El 80 aniversario de la Invasión a Francia (y X)
Carlos
Balladares Castillo
En
los primeros días de junio de 1940 pocos venezolanos atendían “la tragedia
europea”. La prensa y la radio informaban de las derrotas de los ejércitos
Aliados frente al indetenible avance de la maquinaria de guerra alemana, pero
como noticias del exterior siempre eran secundarias y muy lejanas para las
angustias locales y más importantes de los criollos. En este contexto dos
caraqueños dialogan sobre los destinos de Francia y el Mundo, y uno afirma con
jactancia: “Mein Fuhrer pronto tomará
París, dándole una lección a esos engreídos franchutes; y después los ingleses
tendrán que aceptar que Alemania es la nueva potencia o sufrir también la
ocupación”. Su amigo, admirador de los “americanos” cuya cultura y economía son
ya parte del día a día nacional, le responde con claro disgusto: “Los Estados
Unidos no dejarán de apoyar a Inglaterra y tarde o temprano pelearán con toda su
fuerza industrial. La ciudad luz puede caer pero Londres resistirá hasta que
las democracias triunfen sobre la dictadura nazi”.
La
anécdota anterior me la contó en mi niñez una tía abuela cuando yo le
preguntaba, fascinado por las películas sobre la Segunda Guerra Mundial que
pasaban con mucha frecuencia en la televisión, cómo había vivido esos tiempos. Nunca
olvidaré que para mí fue un gran impacto pensar que existiera gente que apoyara
a los malos del cine: los nazis. De inmediato le pregunté a mi abuela: ¿Y a
quién apoyaban ustedes? “¡A los Aliados por supuesto!”, respondió con una
seguridad que me tranquilizó. Y esta era la tendencia general porque no solo
nuestra economía dependía fundamentalmente del petróleo que extraían compañías
estadounidenses y británico-holandesas, y que consumían los “americanos” como
siempre se les dijo; sino que ya todo lo que comprábamos manufacturado e
incluso algunos alimentos venía de la potencia del Norte. Por no hablar que el
cine, la radio y las costumbres eran cada día más y más asimiladas a las de
Norteamérica.
Se
puede entender que algunos pocos pensaran lo contrario basados en la admiración
por los rápidos triunfos militares del Tercer Reich. También por el papel
protagónico de los grandes hombres siguiendo nuestra tradición personalista
tanto en la práctica política como en el pensamiento positivista, y el
romántico “antiyanquismo”. El simple rechazo a la “invasión estadounidense” de
las últimas décadas por la gran inversión petrolera y comercial. Nacionalistas
extremos o idealistas basados en lecturas como el Ariel del uruguayo José Enrique Rodó, del cual por cierto hay un
busto en una plazita-redoma de San Bernardino, por no hablar de la influencia
de la pequeña colonia alemana y la propaganda nazi desarrollada en sus
organizaciones: colegio y club.
La
cuarentena que padecemos por el COVID-19 me impidió revisar la prensa de la
época. Los archivos como buena parte de las oficinas estatales se encuentran cerrados.
Solo pude examinar lo muy escaso (cercano a la nada) que se encuentra
digitalizado, y los textos de 1939 a 1941 de Pensamiento Político Venezolano del siglo XX. Y pude ver que la
Segunda Guerra Mundial no se nombra salvo con algunas pocas palabras, mucho
menos Francia. Se observa claramente que no está en sus pensamientos o
preocupaciones ¡ni siquiera porque el 10 y 12 de junio de 1940 una nave
francesa (“Barfleur”) cañonea dos buques italianos (“Alabama” y “Dentice”) en
el Golfo de Venezuela y la primera quedó encallada en la barra de Maracaibo!
No
niego que sea una simple aproximación con un uso muy escaso de fuentes (la cual
espero pronto ampliar y explicar en un artículo historiográfico), pero un
testimonio de la época (entrevista que aparece el 21 de marzo de 1941 en el
periódico Ahora) se refiere a la
guerra en general y me confirma esta percepción. Leamos sus palabras:
Ahí tiene usted la actitud
tan generalizada frente a la guerra europea. Se le mira desde aquí, sobre la
ventana del Caribe, con la misma actitud con que el aficionado a las carreras
de caballo contempla una competencia hípica. Inclusive, la guerra es para
muchos apenas una fuente inagotable de chistes, a costa de los italianos. Y la
verdad es que ningún motivo de regocijo o despreocupación podemos encontrar en
la trágica hecatombe.
