Autor: Carlos Balladares Castillo
Publicado en: Noticiero Digital y Analitica
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Ifigenia o el sacrificio del feminismo
¿Fue Teresa de La Parra (1890-1936) una feminista? Si comprendemos por feminismo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, se puede responder afirmativamente. Dicha afirmación se sostiene en la lectura: tanto de su novela “Ifigenia” (1924) como de sus tres conferencias sobre la “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana” (1930). Textos que leímos en sus “Obras” editadas por Biblioteca Ayacucho en su segunda edición de 1991). En sus conferencias dirá que es una “feminista moderada” porque ciertamente; como María Eugenia Alonso, el personaje de su gran novela; posee una relación de amor-odio con la tradición colonial. Admira sus orígenes: es una “goda” (término que se usaba en el siglo XIX y principios del XX para referirse a los conservadores y/o a los descendientes de los mantuanos) pero sostiene que no debe haber más “sumisión” por parte de la mujer a esa cultura “pagana” que tiene al macho como un dios.
La tragedia de nuestra Ifigenia criolla de principios de siglo XX: es el vivir en una sociedad a medio camino entre la tradición y la modernidad, por tanto entre la naciente libertad femenina y la moral “goda”. A lo cual se suma el ser huérfana y pobre pero de clase alta, y por tanto dependiente de sus familiares con dinero. Esta realidad es la que la protagonista: María Eugenia Alonso (una joven que ha vivido y se ha emocionado con el hedonismo del París de la “Belle Époque”) llama “el Fastidio”. Su gran temor es vivir la monotonía de los que no tienen una meta, como lo son su “abuelita” (viuda) y la tía Clara (solterona), que pasan las horas bordando y rezando. La novela es su diario, el de una “señorita que escribió porque se fastidiaba”, y por medio de él nos cuenta sus intentos para salvarse de esta realidad y ser feliz. Al principio busca ser pianista como Teresa Carreño, pero no puede tocar el piano porque la abuelita se lo prohíbe porque están de luto; luego le queda la pasión del amor en el matrimonio, pero su enamorado (Gabriel Olmedo) termina casándose con una rica. Solo la lectura y la escritura de su diario la sirven de terapia, e incluso me atrevo a decir que es su verdadero medio de salvación y expresión de su protesta feminista.
A lo largo de la novela – la cual es bastante larga: más de 500 páginas – se describen un conjunto de personajes que ilustran la realidad de la Venezuela gomecista (los arribistas como el tío Eduardo), y especialmente la mentalidad positivista (el idealista tío Pancho, muy similar al tío Juancho de “Memorias de Mamá Blanca”). Para un historiador, Teresa de la Parra, es una maravillosa “cronista”; que nos demuestra como la Colonia no había muerto ni con la Independencia ni con los sucesos de nuestro largo siglo XIX. Nos relata el mundo de las clases altas y medias, sobretodo las primeras; en muy pocos momentos se refiere a los sectores populares (¡Qué mal que no vivió más tiempo para que nos regalara una novela de los olvidados, porque siempre demostró en sus escritos una veneración por ellos!). El racismo y el endoracismo aparece en muchos momentos (la criada Gregoria: - “¡Haberse acordado de su negra!… ¡de su negra fea!… ¡de su negra vieja!...” (pág. 36)), y siempre está la admiración por nuestra geografía tropical: “Me encanta el pedazo de Ávila que se mira a lo lejos por encima de la mata y los tejados” (pág. 88).
Al vivir su fracaso amoroso, María Eugenia Alonso, acepta relativamente su destino: el fastidio. Ser una mujer prisionera, desheredada, esclava, y tutelada por su familia. Su abuelita le buscará marido al permitirle “sentarse en la ventana” para que los jóvenes ricos la vean (“a la venta”) y le propongan matrimonio. De esa forma conoce al peor de los machistas: César Leal. Al igual que Ifigenia en Áulide es conformista ante el sacrificio, aunque vive un último momento de posible escape con un Gabriel Olmedo arrepentido. Nada, la tradición colonial se impone y el miedo la detiene… la autora no nos dirá el fin de la historia de la protagonista: ¿Se suicida, se queda solterona o se casa con el machista? Mi hipótesis, es lo que luego confirma Teresa de la Parra en sus tres conferencias: la maternidad es la única salvación y felicidad de la mujer en los tiempos del machismo. La mujer por esta vía logró el mestizaje entre las “razas” que se odiaban, logra la perpetuación de los “fundadores de la ciudad”.
