Todos tiemblan: López
Contreras, el comunismo es el caos (1)
El espacio “Todos
tiemblan” presenta, en tres entregas consecutivas, una serie de artículos donde
se ilustra la presencia protagónica del miedo político en Venezuela en el
gobierno y época del presidente Eleazar López Contreras (1935-1941)
CARLOS ALFREDO MARÍN
@AEDOLETRAS5 DE AGOSTO 2016 - 12:01 AM
El 13 de marzo de
1937, Venezuela amaneció con esta noticia: todas las organizaciones políticas
de filiación comunista serían ilegalizadas por ser “perjudiciales para el orden
público”. Sus militantes serían expulsados por un año; otros con menos suerte serían
detenidos. El presidente Eleazar López Contreras, militar andino y ex ministro
de guerra de Juan Vicente Gómez, dirigió la medida con la energía marcial de su
estirpe. Es famoso el llamado Libro Rojo de López Contreras, que también
puede conseguirse con el título La verdad de las actividades comunistas en
Venezuela, publicado clandestinamente a finales de 1936.
Tal texto es de
naturaleza policial, o mejor dicho, una publicación formulada por el espionaje
político de entonces. Su meta: brindar evidencias “sustanciales” de una
conspiración comunista en Venezuela. La amenaza roja era palpada; por lo tanto,
representaba una amenaza política para un gobierno que temía abrir el grifo de
las libertades democráticas. Juan Bautista Fuenmayor, uno de los fundadores del
Partido Comunista venezolano, escribe: “El enemigo único era el comunismo, que
se convirtió para él [López Contreras] en una obsesión terrible que le quitaba
el sueño. Por eso su política centrista estaba fuertemente inclinada hacia la
derecha”.
La presencia del mal
hace tomar medidas “preventivas”. Es una operación subjetiva, parcializada, que
intenta frenar lo temido. En el famoso Diccionario de los sentimientos, se
lee que la amenaza es “la acción o palabras con que se intenta infundir miedo a
otra persona: el modo de dar a entender, o con la palabra o con demostraciones,
el peligro, daño o castigo a que se expone”. ¿Quién se atreve a cruzar la
frontera hacia el autoritarismo y la violencia? El poder tiene la última
palabra; la historia, el testimonio del miedo entre nosotros.
El siglo en una
década
En medio de la
resistencia al nazismo, Albert Camus escribía en París el 30 de agosto de 1944
en el diario Combat: “En 1933 comenzó una época que uno de los más grandes
de nosotros denominó certeramente el tiempo del desprecio. Y durante
diez años, a cada noticia de que unos seres desnudos e inermes habían sido
pacientemente mutilados por hombres cuyo rostro estaba hecho como el nuestro,
la cabeza nos daba vueltas y nos preguntábamos cómo era posible”. La humanidad
estaba ahogada moralmente frente a esos hombres y mujeres que se dieron a la
tarea de “matar al espíritu y de humillar a las almas”. Nos preguntamos ahora:
¿cabe el mal de un siglo en una década?
Alan Badiou, en su
libro El siglo, lleva la síntesis histórica aún más allá. Para el filósofo
francés, el siglo entra en los 365 días del año 1937. Veamos lo que dice: “En
el siglo, 1937 no es poca cosa. Es un año metonímico en el cual se organiza
algo esencial. Es un concentrado absoluto, dado en su esencia, en el exceso de
su esencia, del terror stalinista. Pues es el año de lo que se ha denominado el
gran terror. Las cosas comienzan a ir mal en la Guerra Civil española, que es
una miniatura interna del siglo entero, pues en ella están presentes todos los
actores (comunistas, fascistas, obreros internacionalistas, campesinos
insurrectos, mercenarios, tropas coloniales, Estados fascistas,
"democracias", etc.). Es el año del ingreso irreversible de la
Alemania nazi en la preparación de la guerra total. Y también del gran punto de
inflexión en China. Y en Francia, en 1937, ya es evidente que el Frente Popular
ha fracasado”.
Comunismos y anarquía
“El miedo es, como la
mentira, una tentación de facilidad”. Esta frase de Vladimir Jankélévitch nos
pone de frente a lo que realmente sucede en el reino de las pasiones políticas.
El presidente Eleazar López Contreras a partir de 1937 ilustra el poder de
estas tentaciones en la Venezuela que recién enterraba a Gómez: primero, la
variedad de amenazas civilizatorias afloradas en la década de los 30’ a nivel
mundial; y segundo, la utilización del miedo como instrumento político que
legitima no solo la represión, sino también la defensa del poder frente a las
nuevas ideas políticas en torno a la democracia y las masas. El comunismo viene
a llenar un vacío para una transición venezolana que se creía amenazada desde
todos los ámbitos. El miedo apareció como salvación para la élite en el poder.
López Contreras y su
círculo de notables veían al comunismo como un peligro para la estabilidad del
país. Los fantasmas desatados en Europa, que estaba a punto de sumirse en la
Segunda Guerra Mundial, hicieron el efecto rebote. Unirse a este coro de peligros
epocales –la guerra de civilización como fundamento– es una tentación que da
mucho crédito a quienes detentan el poder. Arévalo Cedeño, un furibundo
antigomecista, le escribe a Rufino Blanco Fombona el 22 de septiembre de 1936:
Venezuela debe saber identificar a los “falsos apóstoles de hoy”. Voceros de la
izquierda roja, entiéndase, repleta de “mala fe” y de “ambiciones de dominio y
destrucción”. Estos son los que nos han “importado el comunismo con el único
fin de hacer más horrorosa la desgracia de ayer”, puntualiza Cedeño. Se intuye
a la ideología como intrusa, como una fuerza maligna que llega para devorarlo
todo.
La tan mentada lucha
de clases, al menos como tendencia ideológica temida y aún más incomprendida
por la espesa gama de prejuicios, no se adecuaba a los “principios de paz, de
orden, de solidaridad social y de un nacionalismo que se inspire en el ideal
bolivariano”. Quien escribe eso es el propio López Contreras en marzo de 1938.
En una misiva llena de detalles dirigida a José Rafael Gabaldón, el presidente
encargado sigue argumentando la acción represiva porque líderes como Rómulo
Betancourt, Gustavo Machado, Jóvito Villalba, Luis Beltrán Prieto Figueroa,
todos en mismo saco, dicho sea de paso, “tratan de llevar al país a la
contienda armada, no simplemente para obtener el triunfo de una facción que
satisfaga sus ambiciones personales, sino lo que es más grave aún, para
desencadenar la lucha de clases, la cual sembrará entre nosotros, como en todas
partes ha ocurrido con ella, las más enconada anarquía, constituyendo al propio
tiempo, un grave peligro no solo para la libertad, sino para la independencia
misma de la nación”.