Luis Alberto Buttó
Publicado en "Papel literario" de El Nacional el 30-VIII-2014, ver acá.
“En las aulas del pregrado, a mi generación y a generaciones
subsiguientes, nos enseñó como nadie la ciencia de la crítica interna y
externa, la crítica de exactitud y sinceridad, la heurística y la hermenéutica”
Domingo Irwin fue caballero de la Mesa Redonda donde se
escribe la historiografía de calidad asociada a la verdad. En Brasilia,
Cartagena, Dallas, Las Vegas, Leiden, Mérida, Puerto Rico, Ocumare del Tuy, San
Cristóbal, Seúl, y en muchos otros lugares que la temprana vejez me lleva a
olvidar, lo vi combatir tenazmente, a fondo y sin desmayo, por explicar, con
base en el más riguroso análisis histórico, cómo los señores de la guerra
descuadernaron nuestra patria desvalida al paso de las espantosas horas de la
noche decimonónica y cómos aquellos cuyo único mérito fue y continúa siendo
deshonrar el camuflaje y el uniforme de gala, desde la alborada del siglo XX,
se erigieron en mangantes del sueño venezolano de pluralidad, libertad y
democracia brizado por la angustiada inteligencia nacida entre libros.
En las aulas del pregrado, a mi generación y a generaciones
subsiguientes, nos enseñó como nadie la ciencia de la crítica interna y
externa, la crítica de exactitud y sinceridad, la heurística y la hermenéutica,
convencido como siempre estuvo de que éstas son las herramientas con las que se
forman los historiadores de verdad; vale decir, los capaces de distinguir res
gestae de rerum gestarum. Historiadores de oficio y con oficio que
rechazan asumir el papel de escribidores de intrascendentes pamplinadas
ideológicas cargadas de citas infelices provenientes del manido manual
bolchevique. Para bochorno de estos, él se atrevió a conducirnos por los
vericuetos de los Grundisse para mostrarnos con fruición y sin
complejos al más honesto de todos los Marx. A diferencia de tristes fanfarrones
académicos que infinito daño han hecho, enalteció su condición de
profesor-investigador al fundar una sólida escuela.
Por modestia sincera a rabiar evitaba recomendar la lectura
de sus libros ya clásicos y de sus cientos de artículos científicos. Empero,
estos han sido leídos por miles pues constituyen la fuente primaria para mejor
entender la maldición del pretorianismo y la abominación de su fase superior,
el militarismo, trampa caza-bobos permanente dispuesta para quebrar los pasos
de la Venezuela empeñada en alcanzar el futuro. Los años más productivos de su
dilatada carrera académica los destinó a denunciar la abusiva participación militar
en política y el peligro de que hiciera metástasis la influencia castrense en
la sociedad. Estado Cuartel a la vuelta de la esquina, inolvidable doctor. Le
cupo la prez de haber avistado el flagelo con claridad y la responsabilidad de
no cejar en advertir su iniquidad, por más peligro que ello implicara. No lo
cubrió la mácula de aquellos que por temor o ignorancia voltean hacia la
vergüenza para rehuir el compromiso necesario.
Con persistencia indoblegable convocó a los del patio y a
los del mundo a debatir en múltiples simposios y a sumarse a la tarea de
escribir en colectivo, lo que arrojó el legado de por lo menos un libro
publicado por año durante los últimos tres lustros. Faena hermosa porque no de
otra forma puede entenderse el afán por desentrañar la historia del país y
desenmascarar a los que portan el uniforme del atraso, la barbarie y el
oscurantismo, por más que se desgañiten disfrazando el nuevo totalitarismo.
Quehacer titánico en tanto y cuanto se ejecuta en una tierra donde gobernantes
facinerosos niegan sin prurito recursos a las universidades autónomas mientras
en menos de una década se gastaron en aviones, helicópteros y buques de guerra,
el presupuesto de la OMS para 2013-2015; tres veces el presupuesto de la FAO
para 2014-2015; cinco veces el presupuesto de la Unesco para 2012-2013 o mil
veces el presupuesto de Acnur para 2013.
Por méritos como los narrados, y por hechos que la
discreción, hija de la intimidad, me impide desvelar, será entronizado como
individuo de número entre quienes conquistan la condición de inmarcesible para
su memoria. Lo confieso: lo quise y lo quiero incondicionalmente. Por más de
treinta años me premió al permitirme ser su discípulo, su colega y, por encima
de todo, su amigo. Nos dejó claro lo que hay qué hacer y lo haremos sin
vacilar. El equipo de relaciones civiles y militares continuará investigando,
escribiendo y divulgando pues decidimos honrarlo con la pluma y las ideas.
Parafraseando a Whitman me atrevo a elogiarlo: Oh Maestro, mi Maestro. Maldigo
el hecho de que se haya ido sin ver el renacer de su patria idolatrada. Buen
viaje, gigante. Lo escucho cantar … “Rule, Britannia, Britannia, rule…” y sé
que anda “feliz como una lombriz”. El mejor escocés y su inseparable Merlot van
con usted.