ACERCA DEL AMOR HONESTO
"Amor", la última película de Michael Haneke,
galardonada con la Palma de Oro (mejor película) en el prestigioso Festival de
Cannes (2012), no sólo me ha conmovido hasta niveles un tanto extremos, sino
que te lleva a reflexionar acerca del trágico destino humano ya descrito por
Mary Shelley en un pasaje de su portentoso “Frankenstein”: “que triste el
destino humano, nacer para finalmente terminar muriendo”.
Nacemos para morir y somos tiempo que pasa y tiempo que
muere. Nuestras vidas tienen fecha de caducidad y la vejez es el auténtico
naufragio, y con todo, el amor en su forma más pura y estoica, el amor de los
avatares y la costumbre, el amor que se complace en forma mutua y sobrevive la
tosca intemperie: el más difícil de afrontar y padecer, el que supone
sacrificios supremos sin que por ello reneguemos del otro; el amor que asume la
pasión junto a la amistad. Amor y cortesía, amor y compañía, amor y silencio,
amor y duda, ese extraño sentimiento que hace esencialmente humano nuestro
breve tránsito por estos lares como muy bien el Eclesiastés lo señala: “Todo va
a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo”
(3:20).
Haneke tiene la virtud de la dureza en forma de
honestidad. Como buen alemán no cae en la sensiblería barata y nos traslada sin
pudor y tremendismo, y con apenas una pausa, del paraíso al infierno, donde la
dignidad humana ante la decadencia irremediable es puesta a prueba. Jean-Louis
Trintignant y Emmanuelle Riva interpretan con convicción y naturalidad a la
pareja de octogenarios que deben lidiar con las limitaciones de la enfermedad y
la precariedad de una vitalidad que mengua intuyendo el fin.
La muerte llama a los hombres y éste llamado no es nada
gratificante, todo lo contrario, representa el fin, y ese fin a diferencia del
nacimiento es totalmente consciente (Sandor Marai) y en consecuencia
terrorífico. Allá las religiones y sus iglesias que ofrecen esperanza para
mitigar éste fin ineludible bajo premisas y dogmas que sólo pueden asumirse
mediante la fe, la cual, las más de las veces, posee la impronta de la duda y
las convicciones frágiles.
¡Vivir a plenitud!, ¡Maximizar el tiempo! ¡Carpe Diem!, como
consignas están bien, otra cosa es de verdad poder asumirlo más allá de las
ataduras y condicionamientos de la vida moderna actual con sus prisas y
desesperos, con su desesperanza y hedonismo superficial. Vivir sabiamente
aunque terminemos igual que los demás pareciera ser un consuelo inútil. Aunque
quisiera creer, que son todos nuestros actos, los grandes y los pequeños,
asumidos con sinceridad, los que dan la medida acerca de éste breve tránsito
que es la existencia. Y la experiencia del amor, con todas sus contradicciones,
termina por consolarnos y entusiasmarnos, haciendo que la vida, y sobre todo,
el fin, no esté desprovisto de algún tipo de significado y sentido liberador.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS DE LUZ
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