BOLÍVAR, NUEVA BIOGRAFÍA
Marie Arana,
escritora y conocida crítica peruana-estadounidense, acaba de presentar su
biografía de Bolívar (Bolívar. American Liberator), un volumen largamente anunciado que publica Simon & Schuster, un texto mucho más ligero que el
también reciente de Antonio Sáez-Arace (Simón Bolívar. El Libertador y su mito. Marcial Pons). Para evaluarlo, nos servimos de Paul Berman, que
se expresa del siguiente modo en las páginas del NYT:
Simón Bolívar, el Libertador, fue el George Washington de
América del Sur, o al menos así fue considerado por diversas eminencias en los
Estados Unidos durante gran parte de su extraordinaria carrera. Grandiosa fue
su naturaleza. Despertó adulación. Inflingió unas pocas y preliminares derrotas
al ejército imperial español y, en 1813, entró victorioso, momentáneamente, en
Caracas en un carro tirado por las hijas de las principales familias, todas
vestidas de blanco, como si fuera un dios o un César . Y asumió el título
magnífico de “Libertador y dictador.” El carro y las hijas se desviaban, es
cierto, del austero estilo de Washington, y el título honorífico de dictatorial
se ha mantenido desde entonces de forma un tanto inquietante sobre su
reputación, como se puede ver en la admirable y triste lectura de la biografía
de Marie Arana, Bolívar.
Pero al igual que Washington, Bolívar fue un hombre de la
Ilustración. La razón y el republicanismo lo impulsaron. Arana nos dice que lo
primero que hacía al levantarse era ocuparse de su caballo blanco, leer a
Montesquieu y Voltaire antes del desayuno y emitir edictos después de la
comida. Sabía cómo ejercer el poder político y militar con un solo gesto, como
solía hacer Washington, pero también sabía cómo capear las peores condiciones,
con un Valley
Forge tras otro, en versiones que eran tropicales, andinas,
salvajemente remotas y más allá de cualquier cosa que Washington tuviera que
soportar. Sólo a mediados de la década de 1820, después de 14 años de guerra,
se las arregló para lograr el reconocimiento internacional por varias de las
nuevas repúblicas independientes de América del Sur, y aún así, después de la
victoria, la guerra nunca pareció detenerse. Arana juzga que la carnicería y la
destrucción ocurridas en el curso de las luchas de América del Sur por la
independencia se sumaron para dar lugar a una gran calamidad, demográfica: en
algunas regiones, la población se redujo en un 50 por ciento.
Bolívar se enfrentó a increíbles y complejas circunstancias
raciales y étnicas. Él mismo era fabulosamente rico, dueño de esclavos y
tierras, capaz de mantener a sus propios ejércitos durante un tiempo, aunque su
lucha finalmente lo empobreciera. Y, sin embargo, debido a esa cepa de sangre
no europea que se pensaba corría por sus venas por lo demás europeas,
incluso él, el aristócrata Caracas, se vio obligado a defenderse de los prejuicios
de la época marcados por los tonos de la piel. “Sambo”, se le llamaba en Perú,
y no por sus admiradores. Guerreros indios con arcos y flechas formaban por una
parte de su ejército, y las indígenas formaban una gran parte de los seguidores
de su campamento. Los esclavos y los descendientes de esclavos procedentes de
África jugaron un papel central en la guerra, a veces luchando en el bando
monárquico español, en última instancia del lado republicano de Bolívar; y sado
lo que suponía cualquier conspiración, ejecutó a lo mejor de sus
generales republicanos negros.
Ejecuciones desafortunadas aparte, las posiciones de Bolívar
sobre la esclavitud y la raza fueron en todos los aspectos superiores a las de
Washington. En un momento en que la lucha antiespañola parecía perdida, el
presidente de Haití, Alexandre Pétion, acudió en ayuda de Bolívar (lo que
ningún presidente de los Estados Unidos nunca consiguió hacer, cosa lamentable)
y Bolívar respondió en 1816 pidiendo la abolición de la esclavitud, y no sólo
por razones estratégicas. Arana cita un discurso de 1819: “nuestro pueblo no es
el europeo, ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de África y
de América, que una emanación de Europa”. Y añadió: “Es imposible asignar con
propiedad a qué familia humana pertenecemos”. Y más: “todos difieren
visiblemente en la epidermis” -que es el tipo de sencillo reconocimiento que
ningún líder de los Estados Unidos pronunció en aquellos días de ignorancia, ni
en siguientes generaciones, aunque, en los Estados Unidos, la monocromía
epidérmica nunca haya sido la norma.
Por otra parte, Bolívar pensó que la mezcla racial de
América del Sur descartaba cualquier experimento de autogobierno libertario o
democrático. “La diversidad de origen requiere un pulso infinitamente firme, un
tacto infinitamente delicado para manejar esta sociedad heterogénea cuyo
complicado artificio se disloca, se divide, se disuelve con la más ligera
alteración”. Acabó estando al frente de países que hoy en día conocemos
como Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Bolivia (cuyo nombre deriva del suyo
propia) y Perú, todos los cuales se esperaba que se unieran, junto con otras
regiones, en una gran federación latinoamericana . Y el sistema constitucional
que propuso disponía de una presidencia vitalicia, como una especie de Corte
Suprema de los Estados Unidos, excepto con una cláusula adicional, ligeramente
monárquica, que permitía al presidente nombrar a un vicepresidente que sería su
sucesor.
