Mi decálogo del buen escritor (y II)
Carlos Balladares Castillo
Al cumplirse el lunes
pasado el 77 aniversario de la fundación de El
Nacional, aprovecho para felicitar a todos aquellos que lo hacen posible en
medio de tantas dificultades. Muy especialmente a mi querida y admirada
Patricia Molina. Ustedes mantienen viva la esperanza de un país mejor. Y
aprovecho para celebrar el tercer cumpleaños de esta columna de opinión de
todos los miércoles “¡Gracias totales!”
Ahora concluimos
nuestro decálogo comenzado hace quince días, que se ha inspirado en el
aprendizaje con el magnífico taller para escritores “Corrección Perpétuum” del
novelista Álvaro D’Marco. Taller que tiene varios niveles y que no dudamos en
recomendarles. Nosotros comenzaremos pronto el segundo nivel. Si en la primera
parte de estos consejos nos centramos en los principios generales (lo
fundamental, las actitudes, el hábito, etc.), en esta segunda quiero dedicarme
a la estructura del texto: ¿cómo escribir?
5) Escribe solo para ti y para el cuento (o el
texto). Julio Cortazar, Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa son muy
claros: no se escribe para lograr fama o lo que se le parezca (dinero, poder,
etc.), sino para la realidad que son tus “fantasmas” o “demonios” y esa
idea-tema-historia que sale de ti y que debes “expulsarla” de tu ser, y por
tanto es un ente autónomo. Tan autónomo que toda su realidad gira en torno a él
y ni siquiera uno como narrador pareciera poder controlarla ¡porque debes
respetar dicha autonomía y “circularidad”! Escribir es crear un universo. Cuando
escribas solo piensa en la existencia del cuento (o del artículo, ensayo o
crónica) del cual tú eres un personaje más (o el único que lo puede explicar):
el que quedó “vivo” para relatarlo y eso es lo que estás haciendo cuando
escribes.
6) Escribe con un plan desde el principio.
Es un error empezar a escribir sin ninguna idea inicial y sin los pasos que debes
dar para explicar esa idea. Algunos escritores recomiendan un plan detallado,
otros como mínimo que puedas relatar la idea en un párrafo. Ese párrafo será tu
guía y es muy recomendable, porque si eres incapaz de explicar lo que deseas
escribir es mejor que te lo sigas pensando. J. J. Ramón Ribeyro dice que el
lector debe poder contar tu historia. Ningún escritor que yo sepa recomienda
comenzar en la nada. Es por ello que todo lo que se habla del escritor frente
al “papel en blanco” son insensateces y nada más. Otra cosa es que la historia
vaya cambiando a medida que la escribes. Nadie aconseja que el plan no pueda
ser modificado porque lo normal es que esto ocurra. Al planificar debemos tener en cuenta:
I. Todo
texto escrito siempre debe ser un poco relato o cuento, en el sentido de tener
el atractivo del momento fundacional de toda ficción. Nos referimos a cuando el
primer ser humano en la Prehistoria se dirigió ante sus iguales y decidió
relatar una historia. Es decir, al escribir (incluso artículos, ensayos, etc.)
debemos pensar en la oralidad de lo que explicamos. Preguntarse: ¿esto que
escribo será atractivo para el que lo leerá? ¿La palabras tienen una fluidez,
un ritmo al escribirse una al lado de la otra? (es por ello que al terminar
debemos leerlo en voz alta) ¿Contiene un equilibrio ideal entre ideas y
ejemplos?
II. No
olvides que todo plan debe cumplir de algún modo con el básico: introducción,
desarrollo y conclusiones. En la ficción también se cumple aunque con
estrategias distintas.
III. Todo
escrito sea de ficción o no debe tener tres elementos, según el crítico
literario Jorge Carrión aunque él solo lo establece para los artículos, pero yo
he comprobado que todo clásico de cualquier género lo cumple. Decir algo de
algo (no ser superficial), crear una imagen que impresione y escribir alguna
frase memorable. En los textos largos esto se multiplica pero por lo menos la
meta es una de cada una.
IV. En
la ficción es fundamental que tu protagonista se transforme y este es el final
que deberías tener muy claro antes de comenzar a escribir. Puede ser un pequeño
cambio, no importa; pero lo que es un absurdo es que nada ocurra y que ese
conflicto no afecte a alguno de los personajes, en especial el primero de
ellos.
V. Al
escribir especialmente ficción ten en cuenta las dos historias de las que habla
Ricardo Piglia en “Tesis sobre el cuento”. Una de las historias es secreta y la
otra es evidente. El arte está “en saber cifrar” la oculta en la evidente. “Un
relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y
fragmentario.”
7) Escribe siguiendo estos dos pasos: primero
con la pura inspiración, segundo corrige
con la razón. Algunos dicen: con el corazón y después con la cabeza. Recuerda
aquella sencilla película titulada en castellano: Descubriendo a Forrester (Gus Van Sant, 2000) donde Sean Connery
representa a un famoso escritor (Forrester) que es maestro de un adolescente
muy inteligente (Jamal). La mejor escena es cuando le da la primera lección: lo
sienta frente a una máquina de escribir y le dice: “escribe”, el muchacho le responde:
“debo pensar antes”. De inmediato la corrección: “No, eso viene después”.
Ernest Hemingway también hablaba de entrar en el ring y golpear las teclas ¡sin
miedo y sin cabeza!
