sábado, febrero 28, 2009

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre la posibilidad del diálogo gobierno-oposicón

Artículos de opinión de los historiadores

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal.
El supremo sordo

Los votos terminaron por tapar los estrechos conductos que aún funcionaban en sus vías auditivas
La necesidad de establecer un diálogo con Chávez se ha convertido en el punto más trajinado de los últimos días. En principio parece un asunto sobre el cual no caben las objeciones, pues en todo sistema de naturaleza democrática resulta lógico que el Presidente hable con la oposición y la oposición hable con el Presidente. Sin embargo, como en realidad los tratos democráticos a los que se acostumbró la sociedad se han hecho cada vez más escurridizos, convienen ciertas advertencias antes de que se multipliquen los espontáneos en la proposición de coloquios sin destino.
Una primera aclaratoria salta a la vista, en atención a los hechos recientes: no es cierto que Chávez haya llamado a conversaciones sobre la situación del país. Una periodista puso el tema y él, ni corto ni perezoso, se conformó con anunciarse como un "tirapuentes".
No podía reaccionar de otra manera, pues la pregunta lo sorprendió mientras se preparaba para votar en el último referendo. En la hora de pescar sufragantes no podía salir con una afirmación distinta, le convenía presentarse como un amante de la conciliación, como atento escucha del prójimo, como aficionado a la atención de opiniones ajenas. Estamos, pues, ante una manifestación obligada por las circunstancias que no puede remitir a una decisión pensada de antemano, ni a una reflexión de la cual puedan esperarse resultados concretos.
El simple hecho de que la periodista manejara el asunto de la conciliación apunta a cómo quiso encontrar una novedad, a cómo planteó un desafío inusual, pues de lo contrario se hubiera limitado a desconectar el micrófono después de trasmitir informaciones anodinas.
Pero se planteó el tema, en todo caso, para que después el Presidente recuperara el natural estado de mandón en el cual se siente a sus anchas. Manifestó disposición a dialogar, si antes la oposición reconocía su calidad, no sólo de primer magistrado sino también de líder de un proceso histórico.
Tal calidad y tal supremacía, según sus palabras, acababan de confirmarse gracias a los resultados de las votaciones de la víspera. ¿Cómo sería el diálogo si parte de semejantes restricciones, de semejante jactancia?
Una visita de cortesía, un desfile de súbditos frente al ocupante del trono, una medrosa recepción de instrucciones, un acto de iluminación concedido por quien acaba de refrendar sus títulos de única linterna de Venezuela. Si ya se ha habituado a la borrachera de las palabras, al considerar que ha confirmado el atributo de ungido de los pueblos podemos contar con sus sermones de pontífice, pero jamás con su oreja. Por si fuera poco, la confirmación que se atribuye sólo augura, aparte de la mayor extensión de sus catilinarias, la profundización de sus habituales descalificaciones del adversario y clamorosas exhibiciones de una sabiduría sin parangón. De acuerdo con lo que el mandón sintió sobre la decisión popular del 15 de febrero, nadie va descaminado cuando imagine que, aparte de enmendar la Constitución según anhelaba con frenesí para perpetuarse en el poder, los votos terminaron por tapar los estrechos conductos que aún funcionaban en sus vías auditivas.
Sólo con ver el referendo del 15 de febrero como lo que fue de veras, una invitación a continuar gestas de civismo, una manifestación de voluntad en torno a aspectos puntuales de la Carta Magna y un testimonio palmario de la división cada vez más abismal de la sociedad frente a la influencia del mandón, bastaría para que ocurriese el diálogo sobre cuya necesidad vienen insistiendo numerosos voceros.
Los anuncios sobre la proximidad de una severa crisis de la economía apuntarían en la misma dirección. No obstante, la traducción del hecho por parte interesada como una nueva elevación personal y como licencia expedita para que la "revolución" complete sin trabas la hegemonía sobre la sociedad, clausura abruptamente el camino.

No sólo por lo infructuoso del intento de hablar con quien sólo quiere ensimismarse en el sonido monocorde de su voz mientras enjabona las joyas de la corona que cree tener en la cabeza, sino también para evitar el desairado papel de las comparsas. Si ya las tiene de sobra, no vale la pena que uno se disfrace de ingenuo para mezclarse en el desatino, especialmente cuando empieza la cuaresma.

eliaspinoitu@hotmail.com

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