El pueblo de Vargas vive su propia historia de piratas y corsarios: en 2006, pescadores extrajeron cañones de bronce de un barco del siglo XVII que se hundió en sus playas. La nación sólo ha recuperado dos de las piezas. La Fiscalía abrió una investigación ADRIANA RIVERA
EL NACIONAL -
Domingo 16 de Agosto de 2009
Primera Página/1
EN VARGAS Extrajeron tesoro de naufragio del siglo XVII.
Una de las piezas aún no ha si do recuperada por el Instituto de Patrimonio Cultural. Pescadores hallaron en las aguas del pueblo de La Sabana cañones de bronce. Algunos fueron vendidos y el Estado sólo recuperó una pieza del año 1553 y otra de 1632. Otra parte de ese patrimonio cultural está desaparecido y la Fiscalía investiga el hecho desde 2007.
Una de las piezas aún no ha si do recuperada por el Instituto de Patrimonio Cultural. Pescadores hallaron en las aguas del pueblo de La Sabana cañones de bronce. Algunos fueron vendidos y el Estado sólo recuperó una pieza del año 1553 y otra de 1632. Otra parte de ese patrimonio cultural está desaparecido y la Fiscalía investiga el hecho desde 2007.
L as mejores langostas de Vargas se consiguen entre los corales que crecen encima de un trozo de la historia venezolana del siglo XVII. Allí también se atrapan con arpón los peces grandes que terminan en los restaurantes. "Vamos a pescar pa’ los cañones", se escucha en La Sabana, un pueblo de pocas calles, al este de Vargas. Aunque esa artillería es punto de referencia para la actividad pesquera, los pobladores nunca repararon en el valor que tenían esas piezas de bronce y cajas arrumadas en el fondo del mar, "a sólo 100 metros de la orilla", calculan algunos. Hasta finales de 2006, cuando el saqueo del pecio (los restos del naufragio) causó revuelo en el lugar.
Un grupo de pescadores extrajo entre 6 y 12 cañones de al menos 400 años de antigüedad, que por ley son patrimonio cultural de la nación. Uno lo vendieron en pedazos para el reciclaje de chatarra y los otros los negociaron con particulares. La Fiscalía investigó delitos contra el patrimonio para frenar el saqueo, pero son muchos quienes persiguen el tesoro, incluso miembros de la Armada, relatan los habitantes del pueblo. Los cañones están valorados en varios miles de dólares, pero es la información histórica que pueden brindar la que los hace invaluables.
José Antonio Laya, de 43 años de edad, Chema para sus vecinos, es uno de los buzos de la localidad. Descubrió los cañones hace unos años, mientras aprendía a pescar con uno de los veteranos del pueblo. A finales de 2006 le comentó a un grupo de pescadores de Naigüatá sobre los cañones hundidos. Aunque él no habla sobre el punto, sus vecinos aseguran que a Laya primo del ex gobernador de Vargas Alfredo Laya le pagaron por precisar dónde estaba el naufragio, pero no sospechó los problemas que le traería. Pocos días después, los de Naigüatá llegaron en lanchas a la medianoche y, a fuerza de arrastre, extrajeron varias de las piezas de artillería.
"Vi que sacaron los cañones en dos lanchas, pero no imaginé que eran patrimonio. Después le conté a la gente que habían sacado eso y el pueblo se sintió robado. Los de Naiguatá me amenazaron de muerte por haber hablado y hasta la Armada me buscaba. Me tuvieron que poner protección policial", relata Laya. En sus inmersiones dice ha visto al menos 50 cañones de bronce, además de cajas cuyo contenido desconoce.
Ambición despierta.
El naufragio sería el sueño de piratas y corsarios de la Colonia: la artillería de bronce, con adornos y escudos de los reyes, era usada por los marinos más reputados. Basta bucear a siete u ocho metros de profundidad para toparse con él. Si el agua está mansa y clara, se ve desde la lancha. "De toda la vida se sabe que eso está ahí; nadie lo había movido. Pero vinieron los del otro pueblo con ambición de dinero", afirma Luis Remigio Pérez, vocero del consejo comunal.
La Sabana es conocida como semillero de grandeligas y por las fiestas con cantantes internacionales que uno de sus hijos más famosos, el pelotero Kelvin Escobar, le regala una vez al año. Es uno de los eventos que más turistas atrae a este pueblo de 1.658 habitantes, cuyo puente de acceso se derrumbó hace meses. Repentinamente, muchos se interesaron en el lugar. "Chema sacó junto con otro buzo una rueda y un ancla de bronce, y eso se llevó a la casa artesanal del pueblo. Pero no terminaban de decir qué era eso. Hasta que supimos que los de Naiguatá estaban sacando los cañones.
