Jorge Bracho: “Los europeos
inventaron América”
Cuando se cumplen 528 años
del encuentro de dos mundos, el historiador reflexiona sobre América y sus
contrastes. Cuestiona el debate invasión versus descubrimiento: América es una
invención europea producto del azar
12 de octubre de 2020 12:46
pm
Ni descubierta, ni invadida.
América es una invención de Europa. Con este planteamiento el historiador
mexicano Edmundo O’Gorman cuestionaba la obsolescencia de la historiografía
mexicana sobre el tema, en un libro con el mismo nombre, publicado en 1958. El
estudio desechaba la visión del descubrimiento de América, señalando que,
cuando Cristóbal Colón partió de Puerto de Palos, el 3 de agosto de 1492, no lo
hizo con intención de dirigirse hacia América porque no existía. América es una
construcción de Europa, pues quienes habitaban ese territorio no lo concebían
como tal, como la idea que vino después.
Una idea que tomó forma
gracias al azar: en 1507 se publicó el primer mapa del continente; y, aunque ya
se le denominaba de América, el nombre sólo se refería a su sección meridional,
a la América del Sur. La autoría del trabajo recayó en Martin Waldseemüller, un
cartógrafo que, al publicar los escritos de Américo Vespucci, lo creyó el
descubridor de estas tierras. Tres décadas y un año después, en 1538, otro cartógrafo,
Gerardus Mercator, publicó un mapamundi en el que incluyó la parte
septentrional del continente americano. Así empezó a diseñarse una construcción
que, 5 centurias más tarde, es un concepto ambiguo.
La ambigüedad americana es
notable. Por ejemplo, los estadounidenses se denominan a sí mismos como
americanos, pese a que el gentilicio agrupa a los otros 34 países que hoy
conforman el continente. La cuestión se complica más cuando pensamos en América
Latina como concepto, pues, si bien lo latino pareciera evocar a la
lengua, Canadá no se encuentra incluido y allí el francés figura como una de
las lenguas oficiales. Pasa lo contrario con Belice que, aunque su idioma
oficial es el inglés, sí aparece incluido en algunas versiones del continente.
Y es que definir a Latinoamérica no es fácil, entre los países hay diferencias
sustanciales, más allá de las generalizaciones sobre sus habitantes.
“El otro occidente”, así se
refirió a la región el historiador italiano Marcello Carmagnani, porque el
subcontinente se ha mantenido al margen del desarrollo de otros confines, hijos
también de la civilización occidental. Así nació el discurso de la
inconformidad, el del espejo enterrado como lo llamó Carlos Fuentes: nos
sentimos occidentales hasta que vemos el desarrollo de Europa y de Estados
Unidos.
El historiador Jorge Bracho, doctor en Cultura y Arte Para América Latina
y El Caribe por la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), donde
es profesor titular jubilado, reflexiona sobre América y sus contrastes, a la
luz de los 528 años que se cumplen hoy de aquel suceso que cambió el mundo.
Foto: Daniel Hernández
—El debate
descubrimiento versus invasión parece seguir vigente, a pesar de que
una cosa no niega la otra. Usted qué dice, ¿descubrimiento o invasión?
—Sí, exacto, una cosa no
niega la otra. Yo, honestamente, creo que eso fue una invasión. Claro, ¿cuáles
son los nombres que se le dieron posteriormente? Descubrimiento porque fue la
perspectiva del europeo. Pero también vale la perspectiva de quienes estaban
aquí. El historiador búlgaro Tzvetan Todorov escribió un libro llamado Nosotros
y los otros donde dijo eso: que además de una invasión fue un
descubrimiento. La que cosa es que aquí a uno le exigen que eso fue así, una
invasión nada más porque sí, porque si no, no amas a tu país o a tu continente.
Hay historiadores serios que lo plantean. Por ejemplo, Marcello Carmagnani
tiene un libro que se llama El otro occidente: América Latina desde la
invasión europea hasta la globalización, donde dice eso, que fue una invasión.
Y después vino la colonización, la conquista y la evangelización. Es más, el
historiador Edmundo O’Gorman alude a una metáfora, la de invención de América,
porque fue así. Los europeos inventaron América. Ellos fueron los que la
reconocieron como tal, como el continente que reconocemos hoy. Una invención.
