miércoles, noviembre 25, 2009

Tomás Straka examina el culto a Bolìvar en su obra "La épica del desencanto, bolivarianismo, historiografía y política en Venezuela"

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EL NACIONAL - Sábado 21 de Noviembre de 2009 Papel Literario/6 Papel LiterarioSobre La épica del desencanto Autor, entre otros, de La voz de los vencidos, ideas del partido realista de Caracas (1810-1821) y de Hechos y gente. Historia contemporánea de Venezuela, Tomás Straka publica, de la mano de Editorial Alfa, La épica del desencanto, bolivarianismo, historiografía y política en Venezuela, donde el historiador desentraña los caminos del culto al Libertador

JAIME BELLO LEÓN

Hasta hace unos quince días yo no tenía idea cierta sobre quién era Tomás Straka. Nunca había leído una línea escrita por él. Sólo sabía que se trataba de un profesor de la Universidad Católica Andrés Bello, que gozaba del respeto y aprecio de sus colegas. Digo esto para que quede claro que --hasta el momento en el que estoy diciendo estas palabras-yo no he tenido el honor de disfrutar de la amistad del profesor Straka. De modo tal que mis apreciaciones sobre su obra no están impregnadas de la sana complicidad que generalmente la amistad anima. Mis impresiones tampoco son las de un especialista en historia, puesto que no soy historiador, sino más bien se trata de las opiniones de un comunicador de profesión, las de un periodista que siempre ha estado ávido por saber de estos temas históricos, que sin lugar a dudas ayudan a comprender la realidad de esta compleja casa que habitamos. Desde luego, mi lectura no puede estar exenta de la práctica, de la disciplina, de la deformación profesional --inclusive-- de ser editor de revistas...
Cuando Ulises Milla me l la mó pa ra i nv ita r me a presentar La épica del desencanto, bolivarianismo, historiografía y política en Venezuela (Caracas, Editorial Alfa, 2009, 254 pp.), le pedí que me permitiera revisar el texto, darle una hojeada, antes de comprometerme. En ese justo momento una fuerte e impertinente gripe me tenía alejado de mis quehaceres cotidianos, de mi programa de radio, de la revista, de mis afectos. Mi consuelo --más allá de las aguas de manzanilla, malojillo, los limones y la miel de abejas-- era el Ibuprofeno lo único que ponía a raya la fiebre y desmontaba un pertinaz dolor de cabeza. En ese estado entré en contacto con las primeras líneas y, de pronto y sin aviso, me olvidé de la gripe y de la noción del tiempo. Al iniciar la lectura, me di cuenta que estaba ante una obra de gran valor. Donde el riguroso y necesario método académico no logró enmudecer la fina ironía que está presente en la escritura y en la aguda mirada de Straka. Así, sin proponérmelo y por culpa de Ulises, el Milla, pasé de preocuparme por mi gripe --de este muy cálido julio caraqueño de 2009-- a ocuparme de los problemas epistemológicos que genera el culto a Bolívar.
Algunas de las obras citadas de manera recurrente por Straka ya las había leído, pero la espesura de su análisis y las brillantes y pertinentes relaciones, observaciones y conclusiones que precisa me dejaron más que fascinado. Ese es el caso, precisamente, de la relación "patológica" que hemos establecido los venezolanos entre el Libertador y la historia nuestra. Tanto las izquierdas, que se asumen como revolucionarias y sanadoras en todo tiempo y lugar, como las derechas, atrapadas en discursos desconectados con las necesidades de las mayorías, legitiman sin pudor alguno sus postulados ideológicos y políticos en la que pareciera la fuente única de la verdad venezolana: Simón Bolívar.
