Carlos Balladares
Castillo
Publicado en El Nacional
En
diciembre pasado falleció el escritor israelí premio Príncipe de Asturias (2007):
Amos Oz (1939-2018). Por ello comencé a leer sus memorias (2003, Historia de amor y oscuridad) las cuales
finalicé hace pocos días. Son extensas (700 páginas) y se pueden leer con
interrupciones por su relativa ausencia de continuidad cronológica y estar
basadas en los momentos anecdóticos que marcaron su vida. Desde el principio
nos atraparon debido a la hermosa descripción que hace de su infancia rodeada
de libros y de personas que aman la literatura y la lengua. Su padre trabajaba
en una hemeroteca, no paraba de escribir pero nunca logró su sueño de ser
profesor de una universidad, publicar sus obras y ser reconocido en los
círculos intelectuales (“lo único abundante en casa eran los libros (…), mi
padre tenía una relación sensual con los libros”). Pero también por la
descripción que hace de las angustias, sueños y conflictos de las gentes
sencillas al vivir el proceso de fundación del Estado de Israel a finales de la
década de los cuarenta. Son las memorias de su niñez dejando unas pocas páginas
(las últimas 150) para su adolescencia en el kibutz. Son las memorias de su
formación tanto intelectual como emocional.
Es
fascinante el relato que hace de cómo los judíos se fueron asentando en
Palestina, en especial en Jerusalén, siendo el mejor ejemplo su gran familia.
No es el caso de los que llegaron huyendo de los campos de exterminio nazi
posterior a la Segunda Guerra Mundial sino los que escapaban de los progromos
en el Imperio del Zar y de la amenaza comunista. La mayoría de ellos estaban
imbuidos del credo político sionista que los había convencido de la posibilidad
de crear un Estado judío en lo que había sido en la antigüedad el reino de
Israel. Pero al llegar a esta tierra se demostró que no era lo que soñaron, y
la nostalgia por su patria retornaba con fuerza en cada comentario. Esta
realidad desde la perspectiva del historiador resaltaría el gran proceso de un
pueblo unido en torno a la meta común de crear su Estado, pero desde el
recuerdo de la infancia del escritor se muestra lo relativamente divididos que
estaban y la duda permanente ante la posibilidad de lograr la gran meta. Fue
inevitable pensar en nosotros los demócratas de la Venezuela presente, los
cuales nos peleamos por cualquier decisión y ante cada fracaso caemos en la
desesperanza.
Poco
a poco entre los israelitas se agregó; a las divisiones de las diversas ramas
del judaísmo, los orígenes nacionales de los que provenían y las ideologías de
izquierda y derecha; una separación entre las generaciones nacidas en Israel y
los que venían de la diáspora. Los primeros eran considerados fuertes y puros,
y los segundos contaminados de los defectos de otros pueblos. Amos era parte de
los primeros, pero los segundos eran sus padres, tíos, abuelos, vecinos, una
comunidad que le demostró la riqueza de la diversidad. Pero también estaban los
árabes (que estaban siendo despojados de sus tierras por el avance israelita) y
los británicos (que ejercían el protectorado de la zona e impedía el logro del
sueño sionista), y a pesar de ello: “judíos y árabes amantes de la cultura se
reunían con británicos amables e instruidos (…) donde se organizaban recitales,
bailes, jornadas literarias, recepciones y refinadas charlas artísticas.”
Otra
vivencia del autor que me hizo pensar en lo que hoy padecemos en Venezuela fue la
perspectiva del común con sus conversaciones plagadas de rumores estrambóticos.
Los judíos, ante la cercanía de la guerra no dejaban de pensar en que los
progromos o el exterminio se repetiría
pero ahora en manos de los árabes. En medio de este gran terror generado por
los rumores, pero también por claros atentados en su contra y la real amenaza
de los países fronterizos que se plasmó en la primera guerra árabe-israelí; se
da la famosa votación en la ONU a favor de la creación del Estado de Israel y
el Palestino. Es inevitable emocionarnos al leer su vivencia en que la gente
esperaba en la calle la decisión, escuchando o viendo los que tenían la radio o
la TV encendida. Y nos llenamos de orgullo con las palabras: “Uno tras otro
fueron leyendo los nombres de los últimos países de la lista (…), Reino Unido:
abstención, URSS: sí, Uruguay: sí, Venezuela: sí, Yemén: en contra, Yugoslavia:
abstención.” Nuestro país gobernado por la Generación del 28 apoyaba la causa
justa de la creación del Estado de Israel. Al ser aceptada la propuesta nos
dice: “la voz fue tragada por el clamor (...), mi padre y mi madre estaban
abrazados, aferrados el uno al otro como dos niños perdidos en un bosque”. Y en
medio de la algarabía de las gentes celebrando en la calle su padre le dijo:
“Observa hijo mío, observa bien, por favor (…), porque esta noche no la
olvidarás mientras vivas, y de esta noche le hablarás a tus hijos, a tus nietos
y tus biznietos mucho tiempo después de que nosotros ya no estemos aquí.” ¿Será
que los venezolanos muy pronto podremos decir esto a nuestros hijos pequeños
cuando se acabe la tiranía y la democracia renazca?
Un
hecho que cambió su perspectiva del conflicto árabe-israelí fue el conocer al
mítico líder de la Resistencia contra el protectorado británico: Menahem Begin
(1913-1992) en un mitin. Él era un niño nacionalista-sionista que adoraba al
líder, pero cuando lo conoció no era lo que esperaba de él. Y lo peor fue que
por una confusión en el lenguaje se rio de algo dicho por éste, lo que le hizo
sufrir una violenta reprimenda por parte de su abuelo que lo acompañaba. Este
hecho, más el suicidio de su madre, lo terminaría de convencer en su
adolescencia de entrar a un kibutz. Allí pasarían dos cosas que lo marcarían
para toda la vida: primero el conocer a uno de sus fundadores: Efraim Avneri que
le convencería del siguiente principio: “la fuerza es el opio de toda la
humanidad (en especial de los poderosos)” y le haría ver que los árabes no eran
“los asesinos” que todo israelita pensaba sino que estos estaban defendiéndose
de los que habían invadido de alguna manera su tierra (lo que no quería decir
que los israelitas no tenían que defenderse de ellos, porque también tenían
“derecho a tener un país”); y segundo: el ir a estudiar literatura en la
universidad debido a una proposición del kibutz. Esto último evidentemente
también era consecuencia de su formación literaria familiar.
Una
breve reseña no es capaz de condensar y describir esta gran obra, pero podemos
concluir que en medio de la guerra y las penurias del momento fundacional
israelita los libros fueron su refugio. Donde el niño fue formando y
descubriendo su vocación literaria que le permitió expresar hermosamente la
vida cotidiana, los sacrificios y las luchas de aquellos con los que creció. Me
he quedado con muchas imágenes y emociones, y especialmente lo que me
transmiten las siguientes palabras:
El
olor de la gigantesca biblioteca del tío me acompañará durante toda mi vida: el
aroma polvoriento y excitante de la secreta sabiduría, el olor de una vida de
estudio muda y aislada, una misteriosa vida de monje, un silencio fantasmal que
salía de las profundidades de los pozos del pensamiento y la sabiduría, el
murmullo de las sílabas muertas, el susurro de las reflexiones secretas de
autores desaparecidos, la caricia fría de antiguas autoridades.
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