Entre los compañeros de Bolívar, luchadores por la libertad
y republicanos, no todo el mundo miraba con admiración esta tendencia
dictatorial. En 1828, un grupo de sus asociados, autodenominados “liberales”,
tramaron un complot para asesinarlo, un tiranicidio. El plan fue frustrado por
la amante de Bolívar, una mujer casada llamada Manuela Sáenz, quien, según
Arana, era conocida por su estilo libertino -su probable relación lésbica con
una de sus esclavas; su deleite por la ropa, no solo para ella sino para
sus esclavas, que vestían con ropa masculina; su tolerancia hcia los asuntos de
Bolívar. Pero el rasgo más característico de Sáenz, históricamente hablando,
fue su capacidad de pensar con rapidez. Oyó a los asesinos irrumpir en la casa.
Mandó a Bolívar a saltar por la ventana por seguridad, lo que hizo, llevándose
sus zapatos. Y con los conspiradores a punto de irrumpir en la habitación, ella
los recibió en la puerta dando tiempo a Bolívar para escapar – “una mujer de
extraordinaria belleza, espada en mano”, según la descripción de uno de los
conspiradores, a quien Arana sabiamente cita.
Los conspiradores no eran los únicos en considerar a Bolívar
como un tirano en ciernes. En los Estados Unidos, sus más grandes admiradores -Henry Clay entre
ellos- perdieron la fe en el hombre después de un tiempo. El marqués de
Lafayette, que era el mayor experto del mundo en la cuestión de las
comparaciones con George Washington, envió una carta a Bolívar oponiéndose a la
idea de un presidente vitalicio. Arana rechaza la idea de que, en nuestros
días, Hugo Chávez, expresidente de Venezuela, se justificara por el supuesto
manto de Bolívar -aunque al desestimar la presunción de Chávez, ella
parece tener en mente sobre todo los ideales liberales de Bolívar, y no
sus inclinaciones antiliberales. Arana concede que, en los siglos posteriores a
Bolívar, un dictador latinoamericano tras otro se han inspirado en su ejemplo.
Sin embargo, su propósito en Bolívar no es ofrecer
observaciones de peso sobre la tradición política de América Latina.
Principalmente narra las hazañas militares y políticas de Bolívar, dando lugar
a un imponente río, que corre a través de más de 600 páginas, con demasiados
nombres y batallas. Pero ella aplica un grato afecto a esta tarea. Es una
escritora de origen peruano, autora de American Chica,
y sus experiencias parecen haberla dotado de una agradable y romántica
nostalgia por el sur del Continente. Cascos de caballo resonando como un latido
en el suelo del soleado bosque, mientras una capa negra ondea sobre los hombros
de Bolívar, leemos en la primera página, y por la mitad del libro, “picos
nevados brillan contra los azules cielos”. Todo eso puede ser cursi,
pero, como ocurre con un espadachín en Technicolor, es soñadoramente
entretenido.
© 2013 The New York Times Company
1 comentario:
Estimado profesor,
Me parece que todos estos escritores siguen produciendo más y más de lo mismo. No creo que la posición de Bolívar haya sido mucho mùas "ilustrada" que la de Washington, aunque la de este tampoco era más que una lucha por los intereses de sus clase, ante todo. A diferencia de los Estados Unidos de tiempos de Washington, Venezuela en 1810 era ya claramente una nación altamente mestiza. Menos de un 25% de la población era clasificada como "blanca". Bolívar mismo tuvo un terror a lo que él describió vez tras vez como la pardocracia. El hecho de que tomase medidas en favor de los negros se debió más que a una posición ética elevada, a la Realpolitik, en gran medida impulsada porque fue el presidente de Haití quien lo sacó del barro.
Según leo en un sitio - me gustaría corroborar esa carta pero su contenido me parece plausible- Bolívar escribió a Santander sobre el hecho de que el involucrar a los negros en la lucha también tendría el beneficio de reducir la cantidad de negros que había. Eso no es precisamente las ideas de la Ilustración.
En la mitología venezolana se dice que Humboldt admiraba a Bolívar. Más allá de una breve y temprana referencia en las Narrativas a la labor de Bolívar y a una carta de agradecimiento de Humboldt a Bolívar por ayudar en ciertas cuestiones logísticas - Humboldt escribió miles de cartas por ese estilo -, el alemán realmente reconoció que Bolívar se había convertido en un mero reyezuelo.
En una carta discutía con un amigo cuál era el valor real de este caudillo.
La política económica de Bolívar fue un desastre. Quería controlar todo y no sabía de esas cosas. Causó una inflación increíble en Venezuela. La censura aumentó.
Sería genial que los historiadores comenzasen a explorar mas otros aspectos y personajes de la historia venezolana: la compleja historia colonial desde el punto de vista tecnológico, ideológico y económico,tratar de descubrir más de la labor que realizara gente como Carlos del Pozo, realizar análisis más completos de la Guerra Federal, de las migraciones amerindias, de la esclavitud.
Seguimos con una obsesión con el dichoso Bolívar. Realmente la cosa es peor que el culto a Atatürk en Turquía.
Saludos
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