domingo, noviembre 23, 2008

Historiador venezolano (Manuel Caballero) nos relata las pequeñas historias de algunos maletines

Artículos de opinión de los historiadores

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.

Contra los maletines

Para una historia universal de la pava ciriaca de los maletines

Como yo no soy (ni, a Dios gracias, lo seré nunca) Presidente de la República Bolivariana, ni tengo echada en el suelo a una Tibisay como odalisca rendida a los pies de ese sultán, debo someterme a la ley. Por lo tanto, no me pondré a hacer propaganda por los candidatos de mi preferencia, ni tampoco acusaré a quienes adverso de fascistas, golpistas, mafiosos, plastas, narcotraficantes, paramilitares, terroristas, magni (y ni siquiera mini) cidas, desgraciados e hijuelagrandísima.

Es más, por mucho que lo piense, no les escupiré lo que considero el más bajo, el más asqueroso insulto posible: no los llamaré militaristas. Iré más lejos: no hablaré de cortinas negras (que ya fueron suprimidas) ni de tarjeticas o tarjetones de colores (también sustituidas por máquinas que en otras partes sirven para hacer más clara la transparencia y en nuestro país para hacer más espesos los guisos). Y por último, contrariando lo que ha sido norma de mi vida profesional, me ocuparé no de la grande, sino de la petite histoire.
Nada personal Y ni siquiera de una persona, sino de un objeto al cual la experiencia de muchos años me ha enseñado a aborrecer, por considerarlo entre otras cosas de mal agüero. Me voy a referir al maletín (ya lo nombré, pero toco madera: ¡zape gato, ñaragato!).
Comencemos por uno cuya sola presentación en público provoca temblores, ahogos, estornudos, toses, vómitos, diarreas y hasta desvanecimientos en gente de suyo y de fama tan flemática como los ingleses. Ese maletín es rojo, no demasiado grande y bastante raído por años, siglos, de manoseo. Una vez al año aparece y aunque se conozca de memoria su forma, tamaño y contenido, es tal vez el objeto más fotografiado por la prensa del Reino Unido de Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte y hasta del Commonwealth. Lo lleva en la mano, y lo muestra con una sonrisa enigmática, un funcionario abrumado por el pomposo nombre de Lord Chancellor of the Exchequer, lo que se suele traducir al español como ministro de Finanzas. Como hemos dicho, todo el mundo tiembla con sólo imaginar el contenido de ese destartalado maletín: Es el Presupuesto Nacional de Ingresos y Gastos.
Delirium tremens Pero hay un grupo en el cual esos temblores adquieren visos de delirium tremens, cosa nada extraña en el país que inventó el scotch, el escocés brebaje. Ese grupo lo forman los parlamentarios de la mayoría. En efecto, en ese grupo, el segundo de a bordo, de quien depende hasta el Primer Ministro, es llamado allí whip, palabra que sólo quiere decir látigo: es el secretario de Finanzas del grupo, quien paga a los parlamentarios y que, en sus orígenes, con un casi real látigo en la mano, dejaba de pagar a quienes no siguiesen la línea del partido. Maletín y corrupción eran de esa manera sinónimos en la Pérfida Albión. Aclararemos que eso ya no se usa, pero perro que come manteca...
Pero sigamos con la pavosa historia de los maletines. En 1950, uno de los más altos oficiales de EEUU y sobre todo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) un diplomático y almirante (de apellido Fletcheler o algo así) dejó olvidado un maletín en un tren. El cual fue a dar a la redacción del muy serio y reputado Le Monde.
Con todas sus letras Lo malo del asunto es que ese maletín contenía un informe que decía, con todas sus letras, lo que la diplomacia norteamericana y francesa negaban rotundamente; que entre los objetivos prioritarios de la OTAN estaba el rearme alemán. Allí ardió Troya, quemando entre otras cosas la carrera de Fletcheler, de quien los diccionarios biográficos no quieren acordarse hoy.
Sigamos con la mala suerte de los maletines. El gobierno de Kennedy, creyendo que con eso se iba a ganar el amor de los venezolanos, envió como embajador de su país al nuestro a un puertorriqueño, Teodoro Moscoso. El cual nos conocía tan bien que se presentó "sin aviso y sin protesto" en la Universidad Central. Allí, rodeado por una muchedumbre de estudiantes izquierdistas, se largó a correr a una velocidad olímpica. Rompió todos los records, pero perdió su maletín, donde un documento confidencial decía lo que todo el mundo sabía pero que la diplomacia negaba: que la Alliance for Progress tenía intenciones menos filantrópicas que políticas.
Lo leyó el Che Guevara Y que su principal objetivo era contrarrestar la influencia de la Revolución Cubana. El Che Guevara leyó el documento en una reunión panamericana en el balneario de Punta del Este, Uruguay. Así terminó la carrera diplomática de Teodoro Moscoso. Cambiemos el consonante, pasando, en primer lugar, del maletín a su hermana mayor, la maleta. En la historia venezolana aparece también una, que le costó unos añitos de cárcel al general Marcos Pérez Jiménez. Al huir despavorido en la "Vaca Sagrada", dejó olvidada una maleta con algo así como un millón de bolívares, que sirvió para pedir su extradición, juicio y encarcelamiento.
Segundo cambio de consonante, las nuevas tecnologías han hecho tan obsoletos los maletines que hasta los cultores de las más primitivas formas de combate, el narcotráfico y el secuestro, prefieren otros objetos: las laptops. Todos conocemos el destino de la que guardaba los secretos de las Fuerzas Armadas de Rodríguez Chacín (FARC).
Detengamos aquí nuestro recuento para ir a votar. Pero una cosa debe quedarle clara a todos: si queremos que nuestro país pueda vencer esa pava ciriaca que parece perseguirlo, de nada le valdrá el cariaquito morado si no logra quitarse de encima todo lo que le recuerde a un maletín. hemeze@cantv.net

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