Carlos
Balladares Castillo
Publicado en El Nacional
En la pequeña comunidad de
historiadores con la cual tengo un contacto permanente vía redes sociales y
espacios de las universidades, el cambio de nombre del estado Vargas ha sido
motivo de preocupación. Muy pocos han señalado que sea algo baladí o un “pote
de humo” más. En general se ha tendido a considerar como un nuevo ataque al
civilismo para seguir consolidando el culto a los héroes guerreros y a todo lo referente
a una cultura política personalista. Es todo lo contrario al republicanismo y a
los valores libertarios. No es mi pretensión señalar las diversas visiones y
argumentos de dicha comunidad, considero que un buen análisis ya lo realizó el
amigo y colega Jesús Piñero en su artículo para Prodavinci: “Vargas ya no es epónimo del Litoral Central”
(10-VI-2019), sino enumerar un conjunto de razones que en mi perspectiva explican
el cambio y plantear la actitud ante la misma.
El régimen ha usado como
argumento la reivindicación de la identidad indígena lo cual ya el historiador
Tomás Straka advirtió que es algo a medias, debido a que el vocablo “Guaira” es
una interpretación española que está todavía en discusión (ver artículo de
Jesús Piñero). El cambio responde a la forma de operar que “sembró” Hugo Chávez
en el proceso de desmontaje del sistema democrático y las intenciones
totalitarias que son el corazón del proyecto conocido como el “Socialismo del
siglo XXI”. No podemos olvidar que el modelo a emular es la Cuba castrista que
a su vez imitó el sistema soviético. La lógica de la acción política chavista
es lo que el pueblo describe con la frase: “¡porque me da la gana!” Lo puedo
hacer porque nadie se opone y si se opone para eso están todos los medios represivos
del Estado, que en socialismo son todos: desde la fuerza y la criminalización
del opositor, pasando por el castigo económico y destrucción de tu honor. Es el
personalismo político llevado a su máxima expresión: el simple capricho de los
mandones. Pero también está la razón totalitaria: el vaciamiento del
significado de las palabras y los nombres de las cosas, que es el paso
fundamental para destruir la verdad. El Estado es el único que puede
establecerlo y éste genera tantos cambios que al final todo dependerá de lo que
diga el líder supremo.
Las otras razones están
ligadas con las dos que he citado. No hay identidad salvo la que establece la
ideología del poder, por lo tanto las viejas identidades deben ser destruidas y
olvidadas. Todo totalitarismo necesita de los llamados “años cero”, momentos en
los que supuestamente renacen las sociedades. Todo el pasado está ligado de algún
modo con los “pecados” del sistema capitalista, por ello hay que realizar
tabula rasa o “volver” a la edad precapitalista: en nuestro caso sería la
“Venezuela indígena”. Otro aspecto relativo al modus operandi chavista puede
estar relacionado con lo que implicará el cambio de nombre: papelería, vallas,
etc. Y está todo lo que significa el doctor José María Vargas (1786-1854) y que
el amigo e historiador numerario de nuestra Academia de la Historia: Don Tomás
Straka, ha descrito perfectamente con las siguientes palabras: “No es un ataque
contra Vargas, lo es contra lo que representa: el trabajo, la educación, los
valores liberales y la civilidad.” Era el único estado con el nombre de un
héroe civil, sin duda era un escándalo para los que reducen nuestra historia a
la violencia porque nacieron en ella y siguen mandando a través de ella.
¿Qué hacer? No banalizarlo
considerándolo una “discusión bizantina”. Alzando nuestra voz y protestar
reivindicando nuestra identidad venezolana y democrática como tantos han hecho
con otros cambios de nombre. Buen ejemplo de ello es como los caraqueños siguen
llamando a su montaña: El Ávila y a su principal parque: el Parque del Este. El
nombre de Vargas tiene más de 150 años relacionado con el Litoral Central. Está
bien arraigado y ahora lo será más que nunca como una muestra de rebeldía. Es
un buen momento para recordar sus valores y fe republicana al afirmar como
Presidente de la Nación frente al golpista (el oficial Pedro Carujo, 1801-1836)
que fue a apresarlo: “El mundo es del hombre justo. Es el hombre de bien, y no
del valiente, el que siempre ha vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro
sobre su conciencia”.
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