PERSPECTIVAS
Sobre la serie “Bolívar” de
Netflix: es cuento, no es historia
POR Inés Quintero
Publicado en Prodavinci
19/07/2019
Desde que comenzó a
transmitirse la serie Bolívar en Netflix, numerosas personas me han llamado o
me han consultado acerca de la veracidad histórica de muchas de los sucesos que
allí se narran. La repuesta ha sido un contundente NO. La serie Bolívar NO está
ceñida al rigor histórico. Es cuento, no es historia.
Debo confesar que no soy
amante de las series de televisión y también que tengo especiales reservas y
sospechas frente a las series de “contenido histórico”, especialmente cuando
son muy largas y con muchas temporadas. Si bien pueden estar muy bien
producidas —que no es el caso de la serie Bolívar— la razón fundamental de mi
desconfianza tiene que ver con la orientación y propósitos que guían este tipo
de producciones; por lo general, el objetivo que las anima es entretener y
enganchar a las personas para que continúen viendo la serie hasta el último
capítulo, como si fuese una telenovela. Siendo así, no tienen como finalidad y
mucho menos contemplan entre sus prioridades, ajustarse de manera rigurosa a la
realidad histórica, ya que ésta constituye una camisa de fuerza que estorba y
entorpece el trabajo de los libretistas, tiene mucho más sentido darle rienda
suelta a la imaginación y a la ficción para de esta manera cumplir con los
fines recreativos que persiguen.
La construcción de los
personajes, sus características personales, los detalles de sus vidas privadas,
sus emociones, afectos o dilemas, así como las maneras de desenvolverse son
invenciones de quienes escriben y dirigen la serie, a fin de darle sentido al
relato, al hilo dramático que les sirve de guía. No tienen nada que ver con la
historia. Lo mismo ocurre con los hechos, éstos son presentados de forma tal
que sirvan de sustento a la narrativa dispuesta y construida por quienes
elaboran los contenidos, en función de los propósitos de la serie, y no con la
finalidad de ofrecer una lectura que permita reconstruir el pasado, tal como
ocurrió. Ambos propósitos son incompatibles.
Imaginación y ficción
imperan sobre la historia: ni Carlos Palacios era un patán poseído por el
demonio; ni Pablo Clemente un tonto incapaz e impertinente; ni doña Concepción
andaba por la hacienda disponiendo y tomándole la temperatura a los esclavos;
ni Josefa Tinoco, la mujer de Juan Vicente, fue la hija del capataz de San
Mateo; ni la familia vivía toda junta en la hacienda. Ninguna de esas
recreaciones tiene que ver con la historia.
Tampoco tiene asidero alguno
con la realidad la visión caricaturizada del representante del rey de España
como el villano que irrespeta a los criollos, y que le grita y ningunea a doña
Concepción. Prevalece aquí la visión maniquea de la historia patria, según la
cual los malos de la película fueron los peninsulares lo cual, finalmente,
explica la decisión independentista. Una visión simplista y ampliamente
superada hace ya bastantes años por las investigaciones que se han hecho sobre
el tema.
Igual sucede con la
idealización del noviazgo feliz y romántico entre María Teresa Rodríguez del
Toro y Simón Bolívar, un idilio de telenovela que deja por fuera el arreglo
económico que estuvo de por medio para la realización de la boda: una gran dote
en metálico y numerosas joyas, a lo que se sumó una cantidad adicional para
indemnizar a la joven prometida por tener que venir a vivir a América ya que,
de lo contrario, Bolívar no podría echarle mano a su fortuna. El arreglo no le
sirvió de mucho a la pobre María Teresa: muy rápidamente el trópico impidió que
pudiese disfrutar de su enorme dote. El viudo corrió con mejor suerte. Pudo
disfrutar su mayorazgo y sanar las heridas de la viudez, en un largo y
dispendioso viaje por Europa.
El personaje central: Simón
Bolívar, no ofrece sorpresas. Desde la primera escena es el héroe, el
Libertador, el hombre providencial que no se equivoca, que tiene claros sus
designios y que triunfa frente a la adversidad. Habla como héroe —en modo
proclama—, piensa como héroe, gesticula, camina, ordena, actúa como héroe y sus
recuerdos también tienen el mismo empaque. Desde su infancia y en su juventud
se sembró en él, de manera inevitable, su vocación libertaria.
Esta visión heroica de
Bolívar no admite la presencia de otras figuras que puedan competir con su
protagonismo. Miranda, por ejemplo, es presentado como un traidor que, por una
bolsa de monedas, fue capaz de entregar la I República, al firmar la
capitulación de 1812. Varias personas me llamaron precisamente para comentar
esta desfiguración tendenciosa de Miranda. No me sorprende en lo absoluto.
Encaja perfectamente con la retórica idealizadora de la entrega de Miranda a
las autoridades realistas, en la cual Bolívar tuvo participación destacada. La
justificación perfecta de este hecho tiene su fundamento en una acción que se
presenta como irrebatible: Miranda traicionó a la República, por tanto, merecía
ser entregado. No hay reproches que hacerle al protagonista de la serie, todo
lo contrario, su acción se corresponde con su determinación de no transigir,
cuando se trata de alcanzar la libertad.
Si esto ocurre con Miranda,
no quiero ni pensar cómo quedarán Santiago Mariño o Manuel Piar, o Francisco de
Paula Santander o cualquier otro que haya disentido, adversado o polemizado con
Bolívar: entrarán con toda seguridad en la nómina de los villanos, como corresponde
a la simplicidad que acompaña todo relato maniqueo y telenovelesco en el cual
sólo hay dos bandos: el de los buenos en donde están el protagonista y quienes
lo acompañan y celebran sus éxitos, y el de los malos, que incluye a quienes lo
adversan, todos aquellos villanos que a lo largo de la historia se empeñan en
obstaculizar e impedir sus triunfos, pero sobre los cuales, finalmente, se
impondrá el protagonista para alcanzar su destino. No se necesita más.
No aguanté mucho, la verdad
es; tampoco Ariana, mi sobrina querida. Estuvimos viéndola juntas y quedamos
verdaderamente impactadas por la superficialidad, la inconsistencia, la
debilidad y la inconducencia de la historia. Podemos confesar que no nos
atrapó, en lo más mínimo.
Habrá mucha gente que aguantará
y seguramente disfrutará los 60 capítulos. Hay para todos los gustos, sin duda
y eso es absolutamente sano y conveniente. Pero lo que sí puedo garantizarles
es que, cuando terminen de ver esta serie-telenovela, no será mucha historia la
que habrán aprendido, sino todo lo contrario. Yo, por mi parte, no pienso
dedicarle ni un minuto más de mi tiempo libre.
Me interesa la opinión de Inés pues a mí también algunos familiares encanchados con la serie me han preguntado sobre personajes históricos gracias a la serie y he tenido que aclararles algunas cosas...Gracias por subir este artículo
ResponderBorrarUn abrazo querido amigo.
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