EL NACIONAL - Sábado 21 de Noviembre de 2009 Papel Literario/4 Papel Literario
Vida de hacienda en Venezuela
En 1988 publicó el fundamental Historia de la alimentación en Venezuela, que fue reconocido con el Premio Municipal de Literatura 1989. Le siguió Gastronaúticas, magnífi ca e inclasifi cable colección de textos sobre la experiencia del gusto y el paladar. Luego ha publicado Gastronomía caribeña (1991), Manuel Guevara Vasconcelos o la política del convite (1998), El cacao en Venezuela: una historia (2000), Food culture in South America (2005) y Vida de hacienda en Venezuela. Siglos XVIII al XX, publicado por Fundación Bigott
ELÍAS PINO ITURRIETA
Cuando una sociedad reclama con insistencia respuestas al pasado con el objeto de entender su presente, quizá resulte innecesario plantearse el problema de la utilidad de la Historia. Como los venezolanos, sacudidos por las urgencias de su actualidad, acuden con asiduidad a los antecedentes y a la opinión de quienes se ocupan del estudio de esos antecedentes para encontrar una explicación del rompecabezas que los agobia, tal vez no haga falta meterse en el problema del servicio que la memoria y los especialistas en su examen le rinden a la posteridad. Pero, en caso de que surgieran dudas en torno al primordial asunto, el libro de José Rafael Lovera, sobre cuyo contenido tengo el honor de hacer los comentarios que siguen, basta y sobra para ofrecer explicaciones convincentes. En Vida de hacienda en Venezuela (Fundación Bigott, 2009), la maestría del colega nos coloca frente al desafío de un descubrimiento capaz de demostrar cómo un recorrido coherente y solvente de un camino que suponíamos trillado, ofrece hallazgos debido a los cuales la investigación de épocas anteriores hace pedazos la cortina de estereotipos que encubría una realidad sobre la cual han circulado multitud de falsificaciones, exageraciones y boberías.
Como apunta Lovera en el principio de su obra, no se puede entender nuestra vida sin captar la trascendencia de la hacienda en el desarrollo de la economía desde el período colonial, pero tampoco sin apreciarla como fundamento de una mentalidad susceptible de dejar huella indeleble en la colectividad. Sin embargo, un suceso tan digno de atención no ha llegado hasta nuestros días con los rasgos que lo distinguieron de veras, con las conductas y los signos que hizo suyos a través del tiempo para forjar un estilo de vida perdurable. De allí la trascendencia de su libro, en cuyas páginas ocurre una reconstrucción verosímil de lo que la ignorancia, la comodidad y los intereses creados han convertido en un mito de tráfico grueso. El manejo escrupuloso de los documentos y la interpretación que de ellos hace, nos conducen a una reconstrucción acuciosa y madura gracias a la cual la rutina de las unidades de producción agrícola se pone frente a nuestros ojos tal cual fue, hasta donde puede llegar el historiador en su trabajo sin buscar la confección de un espejo con pretensiones de fidelidad absoluta. Con las limitaciones inherentes a un esfuerzo de averiguación que debe conformarse con mirar hacia el ayer y hacia sus desaparecidas criaturas sin tenerlas al frente, sin la alternativa de dialogar con ellas y con su escena traspasando distancias de temporalidad y sensibilidad, llegamos a una resurrección verdaderamente creíble, a lo que más se puede parecer a los ambientes rurales de antaño y a las vicisitudes de sus habitantes.
