jueves, abril 10, 2008

Historiador venezolano (Luis Ugalde) opina sobre los 9 años de chavismo

Artículos de opinión de los historiadores venezolanos
Les dejo el artículo quincenal que publica en El Nacional el historiador y rector de la UCAB: el padre Luis Ugalde, s.j.
NUNCA MÁS

Ciertas revoluciones se empeñan en la ilusión de alcanzar la luna con la mano, hasta que un día sus seguidores despiertan viendo que, por buscar lo imposible, perdieron el pan de cada día y la libertad. Por mirar al cielo de los sueños, descuidaron la tierra de los logros. Lo terrible no es renunciar a alcanzar lo imposible, sino encontrarse con que lo posible se volvió imposible.
Venezuela, nueve años después, vive una situación de frustración explosiva, pues pareciera alejarse el logro de las aspiraciones más sencillas y cotidianas como el disfrute de calles limpias y seguras, del juego de los niños en las plazas, de la leche, pollo y arroz en la mesa, en una sociedad con trabajo, vivienda, dignos servicios públicos de salud y educación, con gobernantes honestos y algunos corruptos en la cárcel. Está a la vista la derrota de la desmesura verbal, de la catarata de promesas, de caminos errados con rutas de la empanada, bordeadas de gallineros verticales y fundos zamoranos, y el trueque como antesala de la felicidad. Queda en ridículo el anuncio a los pueblos de que la “revolución” en Venezuela es la punta de lanza de todas las aspiraciones humanas del mundo y que aquí está naciendo la tierra sin mal, enfrentada al mal de la tierra, que es el imperialismo capitalista de Bush. Lo cierto es que ahora somos mucho más dependientes de las importaciones capitalistas y nuestra economía menos productiva y con siete millones de trabajadores (de un total de trece) sin trabajo digno.
El error no estuvo en las legítimas aspiraciones, sino en los falsos caminos para llegar a ellas, sin buena gestión, ni productividad. La enfermedad tiene remedio, pero ni el médico, ni la medicina sirven.Hace un año el contagioso grito de libertad de los jóvenes interpretó la voluntad nacional de no dejarnos encerrar en una jaula estatista, atraídos por la zanahoria de ilusos paraísos como el cubano. Ahora el reto es más sutil y creativo: no caer en la resignación fatalista, renunciando a las aspiraciones más razonables, ni disminuirnos pensando que “no somos suizos” para aspirar tan alto como a unas calles sin basura o a unos gobiernos sin nepotismo y sin corrupción descarada y defendida. ¿Será que no es posible en Venezuela un buen sistema público de salud, de educación y de seguridad y una sociedad con trabajo productivo, vivienda humana y limpieza de corruptos? Otros países lo tienen porque han puesto los medios que aquí se rechazan y bloquean. Todo ello estuvo mal planteado por ese híbrido de militarismo, marxismo trasnochado y mal digerido, bajo el locutor-animador de las fiestas de Elorza.
Los demócratas no pueden equivocarse: el reto de este año no es meramente electoral, sino el paso de la ilusión frustrada a la esperanza fundada en proyectos; es mucho más que el cambio de unos alcaldes y gobernadores. La población exige que estos sean portadores de soluciones basadas en la pluralidad democrática y creatividad del país. Los cambios locales son el paso para cambios nacionales a los que no se puede renunciar.
El inepto gobierno populista continuará cultivando la frustración nacional, pero ¿los demócratas pondrán en el centro de su trabajo la solución a los problemas (los mismos de 1998 agravados) con programas claros, audaces y realistas? Hay que elevar la productividad nacional de soluciones, cosa imposible si no hay clara conducción política y estímulos para la superación, inversión nueva y trabajo productivo.
No podemos aceptar la resignada “imposibilidad de lo posible” en la que caen las sociedades ante el evidente fracaso de las revoluciones luego de una década; peligroso ratón tras la borrachera revolucionaria. Nunca más se puede pedir a los pobres que se resignen y renuncien a sus legítimas esperanzas. Venezuela tiene capacidades humanas y materiales, pero falta conducción política. Los jóvenes no pueden perder el sentido y la originalidad que les mereció el apoyo del país, ni pueden vaciarse en una política trivial y fracasada, ni mimetizar entre ellos los estragos de la mezquindad partidista. El resurgir de los necesarios partidos políticos será una bendición, si reúnen las mejores capacidades y programas para hacer realidad las esperanzas legítimas ante los graves problemas de la población.

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