EL NACIONAL - Sábado 13 de Febrero de 2010 Papel Literario/6
Tomás Polanco Alcántara y el destino de una vocación
RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
Desde muy joven me domina una acentuada curiosidad por desentrañar el origen y el desarrollo de una vocación. Naturalmente, me inquieta lo contrario: qué pasa con quien no la tiene, cómo vive, qué le entusiasma. Dos caras de la misma moneda: a unos los mueve un destino; otros sobreviven a su falta. Es importante distinguir entre una vocación y una obsesión. La primera, por lo general, conduce a que quienes vuelan con ella dispongan de su tiempo, administren la voluntad y, finalmente, concluyan las obras con las que sueñan. La obsesión, por su parte, es quijotesca, domina todos los ámbitos y conduce a la imantación de la realidad por parte de un solo conducto. Es disolvente. Tomás Polanco Alcántara alimentó una vocación que no fue temprana ni tardía, sino de la madurez. Si trabajamos con su hoja de vida, como lo hizo su biógrafo Rodrigo Lares Bassa, tocaremos el cuerpo de algunos datos significativos para la comprensión de su aventura de conocedor de la vida de los otros. Me adelanto a señalar que no ha habido otro biógrafo en Venezuela que haya abordado el análisis de más vidas, y con mayor documentación, que Polanco Alcántara. Paso revista al siglo XIX y no advierto otro igual en su tarea; me detengo en la centuria pasada y tampoco. ¿Quién ha escrito once biografías de venezolanos, en la mayoría de los casos, de dilatadas extensiones y suficientemente documentadas? Que yo sepa, nadie. Por ello, si alguien en Venezuela se granjeó el título de biógrafo con absoluta legitimidad, ese fue Polanco Alcántara.
Su obra, que si la calificamos de monumental no exageramos ni un ápice, fue publicada entre 1979 y 2002. Es decir, en apenas veintidós años, los que se corresponden con la tercera y última etapa de su vida, si la dividimos en tres partes de veinticinco años, de un hombre que vivió setenticinco. Para 1979, Don Tomás contaba 52 años, entonces ya tenía años impartiendo asignaturas en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela y en la de la Universidad Católica Andrés Bello, además de haber sido profesor de Historia en colegios de bachillerato; ya había sido Embajador de Venezuela en Chile, España y en las Naciones Unidas, en Ginebra. Por supuesto, su prole de nueve hijos, habidos con su esposa y compañera de siempre, María Antonia Fernández, ya eran entre jóvenes adultos y adolescentes. Para entonces, el ejercicio profesional del Derecho había sido su ámbito de realización personal, junto con la docencia, así como las artes de la diplomacia, aunque las desarrolló por un quinquenio (1969-1974), apenas. En otras palabras: el hombre que va a hallar su destino de biógrafo a partir de sus cincuenta años, tiene en su haber una dilatada experiencia docente; un acendrado ejercicio del Derecho en sus facetas administrativas, contractuales y bancarias; un intenso, breve y brillante paso por la diplomacia. ¿Alguna de estas tareas desempeñadas con acierto, presagiaban que se entregaría a la tarea de biógrafo de la manera empeñosa y absoluta como lo hizo? No específicamente, pero sí en otro sentido: ya Polanco se avenía con la escritura. Su bibliografía jurídica era para entonces importante y sostenida. Desde finales de la década de los años cincuenta publicaba monografías, estudios, tratados sobre Derecho administrativo y constitucional y, si colocamos la lupa en ellos, advertiremos que la pasión por la historia venezolana ya se imbricaba con el Derecho. Luego, sus tareas de Embajador fueron propicias para la reflexión escrita acerca de personajes de nuestra historia. El Libertador, Miranda, Bello, fueron objetos y sujetos de sus disertaciones.
