplar y señera, yo quisiera rescatar de éste compatriota nuestro lo siguiente: y es que a diferencia de la actitud de la mayoría de los intelectuales: sumisos y aduladores ante el poderoso de turno; cobardes y obsequiosos ante los gobiernos que ofertan cargos y prebendas a cambio de silencios cómplices, Blanco Fombona nunca fue un “felicitador”.
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