miércoles, septiembre 12, 2018

No comprender al pobre (mi artículo de los miércoles en El Nacional)


No comprender al pobre

Carlos Balladares Castillo

Publicado en El Nacional.

¿Por qué Venezuela padece una de sus peores crisis? Es la pregunta que todo venezolano consciente no deja de hacerse. Para después seguir con la necesaria: ¿cómo podemos salir del foso? Son muchas las causas o hechos que nos han llevado a tan terrible tragedia, pero creo que entre las principales está nuestra incapacidad para comprender a las personas que viven en la pobreza. El que escribe, parte de la clase media empobrecida o venida a menos, posee también esa cultura de prejuicios, pero busca con este breve escrito hacer un intento de exorcismo. El país con que soñamos es de libertad y prosperidad, y para ello debemos ser solidarios con los más pobres entre los pobres.

La pobreza, según el Diccionario de la Lengua Española, es la escasez o carencia de lo necesario para vivir. Un pobre es una persona necesitada. En este sentido se puede decir que todos de algún modo somos pobres, pero la tendencia es a considerar pobre al que lo es en lo material o de las condiciones que nos permiten tener una vida digna: alimentarnos todos los días, tener vivienda con espacios diferenciados y sin estar hacinados, agua y servicios, transporte, empleo, educación y ocio. A partir de estos datos podemos  identificarlos más fácilmente, y descubrir que esta realidad histórica que fue dominante en la humanidad cambió radicalmente con la Revolución Industrial y tecnológica, lo que ha permitido el salto de millones de personas a las llamadas clases medias. Así fue en Venezuela en nuestro siglo XX a partir de 1936, hasta que la crisis del modelo rentista (década de los ochenta) agravado con la llegada al poder de la oligarquía chavista hace 20 años, generó el más rápido y numeroso empobrecimiento de nuestros compatriotas. Es por ello que todos nuestros esfuerzos deben dirigirse a atender a los que más han padecido la hiperinflación y la destrucción de nuestra economía.

Una verdad que no tiene discusión es que para el pobre todo es más difícil. He escuchado toda mi vida decir que los pobres lo son por su flojera, porque no quieren trabajar o lo quieren todo fácil. “Son unos mantenidos que han elegido el camino más fácil: el vivir del Estado rentista o de las dádivas en general”. Por eso muchos proponen no ayudar materialmente al pobre porque esta ayuda consolida su condición. No comprenden que enfermarse siendo pobre es estar más cerca de la muerte; que conseguir empleo y de calidad es más difícil si no tienes los “contactos” o amistades que estén en los puestos claves de la oferta de trabajo; que la educación se te hace más cuesta arriba porque no tienes una familia con preparación, libros, transporte, uniformes, y la paz necesaria para estudiar (por solo nombrar algunos aspectos básicos); por no hablar del acceso a la vivienda digna entre otros. Como me decía un profesor sobre algunas personas: “Es difícil que comprendan al pobre si cuando tienen hambre van a la nevera y consiguen comida y cuando quieren ducharse abren el grifo y sale agua caliente”. Ahora imaginemos todo esto en las terribles condiciones actuales de Venezuela, donde ni siquiera el tener varios trabajos es garantía de las tres comidas diarias. ¿Acaso dejaríamos, teniendo la posibilidad de hacerlo, de ayudar al pobre, de ofrecerle ese apoyo para seguir adelante, sobrevivir a la actual coyuntura y después lograr superar los obstáculos que le generan sus carencias?

A medida que el autoritarismo y el caos de la economía se arraigaban, muchos han tendido a culpar a las mayorías empobrecidas. No voy a negar que por mucho tiempo en las zonas de menos recursos el chavismo ganaba con mayor porcentaje que en otras regiones, pero pocos se han preguntado el porqué de estos hechos: ¿inercia de la esperanza que sintieron al principio?, ¿ventajismo?, ¿fraude?, ¿clientelismo-populismo?, ¿amenazas? Y un largo etcétera. Al final los que culpan a los pobres por votar a los populistas tienden a pensar que lo hacen por ignorancia, una característica que consideran inseparable de la pobreza junto a la idea de inmadurez en todos los ámbitos. Se les termina “viendo” como niños, por lo que una vez más vuelven a afirmar que no se les debe ayudar o de hacerlo se tiene que tutelar dicha ayuda “no vaya a ser que se beban esos reales”, justifican. No se ponen en su lugar y no reconocen la dignidad de todo ser humano, por lo que al ser solidarios debemos confiar en el que es objeto de nuestro apoyo.

El que menos comprende al pobre es el populista, porque él anhela mantenerlo en esa condición de modo que sea dependiente de sus dádivas. Su visión de la pobreza es la del paternalismo, la cual cree erróneamente (o quiere creer o nos quiere hacer creer) que esta se supera si se “adopta” al necesitado y se le trata como un desvalido, por lo que no se le da libertad para disponer de la asistencia del Estado. Por no hablar de que toda esta ayuda exige una respuesta en apoyo político. El populista no quiere que el pobre sea autónomo, no vaya a ser que no lo apoye más.

Todos tenemos la obligación de comprender al pobre, que es reconocer su dignidad y por tanto verlo como un igual en lo que respecta a sus derechos, y buscar ayudarlo fraternalmente. Ayudarlo porque sabemos que nosotros también tuvimos a muchos que nos apoyaron, desde nuestros padres hasta diversos amigos y conocidos. Nadie puede lograr algo en soledad. No somos Robinson Crusoe, e incluso él tuvo todo el apoyo educativo de una sociedad entera que después le daría las “herramientas” para sobrevivir. Estamos obligado por humanidad, formación cristiana (todo el que ha crecido en Venezuela la posee aunque no practique dicha fe) e incluso por interés, y señalo esta última razón para el que no quiera entenderlo. Interés porque, de no resolver el problema de la pobreza, el dolor que este genere llevará inevitablemente al resentimiento y a que el rico no pueda disfrutar en paz sus riquezas. Es triste pero es un hecho comprobado en la historia. Dios nos otorgue la sabiduría para que aprendamos la lección de estas dos décadas de sufrimiento y podamos decir: ¡Nunca más!

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