¿Fue Teresa de La Parra (1890-1936) una feminista? Si comprendemos por feminismo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, se puede responder afirmativamente. Dicha afirmación se sostiene en la lectura: tanto de su novela “Ifigenia” (1924) como de sus tres conferencias sobre la “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana” (1930). Textos que leímos en sus “Obras” editadas por Biblioteca Ayacucho en su segunda edición de 1991). En sus conferencias dirá que es una “feminista moderada” porque ciertamente; como María Eugenia Alonso, el personaje de su gran novela; posee una relación de amor-odio con la tradición colonial. Admira sus orígenes: es una “goda” (término que se usaba en el siglo XIX y principios del XX para referirse a los conservadores y/o a los descendientes de los mantuanos) pero sostiene que no debe haber más “sumisión” por parte de la mujer a esa cultura “pagana” que tiene al macho como un dios.
La tragedia de nuestra Ifigenia criolla de principios de siglo XX: es el vivir en una sociedad a medio camino entre la tradición y la modernidad, por tanto entre la naciente libertad femenina y la moral “goda”. A lo cual se suma el ser huérfana y pobre pero de clase alta, y por tanto dependiente de sus familiares con dinero. Esta realidad es la que la protagonista: María Eugenia Alonso (una joven que ha vivido y se ha emocionado con el hedonismo del París de la “Belle Époque”) llama “el Fastidio”. Su gran temor es vivir la monotonía de los que no tienen una meta, como lo son su “abuelita” (viuda) y la tía Clara (solterona), que pasan las horas bordando y rezando. La novela es su diario, el de una “señorita que escribió porque se fastidiaba”, y por medio de él nos cuenta sus intentos para salvarse de esta realidad y ser feliz. Al principio busca ser pianista como Teresa Carreño, pero no puede tocar el piano porque la abuelita se lo prohíbe porque están de luto; luego le queda la pasión del amor en el matrimonio, pero su enamorado (Gabriel Olmedo) termina casándose con una rica. Solo la lectura y la escritura de su diario la sirven de terapia, e incluso me atrevo a decir que es su verdadero medio de salvación y expresión de su protesta feminista.
A lo largo de la novela – la cual es bastante larga: más de 500 páginas – se describen un conjunto de personajes que ilustran la realidad de la Venezuela gomecista (los arribistas como el tío Eduardo), y especialmente la mentalidad positivista (el idealista tío Pancho, muy similar al tío Juancho de “Memorias de Mamá Blanca”). Para un historiador, Teresa de la Parra, es una maravillosa “cronista”; que nos demuestra como la Colonia no había muerto ni con la Independencia ni con los sucesos de nuestro largo siglo XIX. Nos relata el mundo de las clases altas y medias, sobretodo las primeras; en muy pocos momentos se refiere a los sectores populares (¡Qué mal que no vivió más tiempo para que nos regalara una novela de los olvidados, porque siempre demostró en sus escritos una veneración por ellos!). El racismo y el endoracismo aparece en muchos momentos (la criada Gregoria: - “¡Haberse acordado de su negra!… ¡de su negra fea!… ¡de su negra vieja!...” (pág. 36)), y siempre está la admiración por nuestra geografía tropical: “Me encanta el pedazo de Ávila que se mira a lo lejos por encima de la mata y los tejados” (pág. 88).
Al vivir su fracaso amoroso, María Eugenia Alonso, acepta relativamente su destino: el fastidio. Ser una mujer prisionera, desheredada, esclava, y tutelada por su familia. Su abuelita le buscará marido al permitirle “sentarse en la ventana” para que los jóvenes ricos la vean (“a la venta”) y le propongan matrimonio. De esa forma conoce al peor de los machistas: César Leal. Al igual que Ifigenia en Áulide es conformista ante el sacrificio, aunque vive un último momento de posible escape con un Gabriel Olmedo arrepentido. Nada, la tradición colonial se impone y el miedo la detiene… la autora no nos dirá el fin de la historia de la protagonista: ¿Se suicida, se queda solterona o se casa con el machista? Mi hipótesis, es lo que luego confirma Teresa de la Parra en sus tres conferencias: la maternidad es la única salvación y felicidad de la mujer en los tiempos del machismo. La mujer por esta vía logró el mestizaje entre las “razas” que se odiaban, logra la perpetuación de los “fundadores de la ciudad”.
1 comentario:
5. ¿Qué características destaca en el ambiente, las acciones y en los personajes principales de la obra, esta humanizado o idealizado?
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