miércoles, abril 13, 2022

“No Mama, no Papa, no Uncle Sam” (la Batalla de Bataan y la Marcha de la Muerte)

“No Mama, no Papa, no Uncle Sam”

Publicado el 13 de abril de 2022 en El Nacional

We're the Battling Bastards of Bataan,
No Mama, No Papa, No Uncle Sam,
No aunts, no uncles, no cousins, no nieces,
No pills, no planes, no artillery pieces,
And nobody gives a damn!

(Frank Hewlet; febrero, 1942).

Frank Hewlet (1913-1983), fue corresponsal de guerra durante la Segunda Guerra Mundial (SGM) para United Press y estuvo en Manila, Bataan y Corregidor desde el inicio de la ofensiva japonesa en el Pacífico y el Sureste de Asia (7 de diciembre de 1941) hasta que las tropas estadounidenses abandonaron la isla de Corregidor el 6 de mayo de 1942. Sus crónicas describieron la dureza de las batallas en las Filipinas, popularizándose entre las tropas el anterior poema como ejemplo del abandono que sufrieron por parte de los Estados Unidos (EEUU). Aunque el periodista, como el resto del mundo, no pudieron conocer la llamada “Marcha de la muerte” de los 76 mil soldados (64 mil filipinos y 12 mil de EEUU) que vendría después de la rendición de la península de Bataan el 9 de abril (la mayor derrota de la potencia del norte), en la que diez mil fallecerían por el maltrato de las tropas niponas y las terribles condiciones de la caminata sin comida y sufriendo enfermedades bajo el clima tropical. La resistencia y el sacrificio de los soldados estadounidenses y sus aliados filipinos – que fueron incorporados desde 1940 al United States Army Forces in the Far East (USAFFE) –; generaron, por medio del cine y los testimonios de los sobrevivientes, un gran mito de heroísmo y lucha por la libertad.

En nuestras anteriores artículos sobre la Campaña en Filipinas (la primera semana de enero del presente año centrada en la captura de Manila, y después en la Batalla de Bataan pero haciendo énfasis en el general Douglas MacArthur, publicada en la tercera semana de marzo); no explicamos que los planes militares de EEUU en caso que se enfrentaran al Japón. Nos referimos al “Plan de Guerra Naranja”, el cual preveía que las fuerzas en Filipinas en caso de fracasar en la defensa de la capital Manila, debían retirarse con todo su equipo a la península de Bataan y la isla de Corregidor. Dicho territorio por su condición geográfica facilitaba la defensa y al mismo tiempo el obstruir el uso de la bahía de Manila por el enemigo, mientras esperaban la llegada de ayuda desde el continente o Hawai.

El gran problema de la realización del Plan es que con el ataque a Pearl Harbor la marina imperial logró bloquear la zona y evitar la llegada de ayuda, por no hablar que dicha ayuda se redujo al mínimo al establecer el teatro europeo como la prioridad para los Aliados. A pesar de este evidente “no Uncle Sam”, la USAFFE no se rindió sino cuando ya no quedaban casi armas y estaban con el mar a sus espaldas. Su espíritu de resistencia no se doblegó aunque comían un tercio de las raciones y la malaria y disentería dominaban entre el personal. El poema habla que no poseen piezas de artillería porque su defensa se enfrentaba a la lluvia de proyectiles japoneses junto al bombardeo aéreo (muchas veces incendiario de la jungla que les servía para ocultarse) facilitado por el dominio del caza Zero, por no hablar que sus fusiles eran de la Primera Guerra Mundial. Sin duda “¡a nadie le importaba un car…!” y la rendición más temprano que tarde ocurriría.