Al término de la primera parte de este trabajo, Straka formula una pregunta clave: "¿Hartos de Bolívar?" y, luego, afirma tajantemente que "tres cosas parecen haber quedado en claro después de este recorrido: a) por primera vez en la historia (y en la historiografía) venezolana se manifiesta una ’rebelión’ tan amplia y franca al culto a Bolívar, al punto de que cuatro de los historiadores vivos más importantes del país sacaron libros específicamente para denunciarlo: este dato, por sí solo, es revelador de un estado muy particular en el país, de procesos fundamentales que lo han cambiado en las últimas décadas y de la naturaleza de la coyuntura actual y sus posibles implicaciones; pero no lo es tanto como el hecho de que su prédica haya encontrado tanta audiencia más allá de las universidades, adonde normalmente se restringían estos debates.
Evidentemente, b), esta rebelión está claramente impulsada por la revolución bolivariana y el temor, en estos historiadores, que políticamente le son muy adversos, de que se trate de una simple reedición del bolivarianismo tradicional de nuestras dictaduras militares, destinado a sofocar los anhelos democráticos de la sociedad. Sin embargo, el punto es que hay mucho más. En el fondo hay mucho más. Lo que nos lleva al tercer aspecto: c) epistemológica e ideológicamente, el andamiaje conceptual con el que se le enfrentan, viene de la revisión de la historia venezolana llevada adelante por las escuelas de Historia y otras instancias universitarias relacionadas (escuelas de Educación, postgrados, pedagógicos), desde la segunda mitad del siglo X X. Es una revisión en la que se formaron y a la que a su vez impulsaron. La autonomía universitaria, la libertad de cátedra y el clima general que permitió, al menos en círculos académicos, pensar al país en terminos distintos a la épica de la Historia Patria, y a deslindarse de la "filosofía de Estado" con la que Venezuela ha venido funcionando, al menos, desde la época de Guzmán Blanco.
Determinar que el bolivarianismo fue una solución para integrar y darle ánimos a un colectivo disgregado y muy disconforme con los resultados inmediatos de la emancipación fue un logro fundamental, porque permitió una comprensión crítica de lo que tradicionalmente había sido nuestra conciencia histórica, una especie de metacognición de la forma en la que nos veíamos y concebíamos (nos vemos y concebimos aún) a nosotros mismos, así como de las trampas y yerros que encierra; y es un aporte que en buena medida viene delineándose desde la década del sesenta por obra de investigadores como Germán Carrera Damas y Luis Castro Leiva. Pero entender que en cierto punto de nuestro desarrollo histórico esa "solución" pasa a ser una amenaza; entender que hay que aparejar la conciencia histórica con la realidad histórica; que una conciencia constelada de héroes guerreros y santos tutelares no dispone a un colectivo a andar con pasos propios, sino a requerir del permanente concurso de unos oficiantes del culto y de unas encarnaciones de aquellas entidades, como se proclamaron a sí mismos los autócratas que gobernaron a Venezuela por más de un siglo, que lo lleven de la mano, es un logro que, además de esclarecedor, ya puede traducirse en algunas claves para discutir el porvenir. Que esto ahora sea tema para lectores no especializados es un signo de que algo está cambiando en la conciencia histórica de los venezolanos, aunque aún no podamos atisbar sus alcances reales. No se trata, como muy bien advierte Pino Iturrieta, de renunciar a los héroes o de que los venezolanos desechemos a los que tenemos, como ningún pueblo lo ha hecho; se trata de atajar esa relación "patológica" que mantenemos con ellos". (57 y 58).
