Artículos de opinión de los historiadores
Transcribimos el artículo del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábado en El Universal. El subrayado es nuestro.
Reescribir la Historia
En cada época se analiza el pasado de manera diversa
Cuando editó su Resumen de la Historia de Venezuela en 1841, Rafael María Baralt, intelectual eminente, consideró que los asuntos de la paz no merecían espacio en sus volúmenes, ni en ninguna investigación sobre el pasado. Hoy sus colegas de la posteridad no piensan lo mismo. Desde la esquina oficialista ahora destacan en sus propuestas de modificación de la historiografía, dos historiadores -Pedro Calzadilla y Luis Pellicer- que la escribieron hace diez años de una manera parecida a la que hoy rechazan sin misericordia. Nada o casi nada de lo que publicaron entonces se relaciona con lo que sostienen en la actualidad, según se puede comprobar con un vistazo de sus aportes. De los ejemplos se constata una realidad indiscutible: en cada época se analiza el pasado de manera diversa, partiendo de un entendimiento sujeto a las conminaciones de cada posteridad.
En cada época se analiza el pasado de manera diversa
Cuando editó su Resumen de la Historia de Venezuela en 1841, Rafael María Baralt, intelectual eminente, consideró que los asuntos de la paz no merecían espacio en sus volúmenes, ni en ninguna investigación sobre el pasado. Hoy sus colegas de la posteridad no piensan lo mismo. Desde la esquina oficialista ahora destacan en sus propuestas de modificación de la historiografía, dos historiadores -Pedro Calzadilla y Luis Pellicer- que la escribieron hace diez años de una manera parecida a la que hoy rechazan sin misericordia. Nada o casi nada de lo que publicaron entonces se relaciona con lo que sostienen en la actualidad, según se puede comprobar con un vistazo de sus aportes. De los ejemplos se constata una realidad indiscutible: en cada época se analiza el pasado de manera diversa, partiendo de un entendimiento sujeto a las conminaciones de cada posteridad.
Pero las necesidades que cada posteridad tiene de mirar el pasado desde su perspectiva no conducen a elaboraciones caprichosas, ni a exámenes arbitrarios. En cada posteridad se estableció un oficio de escribir la Historia, que evolucionó hasta convertirse en un saber específico. Lo que fue al principio un trabajo individual, o una actividad vinculada a los poderes políticos y religiosos, o el ejercicio de un elenco de sujetos notables y encumbrados, se transformó en una disciplina que con el tiempo adquirió la calidad de ciencia social. Abandonó los gabinetes exclusivos para establecerse en las aulas de las universidades, buscó y encontró lo que los antecesores se negaban a descubrir, o sobre cuya trascendencia abrigaban dudas; afinó el ojo en la lectura de las fuentes y, por fin, se dotó de teorías y métodos adecuados para el ejercicio de una función primordial para la sociedad.
Ha sido de tal consistencia la evolución del oficio de investigar Historia, que de él mismo manan las tendencias de su saber y la necesidad de su metamorfosis. Hoy los libros de Historia tratan materias que no abordaron antes, en atención a una necesidad de quienes ejercen el oficio en sentido profesional.
Hoy se ofrecen maneras diversas de comprender el pasado, gracias a los desarrollos teóricos que han conmovido los cimientos de la especialidad. Los historiadores reconocen, dentro del ámbito de su actividad y sin salirse de ella, el magisterio de autores más capacitados a quienes leen con interés y cuyas investigaciones pueden sugerir rutas inéditas. De allí la formación de escuelas y tendencias gracias a las cuales el saber histórico adquiere un dinamismo sobre el cual se han escrito bibliotecas enteras.
De allí la promoción de mudanzas legítimas en la parcela de la Historiografía, de lecturas heterogéneas, pero necesariamente profesionales, en torno a las cuales no existe alternativa de polémica.
Por desdicha, las resistencias en torno al saber historiográfico han sido persistentes. Provienen, en esencia, de los regímenes autoritarios o tiránicos. Ellos también se han interesado en la reescritura de la Historia, para exclusiva y excluyente atención de las necesidades de su hegemonía. En los escandalosos casos de la Alemania nazi, de la Unión Soviética, de la China comunista y de la actual Cuba sobran las evidencias de una manipulación que no sólo incluye la distorsión grosera de los documentos sino también la "creación" de épocas completas con el propósito de presentarlas como prólogo de una gestión política, o para excluir a los protagonistas "inconvenientes" e inflar el papel de quienes tienen la bendición de la autoridad. Aquí se advierte también la intención de encontrar significados novedosos en los antecedentes sociales, pero desde una perversa atalaya.
Quienes manejan así el tema tratan de justificar la inicua orientación con la existencia de intenciones inconfesables en el trabajo de aquellos que lo hacen según las pautas y las circunstancias de su oficio. Se atreven a denunciar, por ejemplo, que en sus libros y en sus cátedras se oculta la intención de apoyar el imperialismo, y pecados por el estilo. O aseguran cómo, ahora sí, gracias a sus conductas libres de sospecha, gracias a su inmaculada intimidad con las causas del pueblo, resplandecerá la verdad histórica. El tema tiene más tela que no se puede cortar en una pequeña sastrería sabatina, pero puede bastar para que barruntemos cómo, en lo que concierne a las cercanías, desde los tiempos de Baralt anda la historiografía en un trabajo de sucesivos nacimientos. Algunos con la ayuda de inclementes fórceps.
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