sábado, abril 05, 2008

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobrela censura chavista

Artìculos de opinión de los historiadores venezolanos
Elías Pino Iturrieta en su artículo semanal de los sábado en El Universal. El subrayado es nuestro.
Oficialismo y control mediático

Los chavistas persisten en establecer una versión exclusiva y excluyente de la realidad

Lo que un historiador pueda decir sobre el tratamiento de los medios de comunicación por el Gobierno seguramente sea superficial, ante lo que han afirmado especialistas de la actualidad como Antonio Pasquali y Marcelino Bisbal. Si se tratara de un tema como la Gaceta de Caracas editada en 1808, el análisis de un estudioso del pasado pudiera resultar consistente.

Sin embargo, la insistencia del régimen sobre el asunto facilita una aproximación que puede resultar interesante desde el prisma de un espectador que tal vez entienda más el ayer que el presente, pero que puede manejar algo de los dos tiempos para sugerir alguna contribución. Por allí van los tiros de la columna de hoy.

Una observación de arranque, capaz de explicar muchas cosas: desde sus inicios, la administración chavista ha dedicado sus desvelos al análisis del fenómeno mediático y la búsqueda de su penetración, como ningún régimen en el pasado venezolano. No sé desde cuándo adquirieron conciencia los detentadores del poder en torno a la necesidad de ocuparse de la prensa y más tarde de los sistemas radioeléctricos, pero es evidente que no gastaron demasiadas neuronas en el punto. Tal vez porque los reproches que corrían en los periódicos ante los ojos de una sociedad analfabeta no eran especialmente dignos de atención en el pasado remoto, o porque bastaba con encarcelar al editor en un tiempo en el cual no resultaba especialmente escandaloso el encierro de los criticones. No se trataba sino de meter tras las rejas a un individuo, sin detenerse en maquinarias de opinión y presión que no existían. Los principios del siglo XX no crean urgencias en este sentido hasta la muerte de Gómez, cuando se abren con timidez las compuertas del juego del pensamiento y comienzan a funcionar las empresas periodísticas de corte moderno, con recursos técnicos desconocidos hasta la fecha. Durante el Trienio Adeco se adquiere cabal conciencia del asunto, no en balde se sueltan el moño los opinadores y llega a sentirse su influencia en las masas, hasta el punto de producir movimientos jamás sucedidos en Venezuela; pero el régimen se conforma con multiplicar la presencia de sus diarios y de sus emisiones de radio sin que pueda comprobarse la existencia de un interés por el monopolio redondo de la información, ni la prohibición de los órganos de la oposición.
La dictadura de Pérez Jiménez estrena clausuras y censuras que sólo en los días del chavismo tienen la posibilidad de retornar, porque durante la gestión de la democracia representativa ocurre un fenómeno de apertura que corre parejo con el interés del alto gobierno por la posesión de herramientas de influencia masiva que no significa el establecimiento de una propuesta unilateral o excluyente de informaciones, o de versiones de la realidad ajustadas al interés de la superioridad. A partir de 1958 se acude a la censura en tiempos de violencia que obligan a la suspensión de las garantías constitucionales, mientras se fundan, con recursos públicos, sistemas de radio y televisión que transmiten las "verdades oficiales" sin clausurar el espacio para los voceros refractarios. Ciertos presidentes de piel sensible amenazan a los dueños de los medios, les estorban el camino de la publicidad y las divisas o llegan a enfrentarse a los periodistas atrevidos, pero siempre es mayor el tiempo en el cual se disfruta la libertad de expresión que el que se gasta en reprimirla.

Con la "revolución" cambia el panorama, debido a la existencia de un plan que siente como una necesidad perentoria el control pleno de la información. A los chavistas se les va la vida por establecer una versión exclusiva y excluyente de la realidad. Sienten que la realidad es una cosa y la información sobre su marcha es otra. No van descaminados al ver en los medios un fenómeno peculiar, pero llegan hasta la hipérbole al concederles una ubicación superior a la de la cotidianidad y capaz de marchar en una cúspide dirigida por burócratas al servicio de una causa irrebatible. Resulta excesivamente pretenciosa, pero también estúpida, la idea de hacer que los destinatarios de los medios confundan la realidad con lo que se diga de ella a través de la prensa oficialista, pero no cejan en el empeño de colgar una espesa cortina cuyo propósito consiste en tapar los horrores del paisaje para que vivamos en paz. Misión imposible, debido a que no existe telón con densidad suficiente para ocultar los estropicios que han convertido a la vida en una tragedia colectiva, pero una cosa son las señales del entorno, cada vez más voluminosas, y otra lo que dictan los estereotipos de la cartilla chavista. De que se promueva así una paradoja de consecuencias terribles pueden dar cuenta especialistas del ramo como los mencionados arriba.

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