Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en El Universal.
Gómez, Chávez y Bolívar
"Se ha apoderado, además, del esqueleto del Libertador para convertirlo en señal de identidad"
En pleno apogeo del régimen del más oscuro de los gobernantes de quien se tenga memoria entre nosotros, el escritor colombiano Fernando González redactó un libro sobre el país que conoció entonces. Recomendado por las altas esferas, tuvo acceso al Benemérito y pudo escuchar muchas historias de sus labios, algunas de las cuales recogió en un libro titulado Mi compadre, Juan Vicente Gómez. De ese vistazo del país de las primeras décadas del siglo XX destaca la versión que el propio Jefe del Estado ofreció sobre su entendimiento de la historia patria, en cuyo más alto escalafón se colocaba como mandón indiscutido y temido. Parecen cosas de la actualidad, según tal vez puedan percatarse los lectores partiendo del esbozo que se hará a continuación.
Solazado en sus jardines de Maracay, Gómez describió ante el colombiano las angustias que experimentó cuando ascendió al poder. ¿Qué preocupaba a don Juan Vicente en un relato que no desmintió nadie jamás, ni siquiera el hombre poderoso que hizo la confesión? En lugar de angustiarse por las urgencias de sus gobernados, lamentaba el estado de abandono en que había encontrado tres lugares relacionados con la gesta de la Independencia y con el tránsito del Libertador: el samán de Güere y sus alrededores, la casa campestre de los Bolívar en San Mateo y el sitio de La Puerta. El abandono de la parcela en la cual se encontraba el celebérrimo árbol y la mansión rural del Libertador daba cuenta, según el hablante, de una incuria que debía llegar a su fin para saldar una histórica deuda, no en balde en tales plazas había sufrido en exceso el Padre de la Patria, cuando hacía sus campañas, y demostrado profundo afecto por sus hijos. La Puerta llamaba su atención debido a las derrotas sufridas allí por la causa republicana frente a las fuerzas españolas, hecho insólito que lo atraía como un vigoroso imán sin saber exactamente el motivo de la atracción.
Después de descubrir tales pesares, Gómez habló de lo que hizo para atender el reclamo de la patria: ordenó el abono del samán y lo hizo rodear de unas bayonetas pintadas con el tricolor nacional para admiración de la posteridad; y dispuso la restauración de San Mateo con el objeto de convertirlo en un museo ineludible para los viajantes de todos los tiempos. Así, de acuerdo con lo expresado en la entrevista, cumplía una obligación con la memoria colectiva, cuyos vestigios amenazaban con la desaparición, y se ganaba el puesto de custodio de la gloria después de un siglo de injustificable descuido. Pero faltaba una explicación convincente sobre la referencia a La Puerta, un emplazamiento tan aciago para las armas patrióticas. Cuando Fernando González quiso averiguar sobre el asunto, el interlocutor inusualmente locuaz lo interrumpió para agregar: en La Puerta derroté al bravo general Luciano Mendoza, quien en el mismo lugar había derrotado a Páez, y con ese triunfo cerré el ciclo de las guerras en Venezuela.
Dos cosas destacan del peculiar breviario de nuestra historia: la referencia exclusiva a sucesos militares de la Independencia y la manera de colearse en el asunto. En la versión no existen sucesos que no sean las batallas y las campañas castrenses, cuya memoria restaura mediante el esmero que pone en la conservación de sus referencias materiales. No existe nada de trascendencia desde entonces, que no sea su ascenso al poder. Pero está seguro de no hablar sobre hechos remotos y ajenos. Es una historia de la que forma parte, de acuerdo con lo que confiesa paladinamente, pues se ocupó de poner en su lugar, también mediante las armas, a un guerrero en cuyos lauros destacaba su victoria frente al héroe de Carabobo. No podía quedar duda, por lo tanto, sobre su misión de continuador de la obra de la emancipación y de los trabajos de Simón Bolívar.
El mandón de la actualidad pudo jurar su cruzada en Güere, pero perdió la oportunidad de hacer un retoque en San Mateo. Tampoco cuenta con un interlocutor como Fernando González para ufanarse de sus hazañas. En realidad no lo necesita porque se basta el solo para pregonarlas, para regodearse en asuntos de cuartel, para negar cualquier suceso posterior a 1830 y para justificar al estilo gomero su paso por la historia. Se ha apoderado, además, del esqueleto del Libertador para convertirlo en señal de identidad. Pero nadie es perfecto, por desdicha: le falta una batalla como la de La Puerta, materia en la cual ni siquiera puede competir en sentido retórico con su opaco antecesor.
eliaspinoitu@hotmail.com
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