Positivistas, socialistas, fascistas, comunistas y anticomunistas, militaristas, ateos y creyentes, extremistas radicales, demócratas, ecologistas, partidiarios de cualquier causa, hombres del siglo XIX, XX y XXI siempre vuelven sus ojos y fundan sus argumentaciones en estas o aquellas palabras del Libertador. Bolívar fue conciente de que esto sucedería con su nombre y así lo escribió en una carta firmada en Popayán el 6 de diciembre de 1829, nos señala el profesor Straka, citando un trabajo de Inés Quintero. Pero hay un capítulo del libro que me parece fundamental, donde Straka desarrolla la tesis de la épica del desencanto, partiendo de un análisis muy bien hilado que indaga en el por qué de los rapsodas, y en particular de la obra de Eduardo Blanco. Allí, además de examen juicioso de categorías y conceptos, nos relata un episodio de 1911 que en sí mismo dice demasiado. Se trata de la coronación de Eduardo Blanco. En el marco de la celebración del Centenario de la Independencia, en el Teatro Municipal de Caracas y con la presencia de Gómez y su gabinete, la señorita Julia Páez Pumar se vistió con las galas de Clío para imponerle una corona de laureles (hecha con oro) al insigne autor de Venezuela heroica.
El gesto iba acompañado de un discurso oral a la medida de la corona... A partir de esa imagen, Straka ubica la clave de lenguaje, estilo y concepto que asume como empresa el constructor de la epopeya: "La épica de Eduardo Blanco es la épica de una lucha contra el desencanto. Es el esfuerzo por reconciliar a un colectivo con su gentilicio. Es, como esperamos demostrar, la gran metáfora de los problemas fundamentales de Venezuela como idea y como posibilidad (104). A mis hijos: A vosotros que principiáis la vida en medio de las congojas de la Patria, sin públicas virtudes que imitar, ni ejemplos sanos que seguir, ni aspiraciones nobles que admirar, y amenazados por el descreimiento de todos los principios que enaltecen el alma y vigorizan el corazón; a vosotros dedico estos cuadros históricos, reflejo de las pasadas glorias de Venezuela, en que a pesar de la rudeza de mi pluma, brilla resplandeciente la alta virtud de aquellos héroes que, digna, altiva y respetada levantaron la Patria a la altura de los pueblos civilizados.
Cuando la simiente perniciosa de nuestras políticas pasiones germine en vuestros pechos; cuando marchite el desengaño las blancas rosas de vuestros puros sentimientos; cuando la duda penetre en vuestros corazones y el vil materialismo se esfuerce en obscurecer las radiosas claridades del espíritu; cuando cansados del batallar continuo por alcanzar un ideal que huyó de vuestro suelo, sintáis vuestro orgullo humillado, y os asalte el despecho, y como yo entréis en tentaciones de despreciar la tierra en que nacísteis y maldecir la Patria: abrid este libro, recorred sus páginas y deberéis a vuestro padre, si no la dicha que deseara ofreceros, un sentimiento noble y generoso, extraño a las miserias del presente. Eduardo Blanco Caracas, julio de 1883. De eso, pues, se trata la épica del desencanto y en buena medida se ha tratado toda nuestra Historia Patria: de estar prevenidos para cuando nos asalte el despecho." (133). En el capítulo IV, el centro del trabajo es la obra de Tito Salas, quien prestará su laureada y pulida técnica artística para que el Estado venezolano concrete en imagen visual el mensaje que ha andado los caminos de la oralidad y de la escritura, pero que necesita hacerse universal a través de la imagen visual. El pintor entiende y asume el reto para entonces darle la grandilocuencia que exige plasmar la efigie del padre.
Straka aquí saca una erudición admirable, para ayudarnos a leer esas estampas que Salas acomete con brillo. La redondez del examen son conmovedoras. Las referencias son las justas y nos permite ver hasta dónde ha sido un imperativo la obsesión bolivariana. Presentar un libro supone, entre otras tareas, invitar a la lectura de éste. En La épica del desencanto hay un trabajo sólido, ingenioso, muy bien escrito. Hay una análisis severo, pero ameno, que nos asiste en esta hora difícil a tratar de valorar adecuadamente lo que nos está sucediendo como colectivo, inclusive más allá de nuestras fronteras. Palabras pronunciadas en la presentación del libro, el 17 de julio de 2009.

2 comentarios:

Leandro dijo...

De sumo interès.
Saludos

Profeballa dijo...

Para usted tambièn!

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