Autor: Carlos Balladares
Publicado en: Noticiero Digital.
La lectura es uno de
los grandes placeres de la vida, y uno de los medios fundamentales para la
formación humanística. No se puede comprender la educación universitaria sin el
diálogo en torno a un texto, pero no nos referimos a cualquier texto sino a los
clásicos. El problema es que la lectura en la actualidad, a pesar de la
extensión de la alfabetización y el fácil acceso a los libros (por lo menos a
los escritos antes del siglo XX), ahora padece la consecuencia del dominio de
los medios de comunicación y las redes sociales del internet. El profesor
Rafael Tomás Caldera, trata estos temas en: “Una invitación a leer (mejor)”
(Caracas: Universidad Monteávila, 2012).
Los libros del
maestro Caldera, debemos advertir, son textos que no pueden leerse una vez sino
muchas veces, para lograr comprenderlos y lograr el mayor provecho posible. Así
ocurre con todas sus obras por estar impregnados de la sólida formación filosófica
que posee, junto con una permanente intención pedagógica. En torno a este
escrito estuvimos discutiendo por algunas semanas, un pequeño grupo de
estudiantes bajo la guía de la filósofa Sandra Timaure. Seguramente algunas de
las ideas que expondré en esta brevísima reseña fueron tomadas de dicha
discusión.
¿Por qué “una
invitación a leer mejor”? ¿Acaso no se lee bien hoy? No, no se lee bien, porque
se hace de manera fragmentaria y fuera de contexto (pp. 41-42). Si en el pasado
la lectura era algo exclusivo, hoy en día cuando estas limitaciones se han
superado relativamente, tenemos el problema la cultura de la distracción que
han establecido los medios al “ocupar todo nuestro tiempo” (p. 39). Somos
incapaces de concentrarnos porque los periódicos, la radio, la televisión, el
twitter y facebook (por solo señalar los más importantes medios) nos mantienen
“adormecidos” en una realidad aparente (pp. 40 y 43). ¿Qué hacer entonces?
La respuesta que
ofrece el autor es el asumir la actitud de Sócrates al leer, que según
Jenofontes la describe con los siguientes palabras: “(…) los tesoros de los
hombres sabios de antaño, que en herencia nos han dejado escrito en libros,
desenrollándolos en común con los amigos, los voy pasando y, cada vez que vemos
algo bueno, lo sacamos aparte y lo guardamos.” (“Recuerdos”, I, VI). Rafael
Tomás Caldera lo describe como una “conversación en torno al texto” lo cual
tiene una “función terapéutica y mediadora” (p. 35). Pero no es leer cualquier
libro sino los clásicos. Los “grandes libros” que son tales porque tratan
“aspectos relevantes y permanentes de la condición humana” (p. 22), se adaptan
a todos los tiempos (dialogan con nosotros y nuestra realidad), y su lectura es
un placer porque (siguiendo a Kierkergaard) su forma y contenido alcanzan la
perfecta armonía (p.23).
Ser un “lector
socrático” es “conversar” con el libro, y esto solo se logra si nos apartamos
del mundo de la distracción (poseemos la disciplina mental para ignorarlo). Y es
allí, en el sosiego; cuando nos enfocamos en descubrir el sentido de la
estructura y fin del libro. Identificamos las preguntas que se hace el
escritor, el por qué las hace, y cuáles son sus respuestas: los argumentos que
sostienen su tesis. Este diálogo exige la relectura, momento en el cual debemos
hacer nuestro lo que hemos leído; y la mejor manera de hacerlo es cuando
podemos escribir sobre el mismo. Es ese momento cuando el libro ya es parte de
nuestras vidas, y se convierte en “el puente” entre la opinión cotidiana y “una
mejor verdad de las cosas”, y “dicho tránsito” logra muy posiblemente nuestro perfeccionamiento
(p. 60).