15/08/2018
TEXTO: JESÚS PIÑERO (@JESUSPINERO) | FOTOGRAFÍA: DANIEL
HERNÁNDEZ
El historiador asegura que la gran diferencia entre el
chavismo y los gobiernos autoritarios del pasado es la pretensión de querer
guiar la memoria colectiva e imponer una única y excluyente versión de la
historia. También explica que la evolución ideológica es natural en los seres
humanos y a eso remite su antigua participación con la izquierda universitaria
Elías Pino Iturrieta se convirtió en el primer venezolano en
egresar del Colegio de México, donde estudio el doctorado. Su trayectoria ha
estado marcada por importantes cargos académicos, dentro de los que resaltan:
decano de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de
Venezuela (UCV), director del Centro de Estudios Hispanoamericanos y profesor
titular de esa misma casa de estudios y de la Universidad Católica Andrés Bello
(UCAB). Desde 1997 es Individuo de Número de la Academia Nacional de la
Historia, institución que también dirigió hace algún tiempo.
Durante el segundo gobierno de Rafael Caldera, ocupó el
cargo de presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos
(Celarg) y hoy trabaja en la última oficina que ocupó Simón Alberto Consalvi,
pues es el editor adjunto del diario El Nacional. Su destacado aporte en
la historiografía venezolana lo ha llevado a importantes participaciones en el
exterior, siendo conferencista de destacadas universidades de Estados Unidos,
Colombia, México y España. Entre sus libros más populares saltan a la vista los
títulos El divino Bolívar, Ideas y mentalidades de Venezuela, Contra
lujuria, castidad, Nada sino un hombre y La independencia a
palos.
Nunca deja el Twitter tranquilo, sus recurrentes opiniones y
citas a la “tía Amelia” lo han convertido en un opinion shaper venezolano.
Sin embargo, poco se conoce de su vida personal, peripecias que hoy nos cuenta
en esta entrevista.
Una familia sedentaria
Nací en Maracaibo por una cosa fortuita, no había hospital
en Boconó y mi madre tuvo que parir allá por un problema de salud. Por
sensibilidad y mentalidad soy un gocho. Dentro del matrimonio nacieron dos
hijos, yo fui el mayor y el segundo es mi hermano Javier, que es médico
traumatólogo. Aparte, había varios hijos de papá nacidos antes de casarse con
mamá y también formaron parte de la tribu familiar.
Con mi primer matrimonio nacieron tres hijos, dos de ellos
periodistas. Sí, nadie es perfecto. Luego se acabó el matrimonio y yo pasé
muchos años de soltero viejo, pero siendo profesor de la Universidad Católica
conocí a una estupenda alumna y muy hermosa mujer, me enamoré de ella y nos
casamos. Ya vamos para 19 años felices de la vida. Fue suerte haberla
encontrado, me ha hecho mucho bien. Ella tiene dos hijos que tuvo en su primer
matrimonio y yo ya tenía tres.
Soy hijo de una sociedad sedentaria y le tengo miedo al
nomadismo. A mi edad yo creo que mi sedentarismo es definitivo y esa es una
razón que pudiera explicar el porqué no pienso moverme de aquí; pero tal y como
están las cosas, tendré que pensarlo.
Entre las décadas de 1930 y 1940 hubo una efervescencia
política bastante grande en el país. ¿Sus padres estuvieron vinculados a ella?
Mi padre tenía un comercio de café, no le interesaba más
nada si no vender y comprar café o cultivarlo. Mi madre sí tuvo interés en la
política, ella era de las familias conservadoras del pueblo, apoyó desde su
inicio la fundación de Copei y participaba en todas las reuniones que las
señoras y los señores hacían alrededor del partido. Cuando el candidato Rafael
Caldera iba a Boconó paraba en mi casa, y cuando fue presidente de la República
llegaba y dormía allá, de manera que había una relación cercana con mi madre,
quien llegó a ser presidenta del Consejo Municipal. Ella no tenía mayor formación
escolar, era ama de casa, estudió hasta sexto grado, pero su ánimo conservador
la llevó a participar con cierto protagonismo en la vida del Copei pueblerino.
