sábado, agosto 23, 2008

Historiador venezolano (Elías Pino Iturrieta) opina sobre la política deportiva chavista

Artículos de opinión de los historiadores venezolanos

Les dejo acá el artículo semanal del historiador Elías Pino Iturrieta que publica todos los sábados en El Universal. El subrayado es nuestro, todo es importante por tanto no lo subrayare.
Zeus sin Olimpo

Ahora no marcha una delegación deportiva, sino un batallón que se juega la vida contra el imperio

En una de sus recientes apariciones, Chávez tocó un tema de difícil tratamiento que no conviene eludir. Enfiló las baterías contra los "hijos de piedra" que celebraban la derrota de sus paisanos en los Juegos Olímpicos.

Metió a una porción considerable de la sociedad en el saco de la antipatria, con aparente razón, pues no han sido pocos los que han preferido la celebración de victorias ajenas en detrimento de las propias.

Sólo con aparente razón, debido a que el patriotismo no tiene que dominar necesariamente la sensibilidad de los televidentes ocupados de los juegos de Beijing, sino motivos relacionados con la admiración de un espectáculo de categoría universal y con el aplauso de hazañas casi sobrehumanas, sin fijarse en la nacionalidad de los campeones que acaparan las miradas y las medallas. Pero tal vez resulte débil un argumento como este para enfrentar un reproche capaz de remover fibras vinculadas con el amor al terruño, que pareciera obligatorio para las criaturas nacidas en su seno y de cuya falta pueden desprenderse diatribas que cualquiera ventilaría contra la conducta de quienes se regocijan por los trofeos de los extranjeros. De allí la necesidad de reconocer que no miente ahora Chávez, o que no ha exagerado como es su costumbre, para pasar a ver cómo lo que parece un acto de perfidia encuentra explicaciones satisfactorias.

La despedida oficial de la delegación de atletas venezolanos puede servir en el intento de aclaración. La posibilidad de mirar con el candor de antaño la salida de los competidores se pierde cuando el primer mandatario convierte aquello en el arranque de una expedición bélica, en la cual se juega el honor de la nacionalidad y de la cual puede depender la humillación de huestes enemigas. Los espectadores no vimos una partida pacífica de muchachos vigorosos, saludables y sin segundas intenciones, como las del pasado, sino la víspera de una batalla campal para cuyo desempeño se ocultan espadas y yelmos bajo el uniforme tricolor. Ahora no marcha una delegación deportiva, sino un batallón a cuyos combatientes arenga el comandante para que se jueguen la vida contra la armada imperial. ¿Cuál puede ser la consecuencia de este delirio de zafarranchos, ofensivas y degollinas que mueve al comandante? Una posición de distancia, cuando no de franco desagrado, porque queremos ver lo que naturalmente debe suceder en la ocasión; pero jamás un evento pervertido por la política, o influido por un interés que nadie en sano juicio puede relacionar con asuntos como el canotaje, las carreras con obstáculos, la gimnasia rítmica y el nado sincronizado. Mas también porque el país no está pagando la jornada de unos milicianos. Nadie, ni Yo el Supremo, tiene el derecho de disfrazar de soldadesca a la juventud del país para convertirla en comparsa de sus propósitos
. Por consiguiente, comienzan a aparecer motivos capaces de prevenirnos contra lo que deja de ser una misión aséptica frente a la cual se carece de objeciones.

De cómo no se plantea ahora una exageración pueden los lectores encontrar evidencias en la avalancha de carteles y de cuñas de radio y televisión, a través de la que se pregona una "revolución deportiva" llevada a cabo por el régimen. En la utilización de la imagen de los atletas para la promoción de un logro del chavismo se devela la trama de una manipulación gracias a la cual se busca llevar la brasa del trabajo de esforzados competidores hacia la sardina del oficialismo, para que se confundan las hazañas particulares con ejecutorias gobierneras. La relación entre una causa eficaz y un efecto estelar, sugerida como producto de un designio oficial que se divulga en la inauguración de una campaña electoral, prende cáusticas ronchas en la piel de unos destinatarios cada vez más fatigados por los desplantes de un parloteador desenfrenado. De allí la posibilidad de no mirar con malos ojos unos resultados en los que no figura el nombre de Venezuela.

Para colmos Chávez machaca una patraña, insiste con un anzuelo para pescar incautos. Una alharaca que desemboca en el escurrido inventario de una medalla de bronce necesariamente conduce a reacciones de antipatía cuyo destino no son los protagonistas de las competencias, desde luego, sino el charlatán que anunció una piñata de premios en el podio. Los laureles no existen, forman parte de la fantasía, como la mayoría de las obras que ha realizado el Gobierno, de acuerdo con sus voceros. En suma, no estamos ahora ante una negación del patriotismo o frente pecados parecidos, sino hartos de la tergiversación de la realidad y de las palabras vanas. Pero algo de utilidad nos dejó el magno evento, por fortuna, algo memorable de veras: vimos a Zeus expulsado del Olimpo.
eliaspinoitu@hotmail.com

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