El itinerario que cada vez se vuelve más sorprendente parte de la comprobación de cómo se ha exagerado a la hora de ponderar la riqueza de nuestra tierra para la faena agrícola. En Vida de hacienda en Venezuela no nos topamos con paisajes ubérrimos, ni con los proverbiales pensiles en cuya contemplación quiso detenerse la fantasía literaria a partir de las obras de Andrés Bello. El autor no encuentra cromos en los cuales pueda reflejarse la leyenda del paraíso terrenal, ni evidencias de la agraciada comarca a la cual acude la publicidad de los próceres de la Independencia y de los políticos posteriores a 1830 para anunciar el regalo de la fertilidad. Las evidencias más confiables que recoge y analiza el libro nos sitúan frente a la dureza de una realidad dispuesta al regateo de sus frutos, debido a que no los tiene en abundancia; y, desde luego, al tenaz emprendimiento que debió funcionar en las heredades para lograr metas de subsistencia y, quizá sólo en contados casos, resultados de lujos y ostentación. Estamos aquí ante uno de los aportes esenciales de la investigación: el vínculo entre las faenas arduas y la dificultad de llegar, a través de un esfuerzo sostenido, a corolarios capaces de retribuir lo empleado para encontrarlos. La relación entre el trabajo y el acceso difícil a la riqueza, poco estudiado hasta ahora, pero también subestimado cuando se buscan explicaciones en la simpleza de la existencia de un género de barones de la tierra que accede a la opulencia mediante la explotación de sus subordinados, se constituye en auxilio imprescindible para evitar que nos metan gato por liebre cuando retrocedemos en la observación de lo hecho por los antepasados. De allí que no encuentre ahora el lector un desfile de terratenientes nadando en el boato, o disfrutando del esfuerzo ajeno desde la comodidad de las ciudades, sino apenas lo único que puede encontrar en un teatro caracterizado por las limitaciones: un modesto trajinar en cual no parece abismal la distancia que entonces se establece entre el patrón y la peonada.
¿Cómo llega el historiador a una situación desconocida hasta la fecha, o también negada y manipulada? A través del estudio de la rutina, de la vida de todos los días en la cual trascurre la actividad de los propietarios de las fincas y de los agricultores en general, una faceta hasta ahora sin estudios dignos de atención. Gracias a unos fragmentos que en ocasiones llegan hasta deliciosas minucias, por fin podemos enterarnos de las maneras de levantar las casas de las haciendas y las viviendas de los dependientes, de las morosas formas empleadas para la faena por los albañiles que no abundaban ni eran expertos en su oficio, de las herramientas no pocas veces inaccesibles de que se valieron, de los muebles usuales que no llegaron a ser modelos de magnificencia y perfección, de los hábitos sexuales de los campesinos, de la evolución de las enfermedades y de las formas de remediarlas, de la renuente educación de los niños...
en suma, en la reunión de los testimonios que faltaban para llegar a una reconstrucción verosímil de las haciendas y de las costumbres de quienes se establecieron en ellas hasta los inicios del siglo XX. El análisis de la agricultura propiamente dicha igualmente observa horizontes inéditos, pese a que no es la médula de la investigación. El hecho de detenerse en las distancias que existen durante tres siglos entre los adelantos de la tecnología y la tiranía de la inercia, entre el saber de los especialistas y la insistencia en labrar y cultivar la tierra mediante recursos rudimentarios, entre las limitaciones de la producción nacional y las imposiciones de los compradores del extranjero, no es poco lo que nos dice sobre las heredades en las cuales se ha pretendido buscar en nuestros días emporios que jamás existieron y sobre las que se han remachado explicaciones sin sustento.
Seguramente faltarán otros elementos dignos de encomio, incluidos en la Introducción, los siete capítulos y el Epílogo de Vida de Hacienda en Venezuela, que ahora no se pueden detallar para no cansarlos. El hecho de que se deban al talento del autor de obras de trascendencia como la Historia de la alimentación en Venezuela, Gastronomía caribeña, Manuel Guevara y Vasconcelos o la política del convite y Fodd culture in South America, debe servir, aparte de lo expresado sin exageraciones, para invitarlos a una lectura retadora y provechosa. Tengan la seguridad de un itinerario lleno de hallazgos, de un una travesía pasmosa y en ocasiones desconcertante, de la revelación de unas haciendas desconocidas y susceptibles de cautivar la atención debido a la peculiaridad que se nos revela a través de una escritura cristalina y sugerente, de la aproximación a unas criaturas a quienes se trae de sus mundos sin violar su intimidad y sin propósitos inconfesables. De acceder a un servicio invalorable, no sólo para la dilucidación de los antecedentes sino también para la comprensión de la actualidad desde cuya atalaya trabaja un intelectual comprometido con su oficio. No podía ser de otra manera, debido a la creación de nuevos conocimientos que se puso como tarea el calificado historiador sobre cuya nueva contribución ha tenido el honor de hacer unos comentarios.
Imagen: el historiador José Rafael Lovera.
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