Una vez venía yo del colegio y me encontré en el piso una
tapita, era una insignia con el retrato de Rómulo Gallegos. A mí me llamó mucho
la atención y me la puse en el uniforme y entré a la casa con una felicidad
notable. ¡Mi mamá se escandalizó! Me la quitó, me la arrancó prácticamente del
uniforme, me interrogó como un policía. Estuve muy asustado y le dije que la
había encontrado en la calle. Ella me dijo que eso era malo, que esas eran
figuras de perturbadores del orden y de la vida de la familia decente, que me
alejara de ese tipo de influencias. Esa era mi madre desde el punto de vista de
lo que pensaba de la política y seguramente eso pude ser yo en esos tiempos
porque me lo transmitió la autoridad de una mujer de mucho carácter, Carmen
Iturrieta.
Nació en 1944, eso significa que ha vivido gran parte de la
historia contemporánea. ¿Cuál recuerdo conserva de un momento importante en el
país?
Cuando cae Marcos Pérez Jiménez pasa otra cosa muy curiosa.
En la madrugada, mi tío y los amigos del vecindario estaban oyendo radio y yo
me desperté. ¡Oír radio era una hazaña! Había que hacer maromas para que el
sonido entrara, pero entre ruidos y bullas se oyó algo importante y murmuraban
que había caído Pérez Jiménez.
En cuestión de unas horas, mi mamá me llevó a casa de una
dirigente, una señora muy amiga de ella que se llamaba Sofía Spinetti. Entre las
dos abrieron un escaparate que tenía un doble fondo donde había unas banderas
verdes, las sacaron, las metieron en el carro y yo me fui con ellos a casa de
otra figura muy importante del pueblo, el doctor Andueza, donde se empezaron a
reunir los partidarios del pueblo y empezó una gran caravana con adecos y
militantes de URD (Unión Republicana Democrática). Cuando pasó un camioncito de
alguien conocido, mi mamá me montó en él con una bandera y me puso a recorrer
el pueblo.
¿Qué movió a un muchacho del interior del país a estudiar
historia?
Mi padre pensó que era bueno que yo estudiara Derecho. Así
me vine a Caracas a la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), que estaba en
la esquina de Jesuitas. Aquello no me gustó. No era lo mío y tenía muchas
dudas. Un día fui a ver a un amigo en la Facultad de Humanidades y Educación de
la Universidad Central de Venezuela y, mientras lo esperaba, me detuve en los
jardines que conducían directamente a las aulas. Recuerdo haber oído una clase
en la Escuela de Historia y me llamó mucho la atención hasta el punto de que
volví, ya sin cita ni nada, solamente a escuchar. Fue una cosa de oreja y me
dije: “Bueno, yo creo que esto es lo mío”.
Resolví ir al pueblo a avisar que no iba a cursar una
carrera que no me importaba y empecé a estudiar Historia sin saber exactamente
en qué estaba metido. Me encontré con una escuela muy buena, muy estructurada,
muy moderna, nada que ver con lo que yo podía pensar sobre lo que era la
historia.
¿Cómo llegó al Colegio de México?
Por imposición de don Eduardo Arcila Farías, quien me dijo:
“Mire, mañana sábado va a estar aquí el doctor Víctor Urquidi, el presidente
del Colegio de México” y, efectivamente, aquel maestro se presentó en el Centro
de Estudios del Desarrollo (Cendes). Recuerdo que me comentó: “Arcila me lo ha
recomendado, mande sus papeles que usted está aceptado desde ahora en el
Colegio de México”, y así fue como me convertí en el primer alumno venezolano
de ese Doctorado en Historia. Allí sí descubrí lo que no había descubierto,
investigué con mayor seriedad las cuestiones del oficio y lo más importante fue
haberme topado con un gran maestro, filósofo e historiador de las ideas, el
español José Gaos, con quien trabajé e influyó muchísimo en mi vida, me cambió
el mundo de las ideas.
A diferencia de otros académicos, usted no ha ocupado cargos
públicos o políticos de gran envergadura, ¿les ha huido?
En México fue cuando la política se me metió en el pellejo,
pero no la tomé como una vocación principal, aunque llegué a ser decano, que es
una actividad política; es decir, hay que relacionarse con los partidos de la
universidad y buscar alianzas. Por allí sí tuve una carrera que fue buena
porque en un primer intento logré las alianzas necesarias y conseguí ser
decano, pero después no tuve una participación activa en la política.
En la etapa mexicana tuve muchos contactos con estudiantes
cubanos, quienes me enseñaban folletos, panfletos, dibujos y caricaturas de la
Revolución Cubana y yo traía todo eso en la cabeza. Agrégale a eso la Guerra de
Vietnam, el Mayo Francés y la Matanza de Tlatelolco y yo no tenía nada que ver
con el muchacho copeyano que se fue de Caracas a estudiar en un lugar que
desconocía.
