Luis BarragánTenemos por costumbre darle una vuelta a los libreros que quedan, más que a las librerías. Y, así, el lunes 17, en el Centro Comercial Chacaíto, nos fuimos de nuevo para curiosear de alguna novedad imprevista o recomendación acertada en la librería “Lectura”, como difícilmente puede hacerlo la sucursal de alguna cadena. Sin embargo, fuimos sorprendidos.
Llegamos al lugar y no tardamos más de quince minutos, para enterarnos de la noticia, tomar un poco disimuladamente las fotografías e irnos. “¿Qué ocurre?, ¿están inventariando?, ¿embalan para alguna feria de la que no nos hemos enterado?”. Y una de las empleadas, dijo que es el cierre, mientras que la otra, la que conozco más, sin alzar la vista detrás de la máquina registradora (la máquina fiscal de los tormentos comerciales), apenas soltó “hasta que consigamos un local”.
Ya de salida, ante la indiferencia también de los dos embaladores, señalé en voz alta: “gracias por todos estos años”. De pronto, supe que no había lugar a sentimentalismo alguno en quienes seguramente deseaban completar lo más rápido posible el trabajo de empaquetamiento, acaso preocupados por su suerte laboral o el cobro mismo de las prestaciones sociales. Al marcharnos, recordamos los años de la librería en planta baja y, más nítidamente, aquellas ocasiones que celebraba la firma de ejemplares por Jorge Luis Borges o Mario Vargas Llosa, harto publicitadas y agolpadas de personas. Después, el cambio ¿a principios de los ochenta?, al sótano para darle cabida a “Lecturarte”, evidentemente más rentable.
Una vez, quizá cuatro o seis años atrás, degustando un café de la tarde como a veces ocurría con una copa de vino decembrina, la muchacha que ahora no alzaba la vista, nos comentaba de un libro que no estaba en la vitrina ni en las mesas, pero intuía que nos interesaría. Por cierto, uno muy grato y pequeño de Teódulo López Meléndez, a quien descubrí en esa ocasión. Y una persona cercana le preguntó por su hijo, respondiendo ella algo así como “muy bien, en la universidad”. Inmediatamente le pregunté la edad, pues, tenía la impresión de haberla visto con un niño de tres o cinco años en el local y “no hace mucho”. Amablemente me respondió que esa era la edad de su hijo cuando comenzó a trabajar en “Lectura” y ya pasaba de los dieciocho años. Obligada conclusión, en un parpadear ya era demasiado el tiempo transcurrido e inadvertido de ese conocimiento de vista y de trato comercial, tan familiarizados como nos ocurría con Julia o Enrique de la librería “Suma”, antes de la desaparición física de su dueño.
La tentación es evocar los mejores tiempos de la “Lectura”, indagar sobre la crisis tan aguda que ha devastado un ramo comercial también afectado por las cadenas o libródromos, como los llamó don Mario, e – incluso – lanzarnos con un texto como el que tuvimos oportunidad cuando desapareció la librería “Historia”, frente al Capitolio Federal, reapareciendo después en un local relativamente cercano, aunque sin la magia que tuvo. Sospechábamos las dificultades de la “Lectura” al visitarla, reducida las novedades, pero la entrevista que publicó El Nacional principiando 2011 a un dueño de notas tan optimista, despejaba un poco la incógnita. Posiblemente, buscarán otro local que creímos propio (o ¿lo es y tendrá otro destino?), tendrán otro proyecto en el ayudará ¿el propio Chávez, cliente de siempre?. No sabemos.
Por lo pronto, la habitual visita para hurgar, postergar o adquirir inmediatamente un ejemplar, manosear textos y hasta literalmente sopesarlos u olerlos, ha concluido en la “Lectura” como un día ocurría en la “Suma”, la “Monte Avila” del Teatro Teresa Carreño, en la “Macondo” del propio CC Chacaito, con ese detalle de librería personal, acogedora, cuyos libreros saben de lo que ofrecen. Nos queda la “Noctua” del Centro Plaza, aunque “El Buscón” del Paseo Las Mercedes o “La Gran Pulpería” de Castellanos no terminan de ofrecernos ese pequeño detalle, como es la sensación de hallarnos al pie de la imprenta.
Todos sabemos de la terrible inseguridad personal que nos aqueja, pero siempre nos sorprenderá un asalto a mano armada. Conocemos la terrible crisis del libro en Venezuela, sorprendidos siempre por el cierre de una librería.
FOTOGRAFIA: LB, 17/01/11
3 comentarios:
Es una verdadera lástima que cierren todas las librerias en este país y las que se mantengan con vida tengan precios casi absurdos. Conocía esta librería desde hace 20 años y fue lamentable el verla cerrar. La culpa de esto, en parte, es de nosotros los lectores. Las librerías son negocios, si estos no venden su mercancía, simplemente el negocio no es rentable. Deberíamos dejar de sustituir el mal hábito de leer libros descargados de internet o por otros medios, por el placer de tener un verdadero libro entre las manos.
Lamento el cierre de Lectura. Walter siempre fue un tipo cordial. No me extraña la actitud de los otros vendedores, hay que reconocer, ya la calidad de atención venía bajando (ojo, siempre y cuando no te atendiera Walter, que siempre fue excelente). Ojalá consigan otro local. Y sobre tu comentario sobre los últimos dos locales, el de Castellanos y El Buscón, concuerdo totalmente. Saludos cordiales,
Que dolor, yo vivo en Anaco, Estado Anzoategui, pero ahorro una parte de mis ingresos y una o dos veces al año me voy para Caracas y recorro liberias como Lectura, Suma, La Pulperia del Libro Venezolano y otras, ademas de ir a los libreros del Puente Fuerzas Armadas. Da dolor cuando una libreria tan antigua y excelente ya no exista.
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