¡China nunca fue abandonada por los Aliados! El Imperio del Sol Naciente (VIII)
Publicado el 09 de marzo de 2022 en El Nacional y Opinión y Noticias.
A dos semanas de la
invasión rusa a Ucrania percibo que la opinión pública internacional, los
Estados y pueblos de Occidente y la gente de buena voluntad; mantiene una
profunda indignación ante esta gran injusticia. Pareciera que la cultura
relativista e indiferente que se ha ido consolidando con la alta conectividad
que permiten los celulares, sumado a la frivolidad de las redes sociales les ha
salido; ¡por fin tienen en su contra una causa justa para unirse en torno a los
valores de la solidaridad, la democracia-liberal y la paz! Es triste pero una
vez más el padre fundador Thomas Jefferson vuelve a tener razón cuando afirmó:
“El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con la
sangre de patriotas y tiranos”. No recuerdo en mi vida una movilización tan
grande en apoyo a la heroica lucha de un pueblo contra la crueldad de un
gigante armado. En este sentido, desde nuestro proyecto de estudio sobre el 80
aniversario de la Segunda Guerra Mundial (SGM), podemos ofrecer luces y
ejemplos de cómo en el pasado se dio un compromiso con un país débil que fue
agredido cruelmente por una potencia militar e imperialista. Sin alejarnos de
los primeros meses de 1942 responderemos a la pregunta: ¿Cómo fue este apoyo y
qué ocurría en la China ocupada (Guerra sino-japonesa, 1937-45) mientras el
Imperio del Japón desarrollaba su ofensiva en el Pacífico y el sureste asiático
(diciembre de 1941 a junio de 1942)?
La resistencia del
pueblo chino es considerada por buena parte de la historiografía como el factor
fundamental que debilitó el expansionismo japonés. No en vano algunos afirman
que la SGM se inició en 1931 con la invasión a Manchuria (Richardo Overy, 2021,
Blood and Ruins. The Great Imperial War,
1931-1945) o a la propia China en 1937 (Anthony Beevor, 2002, La Segunda Guerra Mundial). Es el país
con mayor número de víctimas después de la Unión Soviética con aproximadamente
20 millones de almas que representan el 90 % de las que se perdieron en el
Frente del Pacífico y Asia, y que a su vez son un tercio del total de este gran
conflicto. Dicho sacrificio y esfuerzo sería premiado al otorgarle un asiento
permanente y el poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
en 1945.
El apoyo occidental a
China desde 1931 hasta 1938 fue muy lento y temeroso de generar un conflicto
con su antiguo aliado en la zona, aunque no prohibió la participación de
voluntarios o iniciativas privadas de ayuda. El 20 de noviembre de 1938 el
gobierno chino presidido por el generalísimo Chiang Kai-shek (líder del Partido
Nacionalista: el Kuomitang, que dio origen a la República bajo el liderazgo de
Sun Yat-sen con la Revolución de Xinhan el 10 de octubre de 1911) se trasladó
de Nankín a Chongqing. En año y medio de guerra había perdido buena parte de la
costa y la zona más desarrollada. Desde la región interior en el Sichuán
occidental resistirá toda la SGM con las pocas industrias que fueron mudadas en
un medio rural de gran atraso. Pudo haberse rendido pero junto a los comunistas
(con los que firmó una tregua que no siempre cumplieron) enfrentaron al invasor
y ocupante nipón. Pero la pobreza; ausencia de vías de comunicaciones,
aeródromos y la lejanía de importantes puertos y ríos; hacían urgente que las
potencias como Estados Unidos (EEUU), entre otros, los abastecieran de armas y
todo tipo de recursos para hacer la guerra.
El imperio japonés de
vez en cuando penetraba en este territorio pero ante las fuertes pérdidas que
le generaban estos intentos de doblegar la resistencia, comenzaron a darle un
mayor protagonismo al papel de su aviación (bombardeo de núcleos poblacionales
y acción táctica junto al ejército). El apoyo soviético se reduciría en 1939
cuando estos firmaron un pacto de neutralidad con el Imperio del Japón después
de la larga Batalla de Jaljil Go. EEUU vendría al rescate ofreciendo créditos
que pasarían de 25 a 100 millones de dólares de 1938 a 1940, y el sector
privado apoyaría en la industrialización. A finales de 1940 el Presidente
Franklin Delano Roosevelt permitiría el envío de armas y en 1941 se
incorporaría al programa de “préstamo y arriendo” facilitando la adquisición de
estas por más de 145 millones de dólares. A finales de dicho año llegarían 300
pilotos voluntarios estadounidenses con cien cazas Curtiss P-40
Warhawk
(la AVG: American Volunteer Group comandados
por Claire Lee Chennault), gracias a las gestiones de la esposa del
generalísimo: Madame Chiang Kai-shek (Soon May-ling) la cual había estudiado en
EEUU desde sus diez años hasta graduarse en la universidad. Con el ataque a
Pearl Harbor la alianza sino-americana se hizo plena mandando el personal y los
equipos para formar nuevas divisiones del ejército chino y aeródromos. Todo
estaría bajo el mando del teniente general del US Army: Joseph Stilwell (“Uncle Joe” o “Vinager Joe”).
En los primeros
artículos de esta serie de finales de noviembre del año pasado, explicamos cómo
el Japón comenzó una ofensiva en el sureste asiático para cerrar todas las vías
de aprovisionamiento de armas a la resistencia china y obtener el petróleo
indonesio (debido a que EEUU lo sancionó en 1941 con el corte de suministro de
combustible). Las últimas dos vías que quedaban fueron atacadas: Hong Kong
(sometida el 25 de diciembre de 1941) y la carretera de Birmania (esta última
se cerraría con la caída de Rangún 8 de marzo de 1942), de modo que la única
forma de lograr el abastecimiento fue por vía aérea desde la India atravesando
el Himalaya (“The Hump”: la joroba) mientras se construía una nueva carretera
(Ledo). Este compromiso lo asumió EEUU y logró de esa forma enviar siete mil
toneladas al mes desde mayo de 1942 y ese año el crédito a China fue de 500
millones de dólares. El personal militar que llegaría a la región (entre China,
la India y Birmania) para apoyar la lucha de los chinos superó los 250 mil
soldados. Los Aliados se habían comprometido con un pueblo que era débil
militarmente pero que había demostrado el coraje para no rendirse jamás.
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