sábado, junio 27, 2009

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre situación en Irán

Artículos de opinión de los historiadores
Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en
El Universal.
Aires iraníes
Da la impresión de que en Irán ya no se estén tragando el anzuelo, igual que en Venezuela
Las analogías son peligrosas, porque contienen ingredientes de subjetividad y arbitrariedad que no pocas veces se utilizan para juntar piezas cuyas características no caben en el mismo rompecabezas. Si tal riesgo se corre en la comparación de situaciones nacionales, buscar rasgos comunes en contextos distantes y esencialmente diversos no deja de ser aventurado. Así las cosas, ¿se puede intentar un cotejo de contingencias en las cuales puedan estar involucradas colectividades tan distintas en sí mismas, como Irán y Venezuela? El solo hecho de que Chávez no deje de anunciar su proximidad con el señor Ahmadineyad, y de promover un acercamiento capaz de llegar a la intimidad entre los países en los cuales pretenden la imposición de sus hegemonías, puede permitir la licencia; pero también el interés de los venezolanos por las conmociones que experimentan allá después de unos controvertidos comicios. El simple hecho de que estemos aquí pendientes de la evolución de los sucesos iniciados en Teherán, cuando antes apenas los mirábamos de soslayo, indica un interés evidente que da pie para que corran las siguientes letras. Hay, en primer lugar, un rasgo presente en las vicisitudes de ambas colectividades: el descontento de la juventud. Hablamos de la inconformidad con las formas de gobernar, pero especialmente la repulsa que produce en la gente cuya edad transcurre entre los 15 y los 30 años el predominio de un entendimiento decrépito de la sociedad, la imposición de una interpretación petrificada cuyo muro contiene las ansias de cambio y superación propias de quienes sienten que apenas están comenzando la vida. Se presencia allá el pugilato entre las ganas de vivir y el empeño de contener esas ganas, entre la aspiración de búsquedas sorpresivas y la necesidad de impedirlas en términos inflexibles, entre la avidez por experiencias renovadoras y la misión de imponer una sola rutina caracterizada por la uniformidad y la monotonía custodiadas como asunto de vida o muerte. Se observa también cómo el malestar no se confina en las vivencias del sector más joven sino que, por el contrario, se extiende hacia los individuos más viejos que, impulsados por quienes pueden ser sus hijos o sus nietos, manifiestan su hartazgo ante un establecimiento que huele a prehistoria. ¿No suceden cosas semejantes entre nosotros?
De allí la aparición de un segundo factor, susceptible de rastreo en ambas situaciones: el afán del oficialismo por el control de la prensa. Como es el medio más elocuente para el descubrimiento de la inconformidad, para la exhibición de la repugnancia que producen los regímenes ortodoxos y sin ideas; como ventila en la forma más descarnada la reacción de amplias capas de la sociedad frente a imperios anacrónicos que sólo pueden sostenerse en los pilares de la fuerza bruta y del fanatismo más cerril, se fomentan cruzadas supuestamente sacrosantas contra los periódicos y contra los canales radioeléctricos a los cuales se acusa de los pecados de la heterodoxia y la antipatria. En cada una de las sociedades se cuecen las habas en atención a recetas domésticas, pero se persigue el mismo cometido de sumisión y silencio sepulcral. Aunque los argumentos para la represión tienden a partir de una plataforma confesional que los hace miembros de una sola parentela: el sagrado Corán y la palabra de Simón Bolívar. Porque si en Irán impera un fundamentalismo sujeto a la palabra de Mahoma, entre nosotros se ha inaugurado una basílica de cuño laico en cuyos altares se han impuesto los papeles del Libertador convertidos en sermonarios traducidos por un sujeto parecido a los ayatolas, quien debe soñar con la posesión de influencias semejantes a las de esos sacerdotes envueltos en túnicas y cubiertos por turbantes para terminar la escritura de una Vulgata tropical en la cual sus designios se mezclen con la Carta de Jamaica y con el Discurso de Angostura para adoración de la feligresía. Aquí también se han edificado insólitas mezquitas y se han promovido curiosos ramadanes en cuyo seno no se ha dejado de hablar de infiernos en los cuales nos abrasará el fuego de la intifada del mandón convertido en sumo sacerdote. Y, por último, en las dos sociedades los líderes se empeñan en exorcizar al mismo demonio: el tenebroso imperialismo. Da la impresión de que en Irán ya no se estén tragando el anzuelo, lo mismo que en Venezuela, pues la gente se ha dado cuenta poco a poco que la mayoría de los problemas son obra de los republicanos musulmanes y de los republicanos bolivarianos, sin que un diablo foráneo tenga parte en el entuerto, pero sigue habitando las arengas de los pontífices de ambas latitudes y no deja de meter miedo. Sobre otros dioses y sobre otros demonios de aquí y de allá podrán especular los desocupados lectores, si no les parece demasiado ocioso. eliaspinoitu@hotmail.com

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