En los años chilenos publicó su primera tesis histórica, Seis ciclos en dos siglos de historia venezolana (1971), y de sus años madrileños emanó decantado su libro Perspectiva histórica venezolana (1974). Era un hecho: la pasión venezolanista había tomado su espíritu, pero se necesitó que ella tomara cuerpo en la indagación de venezolanos con los que en muchos sentidos se identificaba. Así, no es gratuito que su primera biografía completa fuese la de José Gil Fortoul. Es evidente que estaba ensayando con un historiador, un civil, un escritor, un hombre de Estado, un diplomático, todo lo que en alguna medida también Polanco Alcántara era. Luego, el derrotero fue similar: Caracciolo Parra Pérez. Pero después el biógrafo abandonó a sus análogos y penetró en otros mundos, conocidos por él, pero no experimentados en carne propia. Ese paso lo da con la biografía del general Eleazar López Contreras y con la de un escritor casi a secas: Pedro Emilio Coll. Ya entonces la curiosidad del biógrafo había desbordado sus cotos de caza naturales y penetraba en algo fascinante: la vida de los otros, los distintos, los que pueden estar incluso en las antípodas de nosotros mismos. Conocí a Don Tomás en 1976, cuando empecé a estudiar Derecho con Manuel Polanco Fernández, un amigo entrañable al que estimo profundamente. Recuerdo como si fuera hoy el día en que me dedicó un libro en su imponente biblioteca: Personalismo y legalismo de Jesús Muñoz Tébar, con un estudio introductorio firmado por él; yo era un muchacho de 17 años con el pelo totalmente raspado y una gorra de pelotero, como consecuencia de aquellos bautizos universitarios, que ahora brillan por su ingenuidad.
No puedo recordar aquella biblioteca sin emocionarme: era de las que a mí me gustan, repleta, con ese olor mil veces bendito de los libros que, además, crean una suerte de valladar contra el ruido y siembran uno de los bienes que más aprecio: el silencio. Para entonces, sospecho que Don Tomás tenía previsto su destino si la Providencia se lo permitía: entregarse al análisis de la vida de los otros con el afán, indeclinable, de comprenderla. Lo logró. Una tras otra, con el fervor del relojero que anhela escuchar las campanadas de las máquinas que compone, Polanco Alcántara fue haciéndose viejo y multiplicaba su fertilidad, tanto como en sus primeros años cuando adelantó una gesta poblacional, pero que ahora se expresaba en biografías. José Gil Fortoul (1979), Caracciolo Parra Pérez (1982), Eleazar López Contreras (1985), Pedro Emilio Coll (1988), Juan Vicente Gómez (1990), Antonio Guzmán Blanco (1992), Eugenio Mendoza Goiticoa (1993), Simón Bolívar (1994), Francisco de Miranda (1997), José Antonio Páez (2000) y Arturo Uslar Pietri (2002). Sabemos, además, que había tomado notas para su próximo trabajo, que apenas esbozó antes de que lo alcanzara la muerte: Rómulo Betancourt. Si observamos con cuidado la secuencia, notaremos que cada tres años estaba lista una investigación, y que no había concluido una cuando ya tenía entre ceja y ceja la próxima. Esto se llama fervor, vocación, voluntad y alegría de vivir, sin más.
Esta lista asombrosa de biografías me tomó segundos leerla, pero detrás de ella hay 25 años de investigación documental, de hurgar en archivos en Venezuela y en la Biblioteca del Congreso en Washington, de trabajo conjunto con su mujer: suerte de ave propiciatoria para el vuelo del escritor, como creo que ha habido muy pocas en la historia de la escritura en nuestro país. En la biografía-reportaje de Rodrigo Lares Bassa, Historia de un camino, se anexa una carta del propio Polanco Alcántara a Lares Bassa, comentándole su trabajo. Entonces, el oficio de biógrafo del biografiado se le sale por los poros. Polanco Alcántara organiza su propia vida en cuatro etapas. La primera, del nacimiento a la graduación de bachiller; la segunda, desde entonces y hasta su nombramiento como Embajador de Venezuela en Chile, en 1969; la tercera, desde 1969 hasta su incorporación a la Academia Nacional de la Historia, en 1979; y la cuarta, desde entonces y hasta su muerte en 2002. Como advertimos antes, la etapa del biógrafo es la última, la que comienza con la publicación del tomo sobre Gil Fortoul, en 1979. Refiriéndose a esta etapa final, en la carta referida, afirma Don Tomás: "Entraba en otra etapa, que todavía no ha terminado y que exige dedicación prácticamente completa: investigar, estudiar, escribir y publicar la vida de grandes venezolanos. Lo que había hecho hasta ese entonces, no solamente no me hacía daño para esa nueva actividad, sino que en cierto modo la facilitaba".