—Claro, es una invención en
el sentido de que las personas que habitaban este territorio no lo concebían
así, como es concebido desde del siglo XVI.
—Exactamente, porque es que
fue como lo concibieron ellos, porque en esa época, inclusive, la asociaban con
las generaciones de Noé: Asia con Sem, Europa es Jafet y África es Cam. Esas
eran las referencias que se tenían. Cuando Cristóbal Colón se topó con estas
tierras, dijo que el mundo era como una teta de mujer, como una pera, como el
paraíso terrenal. Eso demuestra que es una invención europea. Él vio en estos
espacios territoriales una virginidad perdida, aunque Colón exageró en algunas
cosas para poder volver. Así lo hicieron también Américo Vespucci y Alonso de
Ojeda, exageraron sobre los recursos. Sólo que Vespucci se dio cuenta de que
esto era un mundo nuevo y no las Indias.
—Ese reconocimiento hecho
por Américo Vespucci, ¿fue lo que le concedió su nombre al territorio? Porque
Colón, aunque llegó primero, figura después.
—Sí, pero fue obra de la
casualidad. Hay tesis que dicen que Vespucci fue un malvado que le robó a Colón
su descubrimiento, pero él no tuvo nada que ver con eso. El primero que
difundió en el mundo el nombre de América, y que dijo que había sido obra de
Américo, fue Martin Waldseemüller, un cartógrafo trasladado a Saint-Dié (actual
Francia), donde un duque había comprado una imprenta. Él era un hombre
especialista en griego y en latín, de hecho, su apellido es una creación de él
mismo. Entonces, allá decidieron publicar los escritos de Ptolomeo, pero
también les llegaron los escritos de Vespucci, de quien pensaron que era el
descubridor de América. Fue, entonces, cuando se le colocó el nombre con el
género femenino, tal como existían los otros tres. Él lo dio a conocer en 1507,
con la publicación de la Introducción a la cosmografía, que eran escritos
de Vespucci con una introducción de Waldseemüller. Quien determinó esto fue
Alejandro de Humboldt. Él concluyó que el nombre fue producto de una
casualidad, del azar.
—Y evocamos mucho a ese
azar. ¿Por qué Latinoamérica sigue enfrascada en ese tema? Es muy recurrente
volver al pasado y hablar de la invasión.
—Hay un libro de Hannah
Arendt que se llama Entre el pasado y el futuro. Ella decía allí que en el
mundo moderno se empezaron a reduplicar cosas de la época romana. Una de esas
tuvo que ver con el momento fundacional, que debe tener hitos creíbles, en este
caso, la imagen del indígena. A través de ella se intenta convencer de que fue
una invasión y todo eso. Es esa imagen del indígena sometido por la Corona
española lo que sirve como idea de emancipación. Y eso no es nuevo, en 1825 se
reeditó el libro de José de Oviedo y Baños precisamente por eso. Lo que pasa es
que hay usos de la historia. El pasado se utiliza para justificar tiempos
actuales. Eso es común dentro de los conflictos políticos que existen dentro de
las comunidades nacionales. Eso se ha utilizado bastante para hablar realmente
si fue o no un descubrimiento que, para los europeos, sí lo fue.
—Precisamente, no es nuevo.
A finales del siglo XIX, cuando se cumplieron 400 años del hecho, hubo una
reconciliación con España por el mestizaje.
—Sí, porque eso tiene que
ver también con los sectores sociales y quienes lo están defendiendo. Antes se
tenía considerado que el indigenismo era mucho más fuerte por la presencia
fenomenológica, que era lo que se veía a simple vista, por eso empezaron
hacerlo los peruanos y mexicanos: José Carlos Mariátegui y José Vasconcelos,
por ejemplo. Eso de la América indoespañola. En Venezuela también hubo voces
que evocaban ese tipo de cosas. Al igual que el negrismo brasileño y antillano.
Pero, después, la mayoría de los letrados y publicistas de esa época, por el
tema del cuarto centenario de la invasión, empezaron a decir que no, que era
parte del mestizaje. La cosa es que hoy la palabra mestizaje es denigratoria.