Después
de explicar que no se puede comparar nuestra situación con la que vivimos en la
Primera Guerra Mundial porque en aquel entonces “no contábamos en el mapa
político y económico internacional”, y ahora en cambio somos el tercer
productor de petróleo por lo que “jugamos, sin saberlo y sin quererlo un
arriesgado papel: el de codiciada presa de las grandes potencias, urgidas todas
de petróleo”. Y concluye:
Esta contienda tiene
características diferentes de las del primer gran conflicto interimperialista.
El eje totalitario lucha no solo para aniquilar en los cinco continentes las
formas democráticas de Gobierno y todo sentido de dignidad humana, sino que
también se ha propuesto rectificar los rumbos del universo y dominar el mundo.
En su monstruoso anhelo de realizar una hegemonía ecuménica ha introducido un
elemento filosófico nuevo en las pugnas entre las grandes filosofías: el
racista.
Al
leer estas líneas nos impresiona la capacidad de este joven político venezolano
para analizar la realidad internacional en relación a Venezuela, y muy
especialmente al identificar la gravedad del avance de los totalitarismos. Los
campos de exterminio no existían porque se estaban creando pero él ya habla de
la esencia de la guerra que está íntimamente relacionada con ellos. Nos
referimos a la supervivencia de “todo sentido de dignidad humana”. En este
nuevo orden racista que se formaba, nuestro lugar como mestizos y país
petrolero nos hacía “contarnos entre los más expuestos a la agresión fascista
(…), al bombardeo nazi”. La distancia, advertía, no era ya una protección y acá
usa una referencia a la Batalla de Francia: “El Atlántico,
amigo, es una precaria Maginot de agua salada. (…) Si el océano es una
barrera ¿cómo se explicaría que Curazao a escasas millas del litoral
falconiano, esté provisto de numerosos refugios antiaéreos?” Y finaliza recordando
que en la isla se refina petróleo venezolano. Ese joven se llamaba Rómulo
Betancourt.
Al
seguir con nuestra meta de analizar la Segunda Guerra Mundial en su
historiografía y producción de cine cada vez que se cumpla el 80 aniversario de
un hecho importante en esta conflagración, dejamos el tema petrolero venezolano
para más adelante y anunciamos que nuestra próxima serie será sobre la Batalla
de Inglaterra. De esta campaña los hechos más importantes se dieron desde
finales de julio hasta septiembre de 1940. Ahora queremos finalizar con la
Batalla de Francia contando otra pequeña anécdota que ilustra el impacto de la
misma en Venezuela. El testigo fue Héctor Mujica (futuro político y escritor),
quien para ese momento era estudiante y sobre la misma afirmó: “Son cosas que
no se olvidan, que no deben olvidarse”.
El
14 de junio de 1940 las tropas entraban a París y la noticia se supo de
inmediato gracias a la radio, la cual en nuestra tierra ya estaba muy bien
establecida en las principales ciudades como era el caso de Barquisimeto. En
esta urbe un joven profesor de historia del Liceo Lisandro Alvarado, que
también era locutor, se enteró de la terrible noticia. No podía dar clases como
si nada pasara. Su indignación era inmensa: la París de la revolución, la
democracia y la república había sucumbido bajo las botas y los tanques de la
barbarie hitleriana. Se paró frente a la clase, cual maestro Keating de La sociedad de los poetas muertos, y les
contó a sus pupilos la tragedia. Acto seguido les pidió que se pusieran también
de pie y comenzó a cantarles: “Allons enfants de la Patrie,/ Le jour de gloire
est arrivé!/ Contre nous de la tyrannie/ L'étendard sanglant est levé.” Ese
profesor era mi abuelo Alberto Castillo Arráez.
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