“Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he
aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Lo torcido no se puede
enderezar, y lo incompleto no puede contarse”. El Eclesiastés aborda la
futilidad de la existencia y la angustia del hombre ante un tiempo que corre
como el viento y nos arroja al espanto de encarar siempre el fin.
Aún así hay visos de esperanza en los placeres terrenales a
través de la fiesta, la buena mesa, los viajes, el juego, la gratificación
laboral, el amor, “el sentido del compromiso público para luchar contra el
mal”, el conocimiento y la sabiduría. “Todo tiene su tiempo” y corresponde a
cada ser humano darle sentido a sus actos, medir las oportunidades y encontrar
el secreto de vivir una vida plena. Aún así, esa andadura a través del desierto
y el laberinto, vive los avatares del azar, la impronta de un destino
misterioso que solo los dioses conocen.
Es por ello que gente como la recientemente galardonada
Premio Príncipe de Asturias 2012 en el apartado de las Ciencias Sociales,
Martha Nussbaum (Nueva York, 1947), nos sugiere a través de su brillante obra
académica e intelectual, que ante el extravío y la “fragilidad del bien” se
hace necesario una “ética imprescindible”. Una especie de mapa moral que nos
permita alguna orientación sobre los senderos de la noche, y aún así, la
fortuna, en forma de buena o mala suerte, nos toca y zarandea demostrando la
vulnerabilidad del destino humano.
“Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para
siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el
sabio como el necio”. Si del olvido se trata, no valemos nada, éste es
implacable y por eso los historiadores luchamos reivindicando al recuerdo y las
conexiones adecuadas entre el pasado y el presente. Nuestros “días y trabajos”
(Hesíodo) puede que tengan algún valor trascendente. Según Nussbaum y su
constante dialogar con los filósofos de la Grecia antigua hay un compromiso
militante del hombre con su sociedad y tiempo:
“… necesitamos una educación bien fundada en las
humanidades para realizar el potencial de las sociedades que luchan por la
justicia. Las humanidades nos proporcionan no solo conocimientos sobre nosotros
mismos y sobre los demás, sino que nos hacen reflexionar sobre la
vulnerabilidad humana y la aspiración de todo individuo a la justicia, y nos
evitarían utilizar pasivamente un concepto técnico, no relacionado con la
persona, para definir cuáles son los objetivos de una determinada sociedad. No
me parece demasiado atrevido afirmar que el florecimiento humano requiere el
florecimiento de las disciplinas de humanidades”.
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