Por supuesto que lo de Copei era una cosa, pues, familiar y
tribal, pero ya cuando tuve conciencia y después de regresar de México, yo
participé en un comando universitario de los que fundaron el Movimiento Al
Socialismo (MAS) y por la campaña de candidatura de Teodoro Petkoff. Trabajé
mucho en lo relacionado con todo eso y llegué a tener, cosa que me enorgullece,
un vínculo bastante cercano con el propio Teodoro.
Y después firmó la lista en apoyo a la visita de Fidel
Castro a Venezuela, ¿cómo acoplar eso?
El que no evoluciona es un idiota. Tú puedes pensar una cosa
hoy y otra mañana. Hoy puedes ser adeco y mañana puedes ser trotskista. Esas
son cosas perfectamente comprensibles, al menos que seas un idiota que
consideras que estás metido en una cápsula que te impide movimiento.
Yo era el decano de la Facultad de Humanidades, que en ese
momento era un bastión de la izquierda, con muchísima influencia del Partido
Comunista. En ese ambiente se gestó la redacción de ese documento que le daba
la bienvenida a Fidel Castro. Lo hicieron en la Escuela de Filosofía, les
pareció lo más natural que yo firmara y eso fue lo que pasó. Pero lo importante
en términos sociales es el anfitrión del asunto y el provocador del documento:
quien invita a Fidel Castro a Venezuela es Carlos Andrés Pérez para su
coronación, él tiene la figura estelar de aquel evento. Fidel Castro en la
coronación del nuevo rey Carlos Andrés Pérez, eso la gente lo olvida porque ve
nada más lo superficial.
Además, uno va cambiando cuando considera que las
circunstancias te lo imponen, en esos tiempos yo fundé una revista en la
Facultad de Humanidades llamada Extramuros,ahí escribí un artículo
larguísimo, de ruptura con todo lo que tenía que ver con la Revolución Cubana,
el artículo se tituló “Auto de fe” y lo escribí conmovido por el crimen que
significó el juicio contra el general Arnaldo Ochoa Sánchez y todo lo que tuvo
de inquisición y de horror ese proceso en aquel momento. Eso sí fue importante
para mí en el sentido de que significó una reflexión, una comprensión. Por
supuesto que a la gente de Twitter lo que le interesa es el “abajo firmante”,
pero en ningún momento la evolución normal de un profesional o de un ser
humano.
A diferencia de otros historiadores como Germán Carrera
Damas y Manuel Caballero, usted fue incorporado como numerario de la Academia
Nacional de la Historia muchísimo antes, en 1997. ¿A qué se debió eso?
Había una lucha frontal entre la Escuela de Historia de la
UCV y la Academia Nacional de la Historia. Uno se graduaba de Licenciado en
Historia y en el momento en que te daban el diploma, te ponían una vacuna
antiacadémica porque aquello era la peste y el horror. Eso fue cambiando poco a
poco. Siempre iba al archivo de la Academia a escribir mis tonterías o a buscar
documentos y comencé a hacer amistad con el doctor Carlos Felices Cardo,
secretario de la Academia, quien me introdujo al ambiente y me di cuenta de que
la cosa no era tan feroz como se decía en la escuela, y que había un trabajo
provechoso, publicaciones muy importantes e investigaciones con toda seriedad y
profesionalismo.
Mientras tanto, también la Escuela de Historia dejaba
guardadas las lanzas y las espadas contra la Academia. Por lo que no fue una
peripecia personal sino colectiva, de muchos profesores que se fueron acercando
allí. Primero entró Ermila Troconis de Veracoechea, luego yo, después Manuel
Caballero, Germán Carrera Damas y José Rafael Lovera, mucho antes.
¿Siempre mantuvo esa visión crítica hacia el pasado y hacia
Bolívar?
Yo había leído, cuando era estudiante de la escuela, el
libro de Germán Carrera El culto a Bolívar. Después salió algún texto
también memorable de Luis Castro Leiva y a mí me pareció necesario volver al
punto y tratarlo de manera distinta, no tanto por vocación de historiador sino
por conmoción de ciudadano, al ver este parapeto terrible del culto
estrambótico de Chávez alrededor del Libertador. Por eso me pareció importante
volver sobre los pasos de Castro Leiva y del texto de Carrera Damas y hacer
algo más enfático, quise yo que fuera más enfático, y se convirtió así en el
libro que ha tenido mucho éxito, El divino Bolívar.