Es cierto, vista a la distancia, la vida de Polanco Alcántara fue una meticulosa preparación para la tarea de su último período. Incluso, hubo un momento en el que el futuro biógrafo hizo sus primeros ejercicios. Me refiero a las semblanzas que fueron escritas para ocasiones discursivas particulares y que luego compondrían el libro Un pentágono de luz (1982). Cinco retratos integran el título: Bolívar; Isabel, la Católica; Cristóbal Hurtado de Mendoza; Antonio Ricaurte y Andrés Bello. El mismo proceder tuvo lugar con el libro Once maneras de ser venezolano (1987), compuesto por semblanzas de Francisco de Miranda, José Antonio Páez, Mariano Montilla, Pedro Gual, Jesús Muñoz Tébar, José Gil Fortoul, Monseñor Nicolás Eugenio Navarro, Mario Briceño Iragorry, Monseñor Carlos Sánchez Espejo, Arturo Uslar Pietri y Carlos Felice Cardot.
Como vemos, cuatro de estos bocetos funcionaron en el proyecto intelectual del biógrafo como bocetos de trabajos mayores, es el caso de Miranda, Páez, Gil Fortoul y Uslar Pietri. Algo similar ocurre con su otro título de bosquejos biográficos, Un libro de cristal (1988), en el que se leen semblanzas de Eleazar López Contreras y Caracciolo Parra León, que dieron paso a estudios más extensos, no pasó así con los retratos de Diego de Obaños y Sotomayor, Rafael Urdaneta, Tulio Febres Cordero, Diógenes Arrieta, Carlos Soublette, José Tadeo Monagas, Juan Crisóstomo Falcón, Joaquín Crespo, Manuel Felipe de Tovar, Juan Pablo Rojas Paúl y Rómulo Gallegos. Diez años después, en 1988, recogió el autor todas las semblanzas en un solo tomo.
Venezuela y sus personajes, se titula. Añadió los escritos en la década siguiente: Antonio José de Sucre, Cecilio Acosta, Cipriano Castro, Pedro Manuel Arcaya, José Gregorio Hernández, Gumersindo Torres, Pedro José Muñoz, Andrés Aguilar, Manuel Pérez Vila, Antonio Moles Caubet, Isaías Medina Angarita, Tulio Chiossone, y los brevísimos apuntes o pinceladas de José Antonio Calcaño, Francisco Manuel Mármol, Víctor M. Álvarez, Francisco Herrera Luque, José Santiago Núñez Aristimuño, Carlos Pérez de la Cova. Vista la lista de personajes históricos en el orden político, es evidente que Polanco Alcántara se propuso biografiar a los principales y concluyó su proyecto. Del siglo XIX los sustanciales están (Miranda, Bolívar, Páez y Guzmán Blanco), del XX casi todos los que le interesaban. Por otra parte, el propio biógrafo advierte que entre sus investigaciones, sólo una se centró en una mujer: Isabel, la Católica. Así lo refiere cuando señala que después de leer Aproximación a la feminidad de su amigo el psiquiatra Fernando Rísquez, cae en cuenta de esta ausencia. En su descargo hay que señalar que la totalidad de sus biografiados son hombres públicos y, como se sabe, la mujer llegó a ser un sujeto político en Venezuela a partir de la Constitución Nacional de 1947, que consagró la universalidad del voto.
Concluyo con extractos de una carta que dejó Don Tomás a sus hijos. Suscribo íntegramente lo que dice y los hago míos: "No le guarden rencor a nadie. No odien a nadie. Esos sentimientos hacen mucho daño a quien los experimenta... no discriminen a nadie por su raza, su nacionalidad, su idioma, sus costumbres, el color de su piel. Por nada. La discriminación es una forma cruel de dañar a gente inocente. Por eso es abominable... Contribuyan a que el nuestro sea un país donde exista libertad, tolerancia, progreso. Cada uno debe hacer lo suyo sin creerse redentor de la patria...".
4 comentarios:
Leí una biografía de Páez patrocinada por una empresa cementera que creo que es de él
`Cuèntanos Alì, cuàl es el autor?.De què año es?.
Saludos.
Pasè por tu blog, leì pero me faltò el comentario ;p
Gracias por sacar a la luz toda esta informacion, de tanta riqueza.
http://cruz-pedro.blogspot.com
http://cruzmfiap.blogspot.com
Gracias Don Pedro! Maravillosas fotos!
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