Autora: Mirla
Alcibíades
Publicado en El Nacional. 5 de diciembre 2015.
En 1890 estaba al frente del Poder
Ejecutivo el doctor Raimundo Andueza Palacio. Un día como otro cualquiera, un
vendedor de Estados Unidos solicita una audiencia especial en la Casa Amarilla.
La petición habrá llamado la atención del gobernante, por cuanto no se trataba
de un vendedor de baratijas. Este que visitaba el país traía dos credenciales
de suma importancia.
La primera de esas credenciales lo
presentaba como agente del reconocido inventor Tomás Alva Edison. La segunda
prenda que lo adornaba decía más, pues había llegado al país con el manifiesto
propósito de introducir el fonógrafo. El nombre del fulano fue lo que menos
llamó la atención: se llamaba Andrau Moral.
Desde luego, no solo fue recibido por
el presidente sino que –como podemos suponer en el presente– por un gentío: la
esposa de Andueza Palacio, doña Isabel, todo el cuerpo de ministros, las familias
de los ministros y, para completar la audiencia, algunos amigos de todos ellos.
La improvisada reunión tuvo lugar en la misma Casa Amarilla.
Se impone decir que el vendedor no se
andaba con cuentos. Hizo gala de sus habilidades mercantiles al montar un espectáculo
que dejó a todos poco menos que con la boca abierta. A tal fin, organizó un
“programa fonográfico” que contempló varias piezas.
En esa ocasión, los presentes
comenzaron por escuchar el Himno Nacional. Siguió un saludo al presidente y, de
igual manera, a su esposa. A continuación se oyó la voz de Andueza Palacio
cuando, en febrero 25 de ese año de 1890, se posesionó como presidente de la
Cámara de Diputados. Sucesivamente se escucharon varias piezas musicales. Se
incluyó, además, algunos pensamientos de los ministros. No pudo faltar una
explicación del fonógrafo por él mismo. En suma, la reunión se prolongó porque
la jornada incluyó 21 piezas entre oratoria y música.
Sin lugar a dudas, la jugada maestra
del vendedor estuvo representada en el discurso que el aparato de Edison
dirigió al presidente. Y, para mayor precisión, justo en el momento cuando la
voz del fonógrafo dejó oír este ruego:
“Señor presidente:
“Hijo de este siglo, suelo olvidar la
etiqueta y tomarme libertades. Os suplico, pues, habléis en mi bocina,
depositad en ella algunos conceptos que la República del Norte, mi patria, y
Edison mi padre, que os conocen ya como orador, estadista y gran pensador,
desean oír el timbre, la entonación y el carácter de vuestra poderosa voz de
tribuno”.
La crónica no señala si el mandatario
cedió a la petición de Edison. Me atrevo a asegurar que sí, porque no estaba en
él negarse a complacer una personalidad tan ilustre como la del inventor. En
todo caso, el avance tecnológico que tenía ante sus ojos ha debido ganar sus
simpatías como atrapó a todos los que, pocos meses después, comenzaron a
adquirir el nuevo invento.
Siendo así, nos quedó latiendo la
pregunta que, supongo, asaltará a quien lea estos renglones: ¿dónde estarán los
cilindros de aquel fonógrafo que registró la voz de Raimundo Andueza Palacio en
1890?
alcibiadesmirla@hotmail.com
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