Por aquí vinieron los militares y la policía. Allanaron la casa de la mamá de Chema buscando un cañón. ¡Qué iba a haber en esa casa tan chiquita! Muchos temíamos por la vida de Chema. Todo el mundo andaba detrás de eso", recuerda Otilia Bolívar, habitante del pueblo. Los dos cañones que recuperó el Instituto de Patrimonio Cultural, IPC, dan cuenta de un naufragio de hace al menos 400 años. El primero de ellos, de 1553, es del fabricante holandés Remigy de Halut, llamado "el fundidor del emperador". De 1538 a 1556, Halut trabajó para Carlos I, que gobernó media Europa, incluyendo España y sus colonias. Los cartuchos y la culata tienen la inscripción del rey. Un informe de Max Guérout, del Grupo de Investigación de Arqueología Naval de Francia, detalla que Halut produjo 270 piezas de artillería. "Era una referencia en las armadas europeas de la época. Cañones como ése se encontraron en Filipinas e Irlanda y algunos están exhibidos en museos de Madrid", precisa Guérout vía telefónica.
El segundo cañón data de 1632 y fue elaborado por Clawes Vandam, un fundidor danés que trabajó en Hamburgo, Alemania, para el rey Felipe IV, uno de los reinados más largos de España. Las versiones de los lugareños indican que los pescadores de Naiguatá vendieron los cañones a particulares por entre 15.000 y 40.000 bolívares fuertes cada uno. El grupo que al principio se animó a extraerlos del fondo del mar era de 4 pescadores.
Pero, poco a poco, ante la imposibilidad de sacar con disimulo y sin ayuda esas moles de cobre, se sumaron 14 hombres. Tras el botín. El trajín de los cañones fuera del mar se convirtió en asunto policial. Una fuente del IPC, que prefirió el anonimato, indicó que Claudio Scrosoppi, dueño de una tienda de equipos de buceo, fue el primero que contactó a los pescadores y adquirió las piezas. Habría conservado un cañón y vendido tres al empresario Emilio Barón. Fuentes aseguran que un tercer empresario habría comprado otro.
El grupo contactó al explorador Charles Brewer Carías para que evaluara los cañones junto con el biólogo y buzo Rodolfo Plaza. "Nos dijeron que tenían cuatro, que los habían obtenido de un lugar secreto. Los fotografiamos y llevamos el material al IPC. Organizamos un equipo para estudiar el pecio. El instituto había llegado a un acuerdo verbal con nosotros para mediar con los pescadores y los `dueños’ de los cañones, pero luego decidió recurrir a la policía y se rompió el contacto", cuenta Brewer. Plaza asegura que le sugirió a Barón notificar el hallazgo al IPC. "No podían pagarles por algo que es propiedad del Estado. Les ofrecieron participar en el rescate del barco, pero los pescadores pedían una camioneta Hummer como recompensa. Barón rompió contacto con el Instituto y buscó a la Armada", señala. En La Sabana recuerdan que la participación de los militares generó una protesta en el pueblo. "Barón vino en un buque de la Armada, a principios de 2007. El pueblo se alertó y salimos en lanchas a rodearlos. Había unos buzos con tanques y cámaras submarinas. Ellos dijeron que estaban con una fiscal, pero la señora nunca se apersonó.
No tenían permiso para sacar nada. Tuvieron que irse", relata el vocero del consejo comunal. "Uno de los buzos de la Armada, al salir del agua, dijo que ahí había un tesoro. El pueblo se alebrestó. El capitán nos quiso apuntar, pero no dejamos que se llevaran los cañones", agrega el pescador Luis Cartaya. Scrosoppi confirma que Barón organizó una expedición a la zona. Le solicitó, a principios de 2007, una cotización de equipos de buceo necesarios para explorar el pecio. "No los acompañé. Creo que la Armada quería descubrir el barco porque tiene valor histórico. Como estoy en el medio del submarinismo, la gente supuso que tenía algo que ver, pero no tuve ningún cañón", asegura. El vicepresidente del Instituto Nacional de Espacios Acuáticos, Francisco Ugarte, afirmó que el ente regulador de las actividades marinas y submarinas desconoce el incidente con la Armada y que las exploraciones por parte de organismos privados o públicos deben contar con la aprobación del Ministerio de Obras Públicas y el de Defensa y ser acompañadas por la Armada y el INEA.
Adelis Giménez, historiadora que trabaja para la Armada, dice que en esa época los buques hicieron sondeos para estudios meteorológicos y que, probablemente, los habitantes de La Sabana creyeron que la presencia de los oficiales en el lugar estaba relacionada con el pecio. Al mejor postor. Beatriz Sogbe, crítica de arte, fue contactada no revela por quién para hacer el avalúo de un cañón y después ofertarlo a una casa de subastas. "Me pareció que algo andaba mal. Tuve que insistir para que me llevaran a verlo. No cobré ni les entregué el informe", indica. Dice que planteó al IPC la creación de un museo y que la BBC y National Geographic se interesaron. "No nos escucharon. Lo que recibí fue una citación de la Fiscalía para relatar algo con lo que no tenía que ver", lamenta.
(FOTOGRAFIA: RAÚL ROMERO)
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