—¿Por qué es denigratoria la
palabra mestizaje?
—Porque ahora hablan de
afrodescendencia y la idea primigenia de mestizaje tiene que ver con lo
indígena y con lo blanco nada más. Lo que pasa es que utilizan al humillado a
través de la afrodescendencia, pero eso lo que hace es excluir porque ellos
piensan que el problema de la afrodescendencia tiene que ver solamente con el
fenotipo, con el color de la piel y no es así. En uno de los libros de la
Colección Bicentenario, fuerzan muchas cosas, mezclan a Simón Bolívar con la
afrodescendencia, sólo porque Bolívar llegó a decir que hasta los mismos
españoles eran africanos. Pero ellos no lo manejan en ese sentido, ellos lo
utilizan desde la negritud, desde el negro esclavo, para legitimarse con el
pasado. Intentan decir que en Venezuela hubo una discriminación racial como la
hubo en Estados Unidos, y no, eso es muy distinto. Eso, en la región, ha sido
un problema más social que racial. Los conflictos no se miden por los hechos
brutos, sino por las elaboraciones conceptuales de imaginación de
representaciones del otro. Pero es así como se justifican situaciones. Y eso lo
hacen con la figura del indígena.
—El mestizaje permite, tal
vez, definir a América Latina, que es un concepto ambiguo, construido desde
afuera, porque desde dentro la realidad es otra.
—Sí, América Latina es un
concepto ambiguo que surge en el siglo XIX. Fueron los latinoamericanos que
estaban en París y en Madrid quienes forjaron ese concepto. Un concepto que
España no aceptó con facilidad, porque para ellos era la América hispana. Otra
cosa que fomentó eso fueron los orígenes que no estaban nada más entre los
indígenas sino también en el mundo occidental, entonces, a través de lo latino nos
vinculamos a Occidente y nos incorporamos. Hubo situaciones en América Latina
que derivaron cada vez más en mayor diferenciación con la América septentrional
o anglosajona. Usted se pone a comparar a la América del Sur con la América del
Norte en el siglo XIX, y estaban a la par: había conflictos similares. Sólo que
eso empezó a diferenciarse a partir de la segunda mitad de ese siglo. Un hito
fue la Guerra hispano-estadounidense, donde España fue derrotada. Entonces, ese
discurso sobre la mala madre empieza a cambiar e inicia la reconciliación con
ella, ahora es la madre patria.
—A pesar de ese contraste,
primero con Europa y ahora con Estados Unidos, el latinoamericano persigue ese
modelo de desarrollo, pero es inconforme.
—Sí, es el espejo trizado,
una metáfora que utiliza el sociólogo chileno José Joaquín Brunner, pero ya de
eso había hablado Carlos Fuentes. Y eso lo dijo Bolívar en algún momento, se
dio cuenta: la Carta de Jamaica te dice que nosotros no estábamos preparados
para la independencia y el Manifiesto de Cartagena también te lo dice, que los
acontecimientos en Europa aceleraron esta situación. Es sintomático que uno
pueda ver esa idea en alguien que se tiene como un ícono de la nacionalidad. Y
hay toda una literatura de finales del siglo XIX y principios del XX sobre eso:
Rufino Blanco Fombona, Eduardo Blanco. Verte extraño ante la realidad, aunque
nacieras acá. Ese discurso disconforme, descontento, el espejo trizado, está
plasmado entre los positivistas, los llamados modernizadores, porque no se
sentían a gusto con la realidad regional, por eso a mí me causa suspicacia
cuando la gente habla de identidad y de venezolanidad. Mucha gente sigue
creyendo que la identidad es algo sustantivo y no un uso. Son cortes de la
realidad, eso tiene que ver con los gustos. Tú puedes decir lo que no te gusta
de la historiografía, que nació vinculada a un proyecto excluyente, pero eso no
significa que vas a exagerar e incluir a ciertos actores que no estuvieron
presentes. No se puede porque hay todo un credo historiográfico que impide eso.
https://elestimulo.com/jorge-bracho-los-europeos-inventaron-america/
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