¿Para qué sirve la
historia? (y II)
Carlos Balladares
Castillo
Publicado en El Nacional
Nuestra
anterior entrega inició la revisión del título del último libro del historiador
francés hispanoamericanista: Serge Gruzinski (1949), el cual publicó en el 2015
y yo he leído en su traducción al español del 2018 de mi querida Alianza
Editorial; y que ahora finalizaremos. La segunda mitad del texto desarrolla el
tema de la mundialización, el cual ha sido tratado por el autor en otras de sus
obras. Se puede decir que es el problema al cual ha dedicado un mayor esfuerzo
de investigación, centrándose en su origen en la expansión española y
portuguesa de los siglos XV y XVI. Nuestro énfasis al estudiarlo, nos
recomienda, está en construir una “historia global” que se base en cómo las
sociedades, civilizaciones o localidades desarrollan “articulaciones y
conjuntos”. Y cómo esos “ensamblajes humanos, económicos, sociales, religiosos
o políticos homogenizan el globo o se resisten al movimiento”. Otra perspectiva
que recomienda es “mundializar” el momento de la expansión europea al comparar
su contacto, no solo con las sociedades “conquistadas” (civilizaciones
amerindias) sino también con China y la creciente tensión con el Islam.
Gruzinski
critica el eurocentrismo en el estudio de la historia, plantea su superación
pero “sin caer en una historia-mundo que aplaste toda lectura bajo la losa de
hormigón de las generalizaciones ni olvidar que ningún punto de vista puede
prescindir de un anclaje”. La historia comparada podría ser este “anclaje”
recordando que parten de una temática común que permita al historiador
“enfrentarse con los períodos y los espacios” que facilitan “el analizar
situaciones radicalmente diferentes o que comparten rasgos similares. Teje
entonces, por analogía, vínculos entre sociedades separadas por océanos o por
siglos”. La historia de la mundialización, recomienda, no puede caer en una
perspectiva de confrontación aunque se aplaudan viejos esquemas de la
etnohistoria que permitió visibilizar los conquistados. Y esto porque “ni las
víctimas ni los vencedores son siempre los mismos,” de manera que “Ya no vale
el esquematismo de los discursos sobre la alteridad cuando el horizonte global
diversifica casi hasta el infinito las posiciones y las confrontaciones.” Una
propuesta en este sentido sería estudiar a los ibéricos del siglo XVI en dos
posiciones distintas: América y China, y allí se descubrirá que no siempre
ocupan los mismos lugares del viejo esquema conquistados y conquistadores. Otra
crítica que realiza es a los análisis en términos de centro y periferia las
cuales “en realidad ya dejan de tener sentido”.
En
los argumentos del autor creemos ver la idea que la mundialización es una forma
una occidentalización del resto de las culturas. No es la exclusiva imposición
de la cultura de Europa (eurocentrismo) sino una forma de mestizaje tanto de
personas como de los elementos materiales y culturales. Occidente a partir del
siglo XVI dejó de ser una cultura europea homogénea gracias al contacto con
otras civilizaciones. Es cierto que el uso de la razón, la ciencia, el Estado
moderno, los derechos humanos, la democracia-liberal y el capitalismo (¡y el
cristianismo! ¿por qué no?) dieron sus primeros pasos en Europa; pero en
contacto o en choque con el mundo. Y estos factores son universales y por ello
los ha asumido el resto de la humanidad. No son monopolio de Occidente. Es que
al final: “La historia de la humanidad se mide a golpe de grandes experiencias
mestizas. La helenización del Oriente antiguo tras las conquistas de Alejando,
la romanización del Mediterráneo, etc.”
Mi
crítica al texto es que no percibí una unidad sistemática. Es más una obra que
reconoce y debate el problema, ofreciendo unas primeras propuestas metodológicas
más no historiográficas para lograr la superación del eurocentrismo y el
establecimiento de una visión que permita comprender y explicar a nosotros los
“glocales” la mundialización. Es verdad que el autor nos advirtió desde el
principio que éste no sería su tema, que no quería hacerlo porque estos debates
“solo conciernen a círculos de especialistas”, pero uno se queda esperando más.
Y entonces “¿para qué sirve la historia?”: es claro que Marc Bloch ya nos había
respondido: para comprender. Lo que Gruzinski ha resaltado y agregado, es que
desde la afirmación de su compatriota el mundo se ha complejizado de tal forma
que los viejos esquemas nos han tendido a dejar perplejos y sin respuestas ¡no
sirven! ¡ya no comprendemos nada! Las nuevas “miradas” desde la historia
mundial ha querido ser el aporte del autor en un intento de ofrecer luz en un
presente confuso en un exceso de imágenes e información. En mi caso, como
iberoamericano y venezolano - padeciendo la aplicación de la ideología marxista
con sus terribles consecuencias humanitarias –, su lectura me ha permitido
sentir cierta esperanza al percibir otra crítica superadora de los viejos
esquemas de la historiografía nacida de Carlos Marx.
Nota de Semana Santa: nos
habría gustado dedicar un artículo en solitario a los importantes días que
transcurrimos pero teníamos que concluir el comentario bibliófilo. De modo que,
en sintonía con el libro reseñado, decimos unas pocas palabras. Recomendamos la
vivencia de la semana más importante del cristianismo, una religión de
extensión mundial gracias a la primera globalización que lograron los europeos
en el siglo XVI con especial protagonismo de los que hablan el mismo idioma que
uso al escribirles. Somos ibéricos y cristianos mestizos, pues ¡vamos a vivirlo
con orgullo y profundidad! ¡Vaya a su misa y/o récele al Dios Amor del cual
somos hechos a imagen y semejanza!
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