I. Lo
primero, ya lo dijimos, es plasmar la idea del texto en un párrafo. Si no
logras comenzar, lo segundo puede ser diseñar (perdonen la ofensa) los
personajes. Esto es algo que hacía Irene Nemerowski con muchos detalles.
Después el ambiente e incluso algunas escenas.
II. No
dejes que las historias se duerman, debes escribir sin detenerte una vez que
comenzaste. Todos los días sin descanso, aunque sea un poco pero un poco
sustantivo. De lo contrario se pondrá “piche” (podrido). Los personajes ya no
serán ellos mismos, ni el ambiente, ni la historia; porque tu memoria empezará
a olvidarla y se desvanecerán sus bases.
III. Al
escribir por la inspiración sin reprimirte y nunca buscando corregir, tendrás
lo que Vargas Llosa (fue al primero al que se lo leí) llama “el magma”. Una
obra en bruto que deberá ser corregida. Dicho magma no lo destruyas, sino que
abre un nuevo documento con una copia (escribir en la computadora te lo
permite) y comienzas a tachar y reconstruir. Acá se inicia realmente la tarea
del escritor, antes solo “tipeaste” dicen algunos.
IV. Se
corrige la gramática y la fluidez que has estado estudiando con tus cuadernos
de notas que recomendé en el punto número 2. Leer en voz alta, ya lo dijimos.
Si no hay fluidez, sino que las palabras se tropiezan y te confundes, debes
reescribir.
V. Examinar
el tono (la actitud emocional del narrador), el ritmo de la obra (la velocidad
de las escenas y lo que se narra). Tienes que lograr que la materia dicte la
forma (M. F. Palacios, Mario Vargas Llosa). Si es una aventura el lenguaje debe
saber transmitirla y así con cada género. El uso del habla popular, del
dialecto y estilo de cada personaje.
VI. El principio,
el final, el título. Acá puedes perder todo el esfuerzo puesto en la escritura
y más en estos tiempos que la gente por las redes sociales lee lo mínimo de las
primeras palabras. En el comienzo debe estar el “gancho” que atrapa al lector.
Le ofreces en pocas palabras todo lo que le mostrarás. Es recomendable una
acción, una tensión. Revisa excelentes inicios como: “Muchos años después,
frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de
recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el
hielo”. Todo está allí. Y la conclusión debe
dejar cierta nostalgia con algo de aprendizaje: “(…) “las estirpes condenadas a
cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. El
título debe ser la mejor frase, por ejemplo observa el método que usó o le
recomendaron al Gabo: este propuso al principio “La casa” pero era simplón, y
ya saben cuál eligió al final.
VII.
Muy importante al leernos debemos preguntarnos ¿me gusta realmente? J. J. Ramón
Ribeyro señala que debemos lograr con la obra al menos uno de estos elementos:
entretener, conmover, intrigar o sorprender. Si no logra ninguna su lugar es el
cesto de la basura.
VIII. Deja
descansar el texto corregido para después en la “distancia” del tiempo leerlo
como “un extraño” de modo que puedas hacer una mejor corrección. Virginia Woolf
salía a caminar después de la hora del te (4 pm en punto), después de haber
pasado la mañana escribiendo.
8) Termina lo que comienzas. Por más que
corrijas en algún momento debes decir: se acabó. Para muchos escritores esto es
lo más importante a la hora de escribir, porque de nada te vale tener mil
proyectos comenzados. San Josemaría Escrivá de Balaguer no le gustaba colocar
“la primera piedra” de las obras sino la última; y esto es una gran verdad en
todos los aspectos de la vida ¡y también en la escritura! Para lograr este
objetivo deberás establecer una fecha de finalización tentativa una vez que
comienzas y/o una cantidad de palabras o páginas. El maestro Stephen King habla
del límite de 3 meses para tener un libro entre 200 y 300 páginas. Puedes
pensar en las entregas semanales o diarias de las partes del texto. Pero
siempre recuerda el famoso “The End” ¡Debes terminar lo comenzado!
9) Debes publicar o mostrar tu obra, es decir,
la gente debe leerte. De lo contrario nunca sabrás si lo estás haciendo
bien. Puedes cumplir todos los principios anteriores y cometer los mismos
errores una y otra vez. Practicar nuestra arte con constancia todos los días
está muy bien ¡siempre y cuando tengas personas que te corrijan y te digan que
vas por buen camino! Es por ello que no solo te deben leer los conocidos.
¡Tienen que leerte los maestros! Asistir a talleres de escritura, tener
círculos de lectores críticos y/o colegas. Todos ellos son ejemplos. Pero
también puedes ser más ambicioso y que te revisen los editores y mandar tu obra
a concursos y aspirar al libro.
10) La escritura al final trata sobre la
búsqueda de la felicidad. Esto lo he leído en muchos decálogos y es la
verdad, porque de lo contrario no me habría dedicado a escribir el mío. Si un
día dejo de escribir me siento extraño. Es un vacío que se transforma en síndrome
de abstinencia. Escribir es terapéutico Razón tenía Gustave Flaubert al
afirmar: “escribir es una manera de vivir”. Nadie niega que es algo duro, en el
sentido que muchas veces las frases que buscamos no salen. Las ideas, las
emociones y esa historia que parece tener vida propia no se transforma en
lenguaje. Entonces sufrimos; pero sabemos que trabajando, insistiendo, cometiendo
errores y corrigiéndolos, pensando y “tecleando” una y otra vez; algún día
tendremos lo que soñamos: ¡El libro!