Trabajó con Pedro Calzadilla en el pasado,ahora él está en
el gobierno, fue ministro y es presidente del Centro Nacional de Historia. ¿Qué
pasó allí?
Pedro Calzadilla fue mi alumno y es mi amigo. Cuando yo fui
candidato a decano, me ayudó mucho. Él era estudiante, se estaba graduando y
estaba en el Partido Comunista, todos los votos de estudiantes comunistas
fueron para mí y yo gané la elección con esa cuota importante. Yo pienso que
eso le pesó mucho y ese inicio de su vida y de su formación intelectual lo
condujo definitivamente a volver a esa lucha de un pretendido socialismo. Él, a
su vez, se inició como profesor de la Escuela de Historia cuando yo estaba
manejando aquello. Cuando yo fui al Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo
Gallegos (Celarg), me lo llevé colgado como director de publicaciones porque
Pedro es un tipo muy inteligente y muy brillante, competente y de buenos
sentimientos. Todo eso hizo que lo metiera en mi equipaje y trabajamos a la
perfección con mucha cercanía, a través de cinco años que fueron los del
segundo gobierno del doctor Caldera.
Todos los gobiernos buscan justificación y tienen su
plumario desde Bolívar hasta la actualidad. En buena parte ese trabajo lo hizo
durante mucho tiempo la Academia Nacional de la Historia, vamos a estar claros
en eso; que dejó de hacerlo después en lo posterior es otra cosa, pero siempre
ha sido así: un conjunto de letrados o de pensadores al servicio de un reino.
En este caso es distinto por el hecho de que Chávez crea el Centro Nacional de
Historia con el propósito de convertirlo en tutor y rector de la memoria
nacional. Eso es gravísimo por el hecho de que se quiere imponer por
disposición legal una lectura unilateral, exclusiva y excluyente del pasado.
¿Querer modificar la memoria por mandato oficial? Eso no había pasado aquí
hasta entonces. Que José Gil Fortoul escribiera su historia constitucional,
perfecto, está en su derecho para justificar a Gómez, para lo que fuera, pero
¿crear un centro cuyo propósito es convertirse en director de lo que pienses
del pasado o de lo que recuerdes o no debes recordar del pasado? Eso nunca
había existido, solo en la Unión Soviética y en la Cuba castrista.
Usted utiliza mucho el Twitter y siempre cita a un personaje
que no sabemos si es real o ficticio: ¿quién es la tía Amelia? ¿Por qué su
mención tan frecuente?
Mucha gente me comenta eso. La tía Amelia era una de esas
viejas de Boconó que formaron parte de mi infancia. Una de ellas se llamaba
Amelia Pardi González, mi tía Amelia, que existió y murió muy anciana. Formó
parte de mi infancia, hablaba mucho, era muy culta pero muy lanzada, decía lo
que se le daba la gana y opinaba de lo profano y de lo santo con toda
propiedad. Entonces, alguien dijo un disparate un día y me dije “eso está como
mi tía Amelia”, voy a honrarla, y la usé. No fue una fabricación, realmente
existió.
¿Alguna época que le hubiera gustado vivir?
El siglo XIX, cuando se funda el Partido Liberal y cuando comienza
la división entre godos y liberales. Yo hubiese querido oír los gritos de Juan
Vicente González y ver a Fermín Toro pensando sobre Venezuela y tratando de
meter a José Antonio Páez en el cauce de la institucionalidad, cosa que por
cierto logró. A mí esa época que va desde Páez a la primera presidencia de
Monagas me atrae mucho, yo creo que hubiera sido un buen liberal de ese siglo.
¿Un personaje al que admire?
El maestro José Gaos, rector de la Universidad de Madrid
cuando la república y mi maestro en México, me marcó mucho para bien, es un
personaje inolvidable.
¿Una película?
Soy muy aficionado de las películas históricas, tengo una
sin duda, creo que la he visto como treinta veces: Danton, la película de
un director polaco extraordinario que en este momento se me escapa (Andrzej
Wajda), pero que es una película que resume todas las revoluciones en la
Revolución Francesa, extraordinariamente bien hecha, ambientada y actuada.
¿Un libro?
Muchos libros me han marcado, por supuesto, porque uno se la
pasa leyendo libros, pero voy a escoger uno del historiador holandés Johan
Huizinga, El otoño de la Edad Media. Es muy importante porque ve la Edad
Media con ojos diversos, hace una valoración interesantísima y revolucionaria
de lo que fue la supuesta oscuridad medieval, que no lo fue, y eso le abre
muchas, muchas perspectivas al lector, pero especialmente al historiador.
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