¡Mil felicitaciones! A Carlos Marín lo entrevistamos (ver acá) y desde ese entonces nos mantenemos en contacto. Es una joven promesa en la historiografía venezolana.
Profeballa
Terremoto, 1812 / Tito Salas
Una nueva serie que cada primer viernes de mes indagará
temas de historia y miedos contemporáneos desde la mirada de su autor, quien es
historiador y docente de la UCV
Carlos Alfredo Marín
@Aedoletras 10 de abril 201
Con la libertad, llegaba la primera guillotina al Nuevo
Mundo, refiere Alejo Carpentier en El siglo de las luces. Imaginemos el barco,
el oleaje, el Caribe enfrente. El ancla cae a tierra. Hacen lo propio la
imprenta y la guillotina, baluartes para sembrar la libertad. La igualdad allí
donde existía la esclavitud; el saber donde cundía la superstición. Metáfora
del cambio histórico que recorrerá el mundo atlántico desde finales del siglo
XVIII.
Nuestra historia republicana se puede explicar siguiendo
esta imagen. A partir del 19 de abril de 1810, la revolución y la violencia
impactarían a toda una sociedad. Aquel hito revolvería todas las emociones
contenidas por siglos de coloniaje. Los republicanos criollos como Miguel José
Sanz y Simón Bolívar se preguntaron: ¿cómo construir ciudadanos libres si “el
imperio de las costumbres” seguía blandiendo en las mayorías? Detrás del relato
heroico de nuestra historiografía oficial, ¿todos deseaban ser libres y
enrolarse en el Ejército? El miedo colectivo tiene mucho que revelarnos para
comprender aquellas tensiones existenciales que aún hoy vivimos.
La alarma en todas partes
Tres meses después del fatídico terremoto del 26 de marzo de
1812, el oficial Juan Paz del Castillo describe: “La libertad de los esclavos
promulgada por el bando ha electrizado a los pardos, abatido a los godos,
disgustado a los mantuanos, y ha sido un contrafuego para la revolución de los
valles de Capaya”. La Primera República nació con un ala rota: los blancos criollos
firmaron la Constitución que los separaba del Rey, pero todo el aparato
colonial seguía intacto. Ni el generalísimo Francisco de Miranda, experto
militar curtido en las guerras de Europa y Norteamérica, pudo contener al alud
amenazante que produjo la libertad y la igualdad en estas tierras.
La patria había que defenderla. Para ello, el miedo sirvió
como mecanismo de cohesión ideológica: si se quería ser libre, había que ser
virtuoso para vivir en ella. Se erige así un entusiasmo marcial donde vida y
muerte se unieron violentamente. ¿Cómo vencer a José Tomás Boves? En 1814, ya
en los últimos momentos de la Segunda República, Juan Bautista Arismendi
publicaría este bando militar en Caracas: “¡Padres de familia, jóvenes,
ancianos, hombres todos! (…) mando que desde las dos de esta tarde, todo hombre
desde la edad de doce hasta sesenta años, que se hallase fuera de su Cuartel,
sin permiso escrito, firmado por su Comandante y Alcalde de barrio a que
pertenezca, será irremisiblemente pasado por las armas”.
Los disparos de Dios
La iglesia católica ha domesticado el miedo natural a la
muerte como su pragmática del terror. El obispo Narciso Coll y Prat lo
demostró: el crucifijo y el sermón eran el arma tanto del Rey como del Señor
para mantener a raya la revolución. En medio de las ruinas del terremoto de
1812, el eclesiástico dejó constancia de que “…he mandado den a todas las Misas
la oración de temblores; hagan las preces que la misma iglesia dispone en estos
casos, exhorten a los fieles a las penitencias públicas y privadas, sin
perjuicio de sus ocupaciones y necesidades particulares, encargándoles muy
especialmente inculquen a sus feligreses la obediencia”.
Cuando una misa puede dilatar los sentidos de la Grey,
multiplica los epicentros del pánico. El sacerdote se convierte en soldado: un
terremoto andante de carne y hueso. ¿No es el miedo protagonista de nuestra
historia? Somos hijos de la guillotina.