En segundo lugar, no puede soslayarse la sensible desaparición de la maestría de la USM, y la situación crítica que, desde hace unos años, atraviesa la de la UCV, cosa que ha convertido a nuestros programas en prácticamente los únicos de Caracas. Quedan en la UPEL los de enseñanza de la historia, que en rigor son de educación; acaba de abrirse un programa de Historia Militar en la Academia Militar de Venezuela; lleva años el de Historia de la Arquitectura en la UCV; y de un tiempo para acá se han abierto diplomados en la Universidad Metropolitana y en la Fundación Valle de San Francisco, tremendamente exitosos, pero pensados para un público general que no tiene en planes formarse como investigador. Con todo, no es necesariamente una paradoja que esto ocurra en la capital cuando las maestrías en historia florecen en todo el país, ya que ello también implica que hay menos personas del interior que deben desplazarse para cursar sus postgrados.
En tercer lugar, la historia, en parte impulsada por el debate político actual, está gozando de una popularidad pocas veces vista, incluso en un país tan dado a ella (y al historicismo) como el nuestro. No podemos saber si se trata solo de una moda pasajera. El boom editorial que Venezuela vive en la actualidad es impulsado en gran medida por la venta de libros sobre temas históricos, así como la presencia cotidiana de historiadores en la televisión y otros escenarios se deben, en gran medida, a la coyuntura por la que atravesamos. A tal punto ha llegado el uso de la historia en el discurso político, que personas normalmente desinteresadas por él, ahora buscan orientación. Habrá que ver qué pasa con los años, pero por ahora esto al menos ha traído una cosa prometedora, a largo plazo, para la historia en cuanto disciplina: cada vez son más los muchachos recién graduados de pregrado que aplican para cursar los programas, es decir, que ven una utilidad profesional en un título en historia, o que francamente quieren ser historiadores. En sus inicios, y por muchos años, el cursante promedio de las maestrías era un profesor universitario que quería consolidar o hasta coronar su carrera, u otros profesionales, con su vida más o menos resuelta, y que estudiaban historia solo por interés intelectual, por ampliar su formación profesional, y a veces, como señalaba alguno que otro, hasta como hobby. Inicialmente, nada de malo hay en eso: Marc Bloch inició su apología al oficio de historiador aduciendo que lo era –y sospechaba que todos lo que hemos decidido serlo también- porque le divertía; pero en ocasiones quien está por hobby no está dispuesto al esfuerzo de pasar meses en un archivo o de redactar una tesis.
Tras la muerte del P. Hermann en 1998, y de la jubilación de Abdala que, con todo, bregó con una salud cada vez peor para seguir dando clases hasta casi el final (poco antes de morir, aún dictó una charla en el doctorado), quedó –y sigue, dirigiendo el doctorado- Manuel Donís Ríos. Del mismo modo, y después de terminar su muy meritoria labor convirtiendo a la sede del Táchira en una universidad autónoma (la hoy Universidad Católica del Táchira) y de haber redactado una monumental obra historiográfica, en especial sobre la Compañía de Jesús8, el P. Del Rey Fajardo ha vuelto al IIH. Del Centro de Investigaciones Literarias, Francisco Javier Pérez se trasladó al IIH. El director que sustituyó al P. Hermann desde hace una década ha sido Elías Pino Iturrieta, que entonces cerraba una notable carrera en la universidad y la administración pública. Con Del Rey, Pérez y Pino Iturrieta el IHH puede ufanarse de contar en su personal con dos individuos de número de la Academia de la Historia, y uno de la Academia Venezolana de la Lengua. Demetrio Boersner, casi una leyenda de la diplomacia venezolana, y una de las autoridades de la historia diplomática en América Latina; Dora Dávila, con importantes estudios sobre historia de la familia y otros problemas de historia social, que actualmente se encarga de Montalbán y que desarrolla un vasto trabajo de catalogación del archivo histórico del IIH; Ricardo Castillo, Premio Nacional de Historia; y quien suscribe, terminamos de constituir la plantilla. Todos, además, somos profesores de las maestrías.
8 Por sólo nombrar algunos de sus libros referidos a Venezuela (porque los referidos a la Nueva Granada): Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía de Jesús en Venezuela (Academia Nacional de la Historia, 1966/1974, dos tomos); Aportes Jesuíticos a la filología colonial venezolana (UCAB, 1971, dos tomos); Bio-Bibliografía de los jesuitas en la Venezuela Colonial (IIH/UCAB, 1974); La expulsión de los jesuitas de Venezuela (1767-1768) (Universidad Católica del Táchira, 1990); La pedagogía jesuítica en Venezuela (Universidad Católica del Táchira, 1991, tres tomos); Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial (Academia Nacional de la Historia, 199, dos tomos); Misiones jesuíticas en la Orinoquia (Universidad Católica del Táchira, 1992). Véase: AAVV, Libro homenaje al Padre José del Rey Fajardo, sj, Caracas, Editorial Jurídica Venezolana, 1995.
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