Alicia Álamo
Bartolomé
Carlos Balladares
Castillo
Publicado en El Nacional y Pluma
A la
profesora Alicia Álamo la conocí en la quinta “Jocelín” (La Floresta, Caracas),
donde en la segunda mitad de la década de los noventa se venían preparando
todos los trámites y programas para lograr la fundación de la Universidad
Monteávila (UMA). Me transmitió una gran alegría, y desde ese entonces mi
admiración y cariño hacia su persona no ha dejado de crecer. Hemos mantenido
una buena amistad e incluso he tomado varios cursos trimestrales que ha dictado
en la UMA. Siempre he admirado su trato afable y su capacidad de decir grandes
verdades con las palabras más sencillas.
Hace
más de cinco años aproximadamente le hice una larga entrevista biográfica que
necesitó varios días para su realización, y la misma la actualicé en mayo de
éste año con las 4 preguntas que realizo para mi proyecto: “semblanzas”, sobre
personas que considero han dejado un importante legado pero que no son tan
conocidas como merecen. La primera pregunta es precisamente: ¿cuál cree que ha
sido su legado? Al principio la profesora dijo entre risas: “¿dejar un legado
yo? ¿a quién?”, pero después con serenidad y certeza afirmó: “mi optimismo,
porque yo siempre estoy transmitiendo ánimos y esperanzas, en especial en estos
tiempos que vivimos en Venezuela”. Para después agregar que si se siente
decaída lo disimula. “El pesimista retrae y para el cristiano: ¡es un absurdo
que no tenga esperanzas porque Dios es nuestra meta!” Pero también, “en estos
últimos años sería mi prédica con los ancianos, en el sentido que no debemos
ser tan fastidiosos, y aceptar la ayuda de los jóvenes”. Para ampliar en esto
último les recomiendo su artículo “Educar para envejecer” que salió en Pluma el 14-II-2018.
El
legado que dejamos es de algún modo el legado de los que admiramos
especialmente en nuestra niñez y juventud. Es por ello que al hablar de su
padre: Antonio Álamo Dávila (1873-1953), podemos percibir un cariño profundo
por su persona, que nos traslada a los tiempos del gomecismo en Venezuela
(1908-1935), con su visión de país centrada en aquel famoso lema: “Unión, paz y
trabajo”. Nos recordó que fue Ministro de Fomento (1922-29) y gobernador de los
estados: Sucre (1929-31) y Bolívar (1933-35), resaltando su carácter “pacífico
y conciliador” pero creyente en los gobiernos fuertes. Al hablar de su madre:
Iginia Bartolomé de Álamo (1893-1991) señala que era “una mujer de avanzada”,
que la animó a estudiar para ser independiente. Y su maestra en Costa Rica
(donde vivieron exiliados del 36 al 41): María Teresa Obregón de Dengo, que
estimuló en ella las buenas lecturas y desarrollar su don para el dibujo, que
más adelante la llevaría a estudiar arquitectura en la Universidad Central de
Venezuela (UCV).
En
lo que respecta a su vocación, es imposible reducirla a una sola, y nos
admiramos ante todo lo que ha hecho y vivido. Damos gracias a Dios por su
generosidad, y por esa vitalidad en todo lo que emprendió. “!Claro, son 92
años!”, nos diría con humildad. En lo que respecta a su vocación profesional,
la primera de ellas fue la arquitectura, siendo de la segunda promoción de
arquitectos del país; lo que le permitió trabajar en la Dirección Nacional de
Urbanismo y en la Fundación de la Vivienda Popular. Participó en diversos
proyectos: el trazado de la avenida Libertador de Caracas, el desarrollo urbano
en torno la electrificación del Caroní, la urbanización “La Fundación” en
Valencia y otras de la FVP. Su segunda carrera fue Comunicación Social, también
en la UCV, por la década de los 60 del siglo pasado, la cual la disfrutó
muchísimo porque la misma la llevó a conocer un gran universo de conocimientos.
Desde graduada siempre ha mantenido una columna en algún periódico. Al mismo
tiempo, asumía la responsabilidad de oponerse inteligentemente a las tendencias
marxistas que dominaban en el ámbito del periodismo.
