Joseph Conrad,
1899, El corazón de las tinieblas, Caracas:
Biblioteca El Nacional (tomado de Alianza Editorial), 2002.
El primer libro
de mi reciente lista-meta de literatura es El
corazón de las tinieblas (1899) de Joseph Conrad. Este autor lo conozco por
otra lista que he hecho: la de literatura náutica, aunque la verdad es que
nunca lo había leído. A pesar de tenerlo en dicha lista, ahora que lo leo me
doy cuenta que el viaje por un río (el del Congo) es solo un pretexto y no es
propiamente lo que llamaríamos un relato de navegación. La razón es que casi no
repara en descripciones o problemáticas relativas al barco en medio de las
aguas. Es una novela de psicología social, y me recordaba constantemente el
dilema barbarie versus civilización del positivismo de la época, corriente que
valora la geografía como uno de los factores determinantes de la conducta de
los individuos y masas. El río lleva a nuestros personaje (en especial al narrador
testigo y protagonista: Charlie Marlow) en un descenso a lo interno de África,
que la verdad es el viaje al infierno terrenal. Antes de iniciar el viaje va al
médico – obligado por la Compañía que lo contrato para el viaje - y este le
dice: “Evite la irritación más que la exposición al sol. (…) En el trópico se debe
guardar la calma antes que nada”.
La primera vez
que supe de la existencia de la novela fue cuando vi a mis 9 años: Apocalipsis ahora (1979). Es otra de las
películas que me causó una gran impresión en mi niñez. La misma pude verla
gracias a que mis hermanos me llevaron con ellos a casa de un amigo que la
tenía en betamax. Me impresionó todo pero me fastidió el coronel Kurz, luego
pedí explicaciones y me dijeron que estaba basada en la novela de Conrad la
cual tiene como meta mostrar el mal en la humanidad. Nunca lo olvidaría. Ella
muestra claramente el dilema que expresa Conrad-Marlow: ¿Quién es realmente bárbaro? ¿Occidente
con su cruel explotación-saqueo de las regiones no europeas o las tribus
africanas (en este caso) apegados a los instintos de supervivencia?
Kurtz es la meta
del viaje. Marlow debe rescatarlo de la profundidad de la selva debido a que se
encuentra mal de salud física (cuando en realidad el problema según la Compañía
es de salud mental). Pero descubre que este hombre ha creado un reino en el
Congo, donde los nativos “lo adoran” como una especie de Dios. A medida que
transcurre la historia una se pregunta si solo lo adoran los “bárbaros”, si
dicho magnetismo no ha atrapado a muchos europeos también. Todos de alguna
manera somos salvajes (tal como afirman en The
Revenant, 2015), respondemos a la terrible seducción del personalismo. De esos
hombres que con su palabra logran tener “un aspecto misteriosamente voraz. (…)
¡Qué voz! ¡Qué voz! Era grave, profunda, vibrante” (pp. 111-112). Al final caemos
ante la tentación del mal, de los “instintos brutales y olvidados”. Al igual
que les pasó a los romanos – tal como cuenta Marlow – al llegar a las
islas británicas hace 1900 años (“el otro día”) cuando solo
eran bosques. Esos soldados del imperio romano sufrieron “la fascinación de la abominación”
(pp. 23-24).
A Marlow la vida
de Kurtz le lleva a una conclusión vital:
La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable
lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede
esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado
tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguibles. (p. 128).
El autor le deja
al lector la libertad de pensar si Kurtz cambia al salir de la selva. Marlow
descubre el pasado de este, una persona totalmente diferente a la que acaba de
rescatar. Conrad, británico por adopción, no ha callado ante la barbarie occidental
que la opinión pública insiste en ocultar ante el discurso del destino
manifiesto civilizatorio de Europa. Sin duda la literatura – siguiendo a Vargas
Llosa – “es fuego”, es la inconformidad con lo que no aceptamos de la realidad.
Ahora continuaré
con la lectura de Conrad. Mi meta era solo leer esta obra pero me ha atrapado
su narrativa y sus temas, y más aun por su fama de gran escritor de literatura náutica
pero especialmente por su estilo poético. Seguimos con El negro del “Narciso” (1897).
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