La película de
Steven Spielberg: El imperio del sol (1987)
es una de mis favoritas, no solo por ser perfecta (guión, actuaciones,
fotografía, etc.) sino porque siempre me sentí identificado con su personaje
central (Jim) en lo que respecta a su pasión por los aviones de caza. Siempre
quise leer el libro homónimo y en parte autobiográfico de J. G. Ballard en el cual se basó, pero pasaron los años y fue en estas
vacaciones que pude cumplir ese deseo. La leí en la edición en español de
Random House Mondadori, Barcelona: 2008.
Al leerlo fue
inevitable hacer comparaciones y pensar en los personajes y situaciones tal
cual las muestra la película. Son muchas las diferencias pero sin duda el
guionista hizo un maravilloso trabajo, tanto que los cambios y adaptaciones que
realiza en la historia original para mí quedaron muy bien. En ninguna parte de
la novela se habla de la famosa canción de cuna china que Jim canta al principio
y en uno de los momentos fundamentales de la película, fue una invención (creo)
del guionista o del director que quedó perfecta.
La novela es
excesivamente larga, hubo momentos en que se me hizo pesada. La historia de la obra es sumamente realista y por tanto cruel, lo que la película no muestra
en su totalidad y drama. Un buen ejemplo es la terrible situación al finalizar
la guerra, donde la vida en general se convierte en un apocalipsis de gran
salvajismo, los civiles padecen por los bandidos y saqueadores, y los
prisioneros llegan a pensar que estaban mejor cuando eran vigilados por los
japoneses. El protagonista-autor describe como se desata la guerra civil en
China entre comunistas y nacionalistas apenas Estados Unidos vence al Japón.
Me fascinaron
los detalles sobre la naturaleza humana y las culturas. En especial el
aprendizaje de Jim en la situación que había vivido desde 1941: “La verdad
evidente sobre la guerra es que la gente era demasiado capaz de adaptarse a
ella” (p. 216). Jim descubre el individualismo y buen humor estadounidense, a
diferencia de la cultura británica a la cual estaba acostumbrado por ser su
origen pero también por vivir en el “bloque” del campo de prisioneros donde
predominaban sus compatriotas: “Los ingleses vivían en dormitorios comunes,
pero cada marino estadounidense se había construido un pequeño cubículo con los
materiales a que había podido echar mano (p. 223). Es por ello que él pensaba
que “los estadounidenses eran la mejor compañía en el campo; menos extraños y
desafiantes que los japoneses, pero muy superiores a los malhumorados y complicados británicos”
(p. 224).
“La abundancia
de objetos eran reconfortante, aunque fueran inútiles, como la abundancia de
palabras (…). El vocabulario de latín y los términos algebraicos también eran
inútiles, pero ayudaban a construir un mundo” (p. 230). Sin duda Jim-Ballard
construyó su mundo en la China de la Segunda Guerra, y aunque más nunca
volvió a ella se cumple aquel principio que dice: nuestra verdadera patria es
nuestra infancia (R. M Rilke, 1929, Cartas
a un joven poeta).
Profeballa
Profeballa
Razón y sentido de las bibliocrónicas
son fundamentalmente la redacción de mis experiencias bibliófilas, pero para
una explicación más amplia de dicha crónica leer acá.
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