Alonso Moleiro: Los 13 años de la destrucción nacional
Se vanagloriaba el pasado jueves el presidente de los logros de su gobierno en el acto organizado con motivo de sus 13 años en el poder, en el pequeño teatro de Catia. Decía que en 1998 la nación “estaba en ruinas”, y que ahora “se ha puesto de pie”. Hablaba del ingreso petrolero, de la inversión social, de la reducción de la pobreza. Del “salto económico gigantesco” logrado por su administración en todo este tiempo.
No deja de ser un curioso fenómeno político: Hugo Chávez y su tren ejecutivo han logrado engranar con sorprendente eficiencia las decisiones políticas y la audacia comunicacional para transmitirle a sus seguidores –que como sabemos, son cada vez menos- la artificiosa sensación de que la altísima disponibilidad de recursos de esta hora es hija directa de sus ejecutorias, y que el manejo responsable de ellos está produciendo en Venezuela unos inusitados niveles de bienestar.
Podemos escuchar a algunos de sus voceros, argumentando de forma desesperada que algunos de los males que han vuelto infernal la vida de la ciudadanía –las fallas del Metro; los cortes eléctricos; los espeluznantes niveles del hampa- son frecuentes en todos lados, y que tanto éstos como el aumento de precios, son una herencia del capitalismo que acá impera. Poco importa, a estos efectos, alguna consideración en torno a cuánto se han agravado los problemas, o lo inferior es su recurrencia en otros entornos cercanos, naciones de menor calado y dimensiones modestas, como Uruguay o Costa Rica.
Los haberes del gobierno en estos años pueden escribirse en pocas líneas. La administración de Hugo Chávez ha dispuesto de un ingreso petrolero que supera casi 10 veces el promedio de los años 90, gracias a la escasez mundial de refinerías, la altísima demanda energética de China y la India y la escasez para la explotación de nuevos pozos.
Eso le ha permitido realizar una inversión social que ha apalancado el consumo y algunos programas asistenciales; fortalecer y reprogramar nuevos subsidios y con ello, cómo no, reducir los índices de pobreza.
Sin embargo, el más superficial análisis de todos los resortes de la producción y la gobernabilidad le permitirán advertir a cualquiera las cotas de destrucción patente en todos los estamentos de la nación. La riqueza petrolera no es eterna y los países no se desarrollan con subsidios. Hablamos de un costoso pasivo que, con toda seguridad, la historia le va a encargar de señalarle al actual presidente.
Veamos. Pdvsa, con una deuda multiplicada en casi 15 veces, planes pospuestos, accidentes industriales y enormes dificultades para aumentar su producción. El plan Siembra Petrolera preveía en un año como este una producción de 5 millones de barriles diarios de petróleo: escasamente seguimos luchando por morder los tres. Es este uno de los países del mundo que menos petróleo produce en relación con su nivel de reservas. Los planes gasíferos, sin concreción alguna en los hechos. Casi todos los activos nacionales pertenecientes al estado, muchos de ellos nacionalizados recientemente, en la ruina: Agropatria, Friosa, Edelca, Venalum, Alcasa, Cemex, Sidor. Los planes agroindustriales, un gran fraude: prácticamente no hay un rubro agrícola que abastezca siquiera la demanda nacional. La producción de leche no llega ni a la mitad de la demanda nacional; la de caña de azúcar está en 40 por ciento y la mitad del café que consumimos es nicaraguense.
Los índices de homicidios, triplicados respecto al 98: de 4 mil, en aquella fecha, a más de 15 mil el año pasado. La inflación, la más alta de todo el continente. Todo el sistema eléctrico severamente deteriorado. La vialidad, rezagada y en ruinas; el desarrollo urbano, pospuesto. Las obras de infraestructura prometidas en el sistema ferroviario, casi todas paralizadas o andando a muy baja velocidad. La construcción de viviendas, la más baja de administración alguna en 50 años. Los índices de deserción escolar, en el mismo sitio; el salario de maestros y médicos, casi rozando la cota del salario mínimo. El déficit de policías, escandaloso. El entramado hospitalario, prestando un servicio espasmódico y extremadamente ineficiente. La mitad del estamento científico nacional emigrando al exterior.
La gravedad de la situación del país es bastante superior a lo que la gente se imagina. Flota sobre un volumen de recursos petroleros gigantesco, que no ha podido impedir la ruina, sino que, por el contrario, a veces pareciera que la estimulara. Es difícil no encontrar algún espacio de la gestión de gobierno en el cual no impere una realidad anarquizada y cruzada por toda suerte de dificultades agravadas por la corrupción, el despilfarro y la impericia.
Traducir esta realidad en variantes comunicacionales concretas; propalar este diagnóstico entre la ciudadanía e introducir estos elementos en el debate nacional, para su diagnóstico, tiene que ser el deber de cada ciudadano en un año en el cual estamos obligados a tomar grandes decisiones.
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