La primera película sobre la mayor derrota de la historia militar de los EEUU tuvo la tarea de justificarla. La misma se estrenará el tres de junio de 1943 y su nombre no podría ser otro que Bataan (dirigida por Tay Garnett). En su texto introductorio explica que ante la destrucción de la marina en Pearl Harbor se necesitaba tiempo para lograr la recuperación, y ese tiempo se logró gracias al sacrificio de los héroes de Bataan. La trama es conocida en el cine bélico porque tiende a repetirse: unos pocos soldados (trece en total), llenos de defectos o carentes de experiencia, defienden una posición frente a cientos de soldados mejor armados. Los que parecen débiles terminan siendo feroces y nobles soldados que entregan su vida (cayendo uno a uno, quedando al final el líder) por la causa ¿y cuál es la causa? La libertad y la democracia, un régimen que permite que diferentes pueblos y “razas” puedan unirse bajo el reconocimiento de la dignidad de cada uno de ellos sin importar su origen o color de piel. De esa forma hay un filipino que se llama “yanqui”, un afroamericano que nadie segrega, un latino (actor Desi Arnaz), entre otros; pero siempre liderizado por un WASP (blanco anglosajón protestante) que en este caso es representado por el actor Robert Taylor. Las mujeres también protagonizan este esfuerzo al estrenarse ese mismo año dos películas sobre las enfermeras que estuvieron en la batalla (las cuales fueron bautizadas por el corresponsal Hewlet como “Angels of Bataan”), nos referimos a So Proudly We Hail! (Mark Sandrich) y Cry 'Havoc' (Richard Thorpe).

Los vencedores no contaban con un número tan grande de soldados que debían ser transportados a los campos de prisioneros, de modo que desde el 10 de abril los obligaron a caminar cien kilómetros aproximadamente que los separaban del campo de concentración O’Donell (aunque un último tramo se hizo en tren). El gran problema es que los nuevos POW (Prisoner of war) se encontraban hambrientos, débiles y enfermos; a lo que se sumaba la mentalidad dominante entre los japoneses inspirada por el código Bushido y que el Imperio del Japón no había ratificado  la Convención de Ginebra relativa al trato de los prisioneros de guerra de 1929. Pero se puede decir que lo dominante al final fue el cultivo del odio militarista contra las potencias occidentales y el resto de los pueblos de Asia (considerados racialmente inferiores). No se le brindó comida ni agua por muchos días y al que se salía de la fila se le asesinaba de un disparo (con suerte) o con la bayoneta o katana (fue representada pero una sola escena en la película de 1945: Back to Bataan) Los golpes e insultos eran frecuentes, en muchas ocasiones se le impedía a la población local que los ayudara. Al llegar al tren fueron subidos a vagones de ganado y de tal forma que era imposible sentarse. En lo que respecta a las masacres sufridas por los Aliados occidentales en Asia esta fue la más cruel y despiadada, en ella fallecieron más de diez mal. Nunca comparable en cantidad con las sufridas por los chinos. 

La “Marcha de la muerte” de Bataan ha sido reconstruida en varios docudramas y memorias y estudios historigráficos se han publicado, especialmente en las tres últimas décadas. He quedado fascinado con la gran cantidad de videos testimoniales de los sobrevivientes que están en youtube. Pero sigue siendo un clásico el que leí en mi adolescencia y que ganó el premio Pulitzer, nos referimos a The Rising Sun: The Decline and Fall of the Japanese Empire, 1936-1945 (1970) del historiador estadounidense John Toland. Ahora es que lo revisamos en su totalidad porque en realidad leímos en el pasado un texto condensado sobre dicha marcha en: Selecciones del Reader’s Digest, 1965, Gran Crónica de la Segunda Guerra Mundial. No podemos dejar de señalar que desde 1989 se realiza en White Sans Missile Range (New Mexico, EEUU) un maratón en su homenaje que hasta hace poco asistían para animar a los participantes algunos de los soldados que la padecieron. La semana que viene analizaremos el primer contragolpe que realizó los EEUU, con el famoso “Raid de Doolittle” al bombardear Tokio y que tantas veces se ha mostrado en el cine.

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