Su
vocación al teatro comenzó desde niña, a los once años fueron sus primeros
papeles; en los años 60, entraría al teatro profesional, hasta empezar, más
adelante, a escribir obras que han sido montados como: “América y yo”, “Juan de
la noche”, “8 en un mismo tren”, “Después de la consulta”, “Pioneras”, entre
otras. En lo relativo a su espiritualidad, nace de la mano de su madre y,
especialmente, al recibir clases para hacer su primera comunión en San José de
Costa Rica, pero pidió que no fuera un solo año, sino continuar éstas. Después
entró a la Acción Católica, donde tenía reuniones semanales de formación y
retiros anuales de gran profundidad doctrinal. Entre otras actividades, estuvo
la de formar parte del comité organizador del
Congreso Eucarístico de Caracas en 1956. Allí conocerá el Opus Dei, para
convertirse en una de las primeras vocaciones de la rama femenina en el país.
Ejerció
pocos años la docencia en la UCV y más adelante tendría cargos relativos a la
promoción cultural: Directora de Cultura de la Universidad Metroplitana y de
Extensión Universitaria de la Simón Bolívar. Durante el gobierno de Luis
Herrera Campins (1979-1984), fue Directora General de Cultura de la Gobernación
del D.F. y Presidente del Consejo Ejcutivo de FUNDARTE. En las últimas décadas se
dedicó al proyecto y ejecución de la Universidad Monteávila, donde ha sido
decano fundador de la Facultad de Ciencas de la Comuncación e Información,
profesora de Oratoria, Teatro y nunca ha dejado de dictar cursos trimestrales
para profesores y adultos, ligados a la escritura y al teatro. Por eso, una vez
a la semana, como mínimo, la vemos transitar incansable por sus aulas. Según
sus palabras, en lo que respecta a lo académico, siempre ha estado en labores
de fundación institucional.
La
última pregunta se refiere a los hechos de la historia de Venezuela que vivió y
le generaron un impacto en su forma de entender la realidad, en especial la
nacional. Su respuesta fue rápida: “yo conocí al General Gómez”. Fue en el
Paraíso (Caracas), donde las cuidadoras llevaban a los niños a la Plaza Petión
(en la avenida Páez a la altura del Pedagógico), y ella tendría 3 o 4 años,
aproximadamente, cuando pasó el Presidente con su séquito y se detuvo, le dio
un fuerte (moneda de 5 bolívares) a las “nanas” y alguien le dijo que la niña
era la hija del Doctor Álamo, y el general le puso la mano en la cabeza.
Después lo vería en otras ocasiones como en el hipódromo y en los toros. “Era
muy inteligente, no se metía en los aspectos técnicos del gobierno, conocía a
las personas y sabía gobernar”. El gomecismo había logrado superar un mal
arraigado en nuestra historia: las guerras intestinas. Su dictadura había
establecido la paz, pagado las deudas e iniciado un tiempo de trabajo y orden.
Para las más recientes generaciones de venezolanos, Gómez es algo muy lejano, y
mucho más los problemas a los que se enfrentó. El testimonio de una persona que
pudo conocerlo, que hereda la experiencia de su padre, y que además ha
recorrido nuestro siglo XX; debe ser tomado en cuenta ante la coyuntura que
padecemos, es por ello que termina diciéndonos palabras más palabras menos:
Venezuela se va a reponer del nuevo mal al que nos enfrentamos, “no sé si lo
veré, pero estoy convencida de ello”. ¡Gracias profesora por su labor fundacional
en la UMA y en tantos otros espacios!
Muy feliz domingo:
ResponderBorrarMe encantó el escrito sobre Alicia Álamo Bartolomé.
Es una mujer con guáramo, como me gustaría tener el honor de conocerla personalmente.
Tuve una amiga "pavita", mañana 17/5 cumpliría 107 años, y con esa amiga aprendí parte de la historia de Venezuela, no la de los libros, sino la del ciudadano que veía desde otros ojos y vivía en otros zapatos el día a día de nuestra nación.
Agradecida desde mi corazón por habernos regalado ese artículo.
Milagros C. Longoria B