Carlos Balladares Castillo
Publicado en El Nacional
El
27 de febrero pasado publicamos el primer comentario sobre la lectura conjunta de
La Fiesta del Chivo (2000) de Mario
Vargas Llosa con mis alumnos del curso sobre Historia de Iberoamérica. Tal como
dije, la discusión se haría en dos momentos, y ahora nos tocó el segundo el pasado
lunes 29 de abril, y les ofrezco la reseña de la misma junto a las respectivas
conclusiones. La primera de ella es que la considero la mejor novela histórica.
Fue mi impresión en el año 2000 y lo es ahora con esta relectura. Y en sus
últimos capítulos lo demuestra al explicar el fracaso del golpe que vendría
después del asesinato del dictador Rafael Leonidas Trujillo el 30 de mayo de
1961, y donde Joaquín Balaguer (1906-2002) jugará un papel fundamental para
iniciar un proceso de transición democrático. Su accionar en los momentos
álgidos a penas se sabe el asesinato, representa una trama digna de los mejores
capítulos de Juego de trono.
La
experiencia de su lectura en el aula me confirmó que el uso de las novelas
históricas para debatir, ilustrar, explicar y animar a los estudiantes a
comprender la historia y las teorías sociológicas y políticas, es una excelente
estrategia. A pesar de que muchos no la leen y tienden por optar el revisar los
resúmenes o sus adaptaciones cinematográficas. Los que la leyeron quedaron
fascinados, pero la mayoría tendió a generalizar los regímenes autoritarios y
confundirlos con los totalitarismos. E incluso señalar que en Venezuela se dan
todos los rasgos de este sistema de gobierno pero “que no nos enteramos”. Hice
un esfuerzo para volver a explicar las diferencias, resaltando que los
autoritarismos no totalitarios – además de concentrar el poder eliminando el
Estado de derecho - buscan evitar que los gobernados participen en política,
pero en los totalitarios en cambio el dominio es total, es decir: se llega
hasta el control de la conciencia y el cuerpo. Es por ello que en la Fiesta del Chivo se describen estos dos
aspectos de manera magistral aunque extremadamente cruda.
El
control total tiene como medio y fin el envilecimiento de los gobernados, y
esto se logra por medio de la propaganda y el terror. La vida de cada persona
siempre está al filo de la navaja y nos hacen creer que la única manera de “salvarnos”
es con una mayor entrega al Jefe. Es lo que se relata a partir del capítulo 13
con la destrucción de la vida de uno de los más cercanos colaboradores del
dictador: el senador Agustín Cabral, el padre de la protagonista: el personaje
de ficción: Urania Cabral. Los hechos que se empiezan a suceder a partir de
este momento simultáneamente con el asesinato del tirano pero con la captura de
los conspiradores salvo uno de ellos (Antonio Imbert, 1920-2016). El comienzo
de una nueva lucha por el poder como herederos entre Balaguer y el hijo más
despierto de Trujillo: Ramfis (1929-1969). Lucha donde lo internacional y en
especial Estados Unidos tiene un papel fundamental sin pegar un tiro. Todos
ellos generan un final muy emocionante.
La
novela me hizo pensar que a pesar de un gran rechazo popular a un gobierno,
siempre quedan algunos grupos que terminan por adorarlo, más aún si es un
sistema totalitario con pretensiones de serlo: como era el de Trujillo y como
es el de la Venezuela del presente. En la cultura iberoamericana hemos vivido (¡y
vivimos tristemente en el presente aunque en menor grado!) esa visión
mesiánica, que en el relato se describe perfectamente con el siguiente párrafo:
“Trujillo es una de esas anomalías e la historia. Carlomagno, Napoleón,
Bolívar: de esa estirpe. Fuerzas de la Naturaleza, instrumentos de Dios,
hacedores de pueblos. Él es uno de ellos. Hemos tenido el privilegio de estar a
su lado, de verlo actuar, de colaborar con él. Eso no tiene precio.” Ningún ser
humano puede ser considerado de esta forma, y mucho menos doblegar nuestra
consciencia y vida ante él. Pero lamentablemente hay personas que han sido
enajenadas por un terrible aparato de propaganda y terror.
La
mayor conclusión, que está íntimamente relacionada con lo que padecemos los
venezolanos hoy, es que un régimen autoritario sea o no totalitario siempre
daña a los gobernados. Nadie es impune a sus acciones, pero especialmente si
sufrimos su violencia en un mayor grado (torturas, asesinatos de familiares y
seres queridos, etc.). El resentimiento, el odio, el envilecimiento, la
alienación; el despertar de lo que en la doctrina católica llamamos: el pecado
original que no es más que las tendencias a la maldad de todo ser humano; será
su principal consecuencia en nosotros. Debemos combatir su siembra con todas
nuestras fuerzas. De lo contrario, un nuevo tirano volverá al poder y nosotros
ayudaremos a ello. No lo permitamos jamás. Para ello debemos dedicar todos
nuestros esfuerzos en construir, fortalecer y consolidar las instituciones y la
cultura democrática.
Nota de actualidad: Cuando
mando este artículo todavía no sabemos en qué concluirán los sucesos que se
iniciaron en la mañana del martes 30 de abril, en el cual un grupo de militares
ha apoyado al Presidente Juan Guaidó y éste ha llamado al pueblo a la calle. Solo
una cosa me parece clara: es una prueba más de la inestabilidad política del
país, en especial en el aspecto que habíamos dudado últimamente: el militar; y
muy especialmente el crecimiento del liderazgo de Guaidó. Éste ha demostrado algo
que es muy valorado en la cultura política iberoamericana: el coraje al asumir un
gran riesgo de cara a un objetivo. Pase lo que pase, esto resta fuerzas a los
que detentan el poder, los cuales demuestran lo contrario al mantenerse
alejados del tradicional centro geográfico de la política en Venezuela:
Caracas. ¡Dios, el Pueblo y la Comunidad Internacional nos ayuden a recuperar
la democracia y la prosperidad en nuestra Patria!
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