sábado, marzo 07, 2009

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre la opinión pública

Artículos de opinión de los historiadores

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en
El Universal.
Chávez y la opinión pública

No se trata de una guerra entre las virtudes y los vicios, sino de un asunto de opinión pública

Nadie puede saber cómo sería el paraíso terrenal, si depende de las fantasías del mandón. Pero pudiera tratarse de un edén con él en la cúspide actuando como creador del cielo y de la Tierra, de la naturaleza y de los semovientes, con los adanes y las evas de rigor pero sin la serpiente. En su interpretación de la vida no habría lugar para el macabro reptil a quien, según el libro sagrado de los cristianos, correspondió el papel de interferir los mandatos del Padre Celestial mediante el trastorno de la conducta de los mortales, quienes terminaron por salirse del carril para vivir en un desafiante valle de lágrimas. La bíblica alusión no obedece a las ganas de fastidiar al sucedáneo de Dios en el departamento tropical del empíreo, sino a los comentarios que él ha hecho sobre cómo los medios de comunicación han impedido que su popularidad se convierta en una especie de marca olímpica sin rival. Así como se dedicó la serpiente a malponer al venerable anciano de barbas blancas, hasta el punto de engañar a la primera pareja de seres humanos para que viviera en el extravío, ahora brota del averno una legión de periodistas y opinadores con el propósito de repetir la faena del Génesis. En la jauja del socialismo del siglo XXI los medios de comunicación hacen el papel de culebras ponzoñozas cuyo propósito es el engaño de la ciudadanía para que se conviertan en acólitos de la maldad, de acuerdo con la reciente proclamación de quien se niega a que alguien descubra manchas en su impoluta figura. Esas manchas no existen, sino por obra de la prensa y de los canales radioeléctricos, de acuerdo con recientes versículos del sustituto nacional de la divinidad.
El Dios verdadero encontró una solución al alcance de su mano, no en balde contaba con su omnipotencia y con la única oposición de la serpiente: ordenó al arcángel Miguel la expulsión del reptil e hizo unas rectificaciones someras en el plan que tenía para sus criaturas, sin ocuparse de otras interferencias. De allí la continuidad de su presencia en el valle de lágrimas, para fortuna de la humanidad. Sin serafines ni potestades, pero también con mayores problemas para ocultar las máculas, el mandón ha tomado un camino más empinado y azaroso: ha ordenado a sus burócratas la elaboración de un censo de los agentes del pecado, para ver cómo después se ocupa de arrojarlos al infierno, su natural morada, o a la lejanía del limbo, cuando descubra su ubicación. La tarea será ardua porque no se enfrenta a los colmillos de uno solo de esos animales capaces de camuflarse en la vegetación para lanzar sus zarpazos, sino a un inmenso serpentario que sabe cómo hacer su oficio de divulgar la versión que considera adecuada sobre los asuntos de un maltrecho paraíso y del sujeto empeñado en dirigirlo en calidad de monarca. De allí que mejor acude al propio vencedor de Luzbel con la oración que los mayores nos enseñaron, a ver si logra librarse de los monstruos: "!Oh, soberano arcángel! Príncipe de la Corte del Cielo, defendedme. ¡Oh, Capitán valerosísimo de los ejércitos de Dios!, enviad en mi socorro vuestros soldados para que me defiendan de los demonios y no me rinda a sus combates y tentaciones". De lo contrario perderá la cruzada, a menos que perfeccione el tribunal de la Inquisición que ya viene funcionando con sobrados dineros para evitar la propagación de la herejía.
Porque, además de los recursos que tienen para hacer su trabajo y de los valores que los mueven a divulgarlo, esos periodistas y esos opinadores de hoy a quienes compara el mandón con las fuerzas del mal no tratan con Adán y con Eva, sino con individuos que han pintado canas a través de la historia. El primer hombre y la primera mujer apenas estrenaban el derrotero de la humanidad, en tientas propias de quienes debutan en teatro desconocido sin saber de los retos que los esperaban ni de la forma de salir airosos ante sus acometidas, presas fáciles de la manipulación. Sin la inocencia de los iniciadores del género humano, los actuales destinatarios del mensaje de los medios de comunicación no confunden el gato con la liebre. Gracias a la experiencia propia y a la sabiduría de los antecesores, no requieren de la linterna de periodistas y opinadores para acercarse al árbol prohibido y disfrutar el sabor de la manzana con total autonomía y plena tranquilidad de conciencia. Porque no se trata de una guerra entre las virtudes y los vicios, como sugiere la incomodidad de un ídolo patético que reclama la complaciente adquisición de su estampita, sino de un asunto de opinión pública. Y, dejando ya las referencias a la Escritura, seguramente usadas sin pericia, la opinión pública es la brújula de las sociedades contemporáneas. ¿Cómo va a hacer entonces el mandón, sin ser Dios como pretende, para cambiar el norte por el sur? eliaspinoitu@hotmail.com

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