sábado, febrero 20, 2010

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) nos habla sobre la historia de las relaciones Estado-Iglesia en Venezuela

Artículos de opinión de los historiadores
Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en
El Universal. El subrayado es nuestro.
Los bienes de la Iglesia
¿Venganza contra las voces dignas de la Conferencia Episcopal?
Sobre las propiedades eclesiásticas se debatió en la república con interés desde sus orígenes, pero sólo en contadas ocasiones fueron sometidas a decisiones arbitrarias de un déspota. Un proyecto de organización laica de la sociedad no podía sino detenerse en el poder material de la institución católica y tratar de controlar su predominio frente a unas masas conmovidas por la guerra y por las sugerencias de la imprenta. Pero no fue asunto tratado a la ligera, ni sometido a los caprichos del personalismo. Memorables debates sobre la desamortización de las heredades del clero y sobre la presencia de los religiosos en los asuntos públicos, episodios imprescindibles en una fábrica de cuño liberal, enriquecen un acervo gracias al cual se llegó, con el correr del tiempo, a un vínculo equilibrado y respetuoso entre las potestades temporales y espirituales.
Las batallas de la Independencia y las primeras guerras civiles dejaron a la Iglesia en un estado de debilidad, casi de postración, que pudieron aprovechar los políticos y los hombres de armas para reducir a mínima expresión lo que parecía un escombro, pero no lo hicieron. ¿Por qué no aprovecharon la situación de menoscabo? Porque no se trataba entonces de borrar la historia para inventar una nueva, de arrojar al basurero los sentimientos de los antepasados y de los individuos del momento, sino simplemente de levantar, aunque no pocas veces en medio de descomunales desaciertos y de gran hostilidad, un hogar hospitalario para todos los venezolanos. De allí los miramientos con los voceros de una institución que, pese a los golpes recibidos, representaba un entendimiento del mundo en cuyo regazo se refugiaba la fe abrumadora de las mayorías. Así se explica un proceso de obligante concertación que comienza con Páez y desemboca en los adecos, si se quieren señalar algunos hitos. En el medio de ellos se atraviesa la intemperancia de Guzmán, y sus ganas de hacer negocio con los predios del altar, pero la golondrina sola no hizo verano.
De nuevo merodea una oscura golondrina sobre el tejado de los beneficios eclesiásticos. Unos beneficios, conviene remacharlo, que no se caracterizan por la opulencia sino por la modestia, acaso de las mayores modestias de América Latina; y por un evidente afán de servicio público, orientado a las clases más humildes de la sociedad. ¿Venganza contra las voces dignas de la Conferencia Episcopal? ¿Ataque artero contra la institución de mayor envergadura que se ha opuesto a su hegemonía? ¿Parte de un plan genérico contra la propiedad privada, que debe meterse poco a poco con los bienes de la Iglesia para que no quede lado sano en un plan de aplastamiento panorámico de las libertades que encuentran cobijo en la producción de la riqueza a través del trabajo de los particulares? Probablemente, dentro de un proyecto cuyo último propósito es la fragua de un entendimiento diverso de la evolución de la sociedad, la elaboración de una memoria unilateral y tendenciosa del pasado a través de la cual pueda sustentarse el "socialismo del siglo XXI". La magnitud del plan obliga a desarrollarlo a cuentagotas, en especial cuando arremete contra principios y objetos caros a la sociedad, pero el último fin consiste en la destrucción de la Historia y en la liquidación de los testimonios que la han alimentado hasta nuestros días.
Confiamos en que se equivoque el atacante cuando presume que sólo levanta ahora el mandoble para ganar una escaramuza de sacristías. La pretensión de disminuir los bienes de la Iglesia, o de liquidarlos por cuotas, supera los intereses de lo que pueda representar la presencia de los pastores y el escollo en que se han convertido frente a la mandonería. El adormecimiento de la sociedad, su lamentable mutismo ante una cadena de ataques contra diversos sectores de la colectividad, puede hacer que pensemos en el nuevo episodio de un conflicto que ganará el Gobierno sin mayor incomodidad. No obstante, ahora se mueve en terreno resbaladizo. Los bienes de la Iglesia no son como el resto de los bienes de los propietarios contra quienes ha desarrollado una política de paulatina destrucción. Son de este mundo, pero no del todo, según pudieron comprobar los adecos y antes Páez y Guzmán. No forman parte del mercado habitual. Son la médula de un inventario distinto de las ganancias y las pérdidas en el manual de los venezolanos, o así lo ha sentido la sociedad desde antiguo. Esperemos entonces a que la golondrina salga del alero de Gradillas, si se atreve, para presenciar la continuación de una historia que puede ser de lo